Cuaderno de Afuera: «Lo que no te mata te hace más rica», por Micaela Domínguez Prost

Siempre me llamaron la atención las canciones que incluyen una frase que la gente canta con más ganas, con sentimiento, con intención: los jóvenes de principios de los 90 gritando «¡Era muda!» luego de tres minutos de no entender porqué la mina no decía nada, los tíos panzones con una corbata atada en la pelada coreando «Somos los piratas», el «es la guitarra de Lolo» que precede al solo, los ex amantes hartos que agitan la manito al ritmo de «Y ahora tomate el palo«. Hay algo de real en esos versos que el público destaca como si de repente saliera del trance de repetir estrofas sin pensar y se diera cuenta de que está diciendo algo con sentido, esos breves instantes en los que le prestamos atención a la letra y la hacemos propia. 

Llevo más de un año sabiendo que cada vez que suena el Volumen 53 de Bizarrap y Shakira habrá una parte que será cantada con mayor intensidad: «Las mujeres ya no lloran, las mujeres facturan». Cuando esto sucede me quedo pensado. ¿Son llorar y facturar antónimos? ¿Se puede llorar y facturar a la vez? ¿Es el éxito económico el anhelo de cualquier mujer? ¿Es necesario obtener un beneficio de toda experiencias? ¿Está mal llorar? ¿Nos empodera facturar?

Arrancaré respondiendo la última pregunta: sí. No depender financieramente de un otro es fundamental para garantizar independencia y autonomía. Demasiadas mujeres se encuentran atadas a hombres detestables porque no tienen a dónde ir o cómo solventar sus gastos, por lo cual es entendible y esperable que varios temas de las últimas décadas celebren la creciente emancipación económica femenina. En contraposición a la horripilante «El anillo» (2018), canción en la que Jennifer López dice «Me tratas como una princesa, me das lo que pido» y luego reclama un pedido de casamiento, han surgido otros populares títulos como «Independent Women» (1999) de Destiny’s Child: «The watch I’m wearing (I bought it)/ The house I live in (I bought it)/ The car I’m driving (I bought it)/ Cause I depend on me» (El reloj que uso (yo lo compré)/ La casa donde vivo (yo la compré)/ El auto que manejo (yo lo compré)/ Porque dependo de mí), o «Irreplaceable» (2006) de Beyoncé: «Everything you own in the box to the left/ In the closet that’s my stuff/ Yes, if I bought it, please don’t touch» («Todas tus pertenencias en la caja a la izquierda/ En el armario, esas son mis cosas/ Sí, si yo lo compré, por favor no lo toques).

La letra de «Irreplaceable» pone sobre la mesa otra de las connotaciones de la frase que gritamos junto a Shakira: el desplazamiento de las mujeres del rol de víctimas sufrientes al de mujeres fuertes que se recuperan de los golpes con más fuerza que antes («Te creíste que me heriste y me volviste más dura»). Hoy las cantantes que lloriquean por amores perdidos y se revuelcan en la nostalgia conviven con otras que admiten que no es para tanto, que ya están listas para seguir adelante, divertirse y apostar a un nuevo amor. «I could have another you in a minute/ Matter of fact, he’ll be here in a minute, baby» (Podría tener otro como tú en un minuto/ De hecho, llegará en un minuto, baby) canta Beyoncé. 15 años más tarde, en «Bar» (2021), Tini le está contando a un viejo amor que ahora que está soltera va a salir «hasta que salga el sol» y agrega con sarcasmo «¿Viste? Te fuiste y sale todavía». Si bien ya era hora de quitarle el drama telenovelero a las rupturas amorosas, la mercantilización de los vínculos puede derivar en una frialdad que convierte a los seres queridos en productos de consumo y a quien canta en una especie de robot que sigue produciendo a pesar del sufrimiento, o incluso más y de forma más eficiente. «Tú me partiste el corazón/ pero mi amor no hay problema/ ahora puedo regalar/ un pedacito a cada nena» canta Maluma en «Corazón» (2018), pero otros temas sugieren que hay un alto precio a pagar para lograr que el fin de una relación no deje marcas. «La cobra» (2019) que se cobra todo lo que hiciste de J-Mena se sobrepuso al daño, es verdad. Ahora es fuerte, sí, pero se deshumanizó («Ya no siento nada/ Voy como anestesiada/ Tengo el alma tal vez un poco congelada»). «Las mujeres ya no lloran» sugiere que las emociones son una debilidad que las mujeres debemos suprimir en favor del éxito económico, como vienen haciendo los hombres hace siglos. 

Uno de los fundamentos de un sistema capitalista es la búsqueda de beneficio constante. Un ganador es el que hace limonada con los limones que le dio la vida y un perdedor es aquel que «no aprovecha», que «pierde el tiempo», que duda y «retrocede», que se lamenta en silencio. Tenemos que generar ingresos, ganancias, crecimiento, prestigio. Aprovechar la pandemia para terminar un proyecto, sacar ventaja, aprender inglés mientras dormimos, hacer lobby en un cumpleaños y escribir una canción sobre cómo nos acaban de hacer mierda. Numerosos estudios y estadísticas indican que las mujeres desarrollamos más actividades «no rentables» que los hombres: labores domésticas, tareas de cuidado, voluntariados, etc. ¿Está mal? ¿Deberíamos como mujeres intentar pensar más en la recompensa que surge de nuestros movimientos o deberían los hombres pensar menos en ella? La idea de un empoderamiento centrado en la capacidad de generar dinero,  ¿es feminista? 

El cantante que hace mucha plata, además de ostentarla, utiliza su poder financiero para ubicarse en el lugar del «macho proveedor» y así atraer a la mujer que desea, como sucede en «Una noche en Medellín» (2022) de Cris Mj Te llevo una noche a Medellín/ Y te pago el gym»). Incluso cuando admiten no tener suficiente se comprometen a esforzarse para darle a su amada lo que ella supuestamente merece, como sucede en «Vida de rico» (2020) de Camilo («Y yo que tú no me acostumbraría/ A estar aquí en estas cuatro paredes/ Haría todo por comprarte un día/ Casa con piscina si diosito quiere»). Un dato interesante es que la esposa de Camilo, quien protagoniza el videoclip del tema junto a él, no necesita un esposo que le prometa una piscina: es la hija de Ricardo Montaner y actúa y canta desde que tenía cuatro años.

En paralelo a los hombres que prometen lujos y una vida glamorosa aparecen mujeres que primero exigen más, como Emilia Mernes en «Billion» (2019) («Me manda un million/ Yo valgo un billion») y al tiempo descubren que no necesitan a nadie para comprar lo que quieran, como cuenta en»La Chain» (2022) mientras hace alarde de su capacidad de multiplicar el dinero. «No hable’ de mí si no habla’ de negocio’/ Siempre sola, no necesito socio/ Las nena’ la rompemo’ y eso es obvio», dice Emilia, asociando la autonomía femenina de las mujeres ya no sólo con el empoderamiento y la independencia sino también con la frivolidad, el individualismo y el consumo desmedido («Fui pa’l mall y me gasté cinco mil/ Lo que tengo puesto vale tres mil/ Les molesta que yo sea la queen»).

Los hits musicales sobre el desamor no son una novedad. Grandes obras de todas las artes han surgido como resultado de un gran golpe, y la capacidad de reencauzar la fuerza potencialmente destructiva de una emoción o vivencia hasta convertirla en una obra conmovedora es una hermosa habilidad de los/as artistas. Pero Shakira no dice «Las mujeres ya no lloran/ Las mujeres crean». La pregunta «¿Cómo transformo este sufrimiento en arte?» se reformula, dando lugar a «¿Cómo hago para sacarle un rédito económico a mi dolor?», tal como cuenta Tini en «El último beso» (2023): «Y ahora que no estás tú/ Escucho una multitud/ Cantando las canciones que te hice a ti/ Toy convirtiendo еn money el tiempo que perdí». Paralelamente, el dinero no sirve sólo para garantizar la independencia económica sino como venganza, una especie de «Gracias a que me lastimaste me llené de guita». María Becerra apunta directo a la autoestima masculina al cantar «Y ahora estoy ganando más que tú con sólo una story» en «Wow wow» (2021). 

El 22 de febrero Tini asistió  a la entrega de los Premios Lo Nuestro y algunos medios compararon su cabello corto y rubio con el de Miley Cyrus. Cuando vi su discurso de agradecimiento al recibir el premio a Álbum del Año noté que también eran similares sus discursos. «Cupido fue un álbum muy especial en mi vida y creo que va a ser para siempre así. De vez en cuando viene bien que te rompan el corazón, viste», dijo Tini emocionada. 18 días antes, Miley Cyrus había contado un cuentito medio boludón sobre una mariposa al recibir el Grammy por «Flowers» (2023),  su hitazo de ruptura y amor propio,  y al cantar el tema cambió la letra y dijo «I started to cry and then I remembered I… just won my first Grammy!» mientras el público festejaba su grandioso presente. Se aplaude que una persona transforme su dolor en éxito y se espera que desarrollemos la capacidad de exprimir al máximo toda vivencia a la par que se estimula la producción de desechos, el descarte de objetos durante su vida útil y el desaprovechamiento de recursos. 

El tema que dice que las mujeres no lloran y facturan rompió varios récords mundiales. Fue el título de música latina más reproducido en Spotify en 24 horas, el más visto en YouTube en 24 horas, el más rápido en alcanzar 100 millones de vistas en YouTube y el más reproducido en Spotify en una semana, entre otros logros sorprendentes. Shakira debe haber llorado cuando descubrió que su pareja y padre de sus hijos se había enamorado de otra mujer, pero fueron más los dólares que las lágrimas. ¿El dolor se achica cuando el bolsillo crece? ¿Estamos confundiendo resiliencia y apatía, creatividad y productividad, aprovechamiento y explotación? ¿Quién o qué nos está obligando a mostrarnos triunfales incluso cuando estamos perdiendo? ¿Es necesario obtener una ganancia de todas las experiencias o podemos permitirnos que algunas cosas simplemente salgan mal? Las preguntas siguen y se acumulan, pero termino acá porque ha llegado el momento de asumir la enorme sensación de culpa que me genera haberle dedicado demasiado tiempo a pensar una frase de un tema pop, entonces me autopresiono para sacarle algo de jugo a todo esto. No estoy facturando, pero al menos no lloro por el valioso tiempo malgastado y mi falta de productividad.

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