Zivan organiza un festival punk como otros intentamos hacer cine: sobre «Zivan Makes a Punk Festival», de Ognjen Glavonic

Zivan Makes a Punk Festival, de Ognjen Glavonic pone a Juan Grattarola a pensar en las condiciones de producción del cine independiente en nuestro país

«Una película hecha sin presupuesto sobre la organización de un festival hecho sin presupuesto».

El logline de la película señala cómo se desarrollará la historia de este documental, que más que un documental, por momentos se transformará en una ficción de puro personaje. A su vez, esta línea también advierte de los tintes meta-cinematográficos, en donde se habla explícitamente, aunque de forma muy cuidada, de estar haciendo una película dentro de la misma película. 

La trama es simple. Zivan, un joven amante del punk y la poesía, cuenta con cuatro días para organizar un festival punk en un pequeño pueblo de Serbia. Zivan viene organizando este festival hace seis años pero esta vez se propone traer una banda eslovaca. Con más ambiciones que recursos, se enfrentará a los mismos problemas de siempre: falta de dinero, de tiempo y, otra carencia no menor, falta de público. 

Empiezo a ver la película. Veo al protagonista, solitario, pegando afiches de su pequeño festival punk por la ciudad y no puedo dejar de asociarlo con cualquier forma de arte independiente. Pero, sobre todo, pienso en cómo es, muchas veces, hacer películas en nuestro país, con recursos acotados o directamente autofinanciadas. Pienso en esas vicisitudes del mismo proceso creativo y de la realización de los proyectos. Me pregunto hasta qué punto no tener ciertos recursos como un presupuesto adecuado, tiempo suficiente, posicionamiento en el mercado o una casa productora con una trayectoria marcada es una excusa ―o no― para hacer películas y sobre todo documentales en este país. Zivan, en cambio, no se lo pregunta para hacer su arte. Tampoco se lo pregunta Ognjen Glavonic, el director de la película, cuya financiación está estimada en mil dólares. 

Este documental narra la historia de un soñador que emprende un camino quijotesco, imposible. Mientras avanza la trama, las posibilidades de llevar adelante el festival son cada vez más remotas. Bandas a las que no le puede pagar, mala iluminación, equipos de sonido que no puede transportar y, en el medio, Zivan lidiando con toda esta gestión e intentando, a pesar de todo, no abandonar el proyecto. El problema es que, más que ser percibido como un soñador, sus pares lo perciben como un loco, o directamente como un boludo.

Algo destacable de la película es que estamos tan cerca del protagonista que logramos interiorizarnos realmente en lo que vive durante la organización del festival. No porque le tengamos lástima ni mucho menos, ya que se filtra completamente su humanidad en sus enojos, a veces en malos tratos hacia otros personajes y por momentos en su personalidad malhumorada en sí, sino porque el director se encarga de retratar de cerca y pareciendo no perder momento alguno de la travesía de Zivan hasta llegar al fin del festival. La realización nos hace creer, como espectadores, que estamos dentro de esas ficciones donde nada parece estar sucediendo pero a la vez nos atrapan por completo con esos pequeños obstáculos que mueven al protagonista durante la trama.

El festival en sí mismo no tiene nada de espectacular. El resultado es el esperado: poco público, mal sonido, cortes por problemas técnicos, algunos abucheos y Zivan recitando su poesía punk entre corte y corte. Pero todo lo que hace que nosotros pudiéramos interpretarlo como un fracaso no se ve así desde los ojos de Zivan. Al final, él quiere que este evento salga adelante y lograrlo por sus propios medios. Hay algo admirable en este personaje más allá del resultado del evento. Aparte de que no conoce de excusas, su noción de éxito se desliga casi del todo del resultado, disfrutando así de todo el proceso.

Así como Zivan, los realizadores no siempre tendremos el mejor presupuesto, el mayor de los tiempos u otros recursos para hacer nuestros proyectos realidad. Sería un falso optimista si dijera que no hay excusas para no hacer películas. Pero también hay documentales, tales como este, que pueden filmarse por mucho menos de lo que parece. No se necesitan grandes equipos técnicos ni cámaras carísimas para realizar algo así. El problema está en el cine que queremos hacer versus el que realmente podemos hacer. Es frustrante cuando los medios no están en el camino, pero es igual de frustrante quedarse estancado con un proyecto cuando lo que nos mueve en un principio son las ganas de verlo realizado y de atravesar la totalidad del proceso disfrutándolo.

Deja un comentario