Cuaderno de Afuera: «Los nuevos Tinellis», por Micaela Domínguez Prost

Hace muchos, muchos años, el consumo cultural-popular diario en Argentina (y en varios países de Latinoamérica) giraba en torno a un treintañero y su programa de televisión. Marcelo Tinelli conquistaba las noches menemistas con su carisma y desfachatez, rodeado de un grupo de hombres graciosos que imponían frases y tendencias en producciones cada año más impactantes que incluían viajes, estrellas internacionales y grandes despliegues. Tinelli caía bien porque era una estrella que se comportaba como un amigo más. Un tipo de clase media que no olvidaba de dónde había salido, aprovechando la visibilidad que le daba la tele para difundir las bondades de su Bolívar natal, un pequeño pueblo de la provincia de Buenos Aires. Un tipo familiero, que se emocionaba hasta las lágrimas con cualquier gesto de amor de sus hijas y que se fue enamorando en vivo de Paula Robles, una de sus bailarinas. Un tipo cercano, que se reía de todo y de todos, que parecía divertirse jugando cuando en realidad estaba conduciendo y produciendo el mayor fenómeno mediático de la década. Videomatch (llamado posteriormente El show de Videomatch) se emitió desde 1990 hasta 2004 en Telefé, y durante esos años de éxito Tinelli además compró una radio y un club de fútbol español, creó una maratón en honor a su difunto padre, fundó una productora, un equipo de vóley en Bolívar y una fundación de acción social; acumuló premios, millones y poder. 

Pero los tiempos cambiaron y Videomatch también. El programa se mudó de canal, reversionó su nombre, y abandonó los sketches y cámaras ocultas para dar paso a un reality show de baile que también logró durante varios años liderar el rating hasta que empezó a caer por ofrecer siempre el mismo producto a una audiencia que se transformaba. Marcelo Tinelli hoy tiene 64 años y ha sido noticia en las últimas semanas por varios motivos, todos ellos malos: su entrevista a Lionel Messi fue vista por muy poca gente, su programa recorriendo Miami junto a su primo fue sacado del aire de América debido al bajo rating, conductores colegas sugirieron que el público ya no lo acompaña y que Tinelli está prácticamente cancelado, y las redes se llenaron de memes que se burlaban de sus fallidos intentos por seguir pareciendo un pibe, obsesión que lo lleva a realizarse numerosos retoques estéticos, salir con mujeres más jóvenes que sus hijas y forzar un personaje de sex symbol irresistible y canchero. La popularidad del otrora rey indiscutido de la televisión decayó, entre otras razones, porque la televisión misma dejó de ser la principal fuente de información y entretenimiento de la sociedad. Los jóvenes del siglo XXI fueron conquistados por canales de streaming que parecen haber dejado atrás las formas y recursos de Tinelli, que parecen proponer otras formas de generar contenido y relacionarse con el público, que parecen incorporar caras nuevas, que parecen revolucionar los medios. Que parecen. 

El nuevo treintañero estrella se llama Nico Occhiato. Sus primeras apariciones en los medios sucedieron, al igual que las de Tinelli, cuando era un joven algo tímido que aún no sabía para dónde dispararía su carrera. Ambos habían incursionado en numerosos rubros para hacer unos pesos – Tinelli como limpiabotas y vendedor de helados, Occhiato como repartidor y fletero – y querían aprovechar el posible cambio de rumbo que les daba la televisión. El salto a la popularidad de Occhiato se dio, justamente, en el programa de Tinelli, Bailando por un sueño, cuando luego de varias apariciones en la tribuna como novio de Flor Vigna, en 2019 compitió como concursante y resultó ganador del certamen. Nico bailaba bastante mal, pero supo explotar una de las cartas que tan bien sabía jugar Tinelli: la familia. Cada vez que Nico estaba por bailar sonaba una tarantela y sus abuelos aparecían con pastafrola casera y griterío tano, conquistando los corazones de toda auténtica familia argenta. En 2021 Nico fundó su propia productora de contenidos audiovisuales, y como él también es un pibe de barrio que no olvida sus orígenes la llamó «Luzu» en honor a su ciudad, Villa Luzuriaga, ubicada en el partido de La Matanza. El canal de streaming de Luzu fue un éxito, especialmente el programa comandado por Occhiato, «Nadie dice nada», y en pocos años vinieron la plata, el crecimiento, el rol de productor todoterreno y la fama de soltero codiciado. Pero también Nico se fue enamorando en vivo de una bailarina que trabaja en su programa, Flor Jazmín Peña, quien es su actual pareja y coconductora. Al ver a Nico al frente de su programa resulta evidente que creció viendo Videomatch y Showmatch. A veces, por ejemplo cuando grita para darle la bienvenida a un invitado, me da la sensación de que se contiene para no caer en una imitación demasiado obvia y directa, pero aún así hay dos de sus comportamientos que me remiten directamente a las décadas de oro de Tinelli. En primer lugar: la estrategia del boludo. Tinelli y Occhiato generan simpatía y cercanía actuando el personaje de nuestro amigo más loser. Hace un año el cantante Sebastián Yatra visitó «Nadie dice nada» y se sacó la remera para intercambiar su ropa con la de Nico, quien se tapaba el torso y decía estar avergonzado al exhibir su cuerpo al lado de uno «más trabado». Exactamente lo mismo hacía Tinelli cuando tenía cerca a Christian Sancho o Luciano Castro. Ambos se muestran como hombres sin miedo al ridículo, generando situaciones «graciosas» cada vez que intentan copiar pasos de baile o competir con deportistas. Hay una «cara de nabo» puntual que hace Nico, abriendo los ojos mucho, mirando a cámara y a su interlocutor alternadamente, como buscando entender, que me hace viajar a la pantalla noventera de mi infancia. Para más pruebas basta ver alguna de las emisiones de «Luzu Kids», sección en la que Nico es «paseado» por un grupo de niños y niñas, tal como le sucedía a Tinelli cuando llevaba infantes a contar chistes, bailar o simplemente tomarle el pelo. El hecho de que Nico esté tan de moda y Tinelli tan en decadencia a pesar de que ambos usen los mismos artilugios del humor se explica por la diferencia de edad: en nuestra sociedad, que un tipo relativamente joven haga el ridículo es gracioso, que un tipo viejo haga el ridículo es ridículo. Esto también explicaría porqué la principal crítica que recibió la entrevista de Tinelli a Messi fue que era «demasiado autorreferencial», cuando en los programas más vistos de Luzu sus conductores pueden pasar largas horas contando con un nivel de detalle desesperante qué hicieron el fin de semana. En nuestra sociedad, que un joven cuente su vida es interesante, que un viejo cuente su vida es aburrido. 

El segundo comportamiento en común entre ambos conductores/dueños es el de «jefe copado». Siempre me incomodó el vínculo pasivo-agresivo (o en ocasiones directamente agresivo) que tenía Tinelli con sus empleados, esos intentos por hacer chistes y bromas ante la cámara para simular una amistad irremediablemente poco horizontal. Las gastadas a Larry de Clay cuando perdía Boca, la manito en el hombro ejerciendo presión para obligar a alguien a seguir una broma o las ingestas forzadas de productos que auspiciaban el programa simulaban un «buen ambiente laboral» que años más tarde varios de los comediantes que trabajaban allí se encargarían de desmitificar. Hoy en Luzu hay una vibra parecida: Nico «hace chistes» y expone a sus empleados en vivo cuando alguno de ellos llega tarde o se olvida de hacer una tarea importante, y todos ríen, a veces de forma honesta, a veces más forzada, pero siempre ríen, como todos sabemos que debemos reír cuando nuestro jefe quiere ser gracioso. Pero si bien Nico Occhiato, ese nuevo galán barrial, familiar, descontracturado y a la vez controlador, es la reencarnación en vida de Tinelli, no es Luzu el canal que mejor supo reproducir el fenómeno Videomatch. 

En junio de 2023, cuando Luzu lideraba con comodidad el universo streaming, nació Olga, canal creado por los hermanos Bernarda y Luis Cella junto a Miguel Granados. En un principio se creía que la batalla a diario por los seguidores y la diversidad de propuestas de ambos canales replicaría la pica noventera entre Tinelli y Mario Pergolini. Algo de eso hay en términos de contenido: Olga, al igual que «Caiga quien caiga», el programa de Pergolini, se presenta como un canal que no por ser humorístico deja de lado el debate político, social y cultural. Las charlas superficiales son seguidas por columnas más intelectuales, ofreciendo una programación entretenida, variada y consciente de su contexto (o al menos esa era la idea inicial). Luzu, por su parte, tal como sucedía en Videomatch, es una burbuja en medio del caos. También apela al humor y a las charlas descontracturadas, pero éstas siempre orbitan los mismos temas. Los debates que proponen están en su mayoría relacionados con las relaciones de pareja, las citas, las amistades, los vínculos cercanos. Es decir, el ser humano como individuo narcisista que habita un universo individual minúsculo y se desentiende del mundo. Resulta «divertido» entrar a Luzu para ver de qué están charlando en los días posteriores a elecciones o en fechas importantes. Las charlas suelen andar en esta línea:»¿Existen las malas vibes?», «¿La guita afecta a la hora de tener una cita?», «¿Se puede estar enamorado de dos personas?», ¿Procrastinar es de cagón?», «¿Diste autocringe alguna vez?», «¿Le gusto o estoy flasheando?». 

Sin embargo, la competencia entre ambos no termina de parecerse a la de Tinelli y Pergolini, de hecho hay días en los que los contenidos que ofrecen ambos canales resultan casi indistinguibles. Es más bien «Tinelli vs Tinelli», «Tinelli conductor vs. El universo Tinelli», una nueva esencia tinellesca que para mantener su vigencia se desdobla y multiplica. En términos de producción y composición, es Olga y no Luzu el canal que reproduce el espíritu de Telefé de los noventa. Basta ver alguno de los nombres que conforman el canal para comprender la herencia de un modus operandi. Luis y Bernarda Cella son hijos de Luis Cella, quien trabajó como productor televisivo durante más de 30 años, destacándose su labor como el histórico productor en Telefé del programa de Susana Giménez. Luis y Bernarda crecieron codeándose con la crème de la crème nacional e internacional. «Cuando era chiquito, en el colegio y en el jardín pensaban que inventaba mi vida, porque cuando me preguntaban qué había hecho el fin de semana, decía que había ido a Miami con Susana Giménez o que había estado en Acapulco en la casa de Luis Miguel», contó Luis hijo en una entrevista en Infobae. Los contactos que hicieron los hermanos Cella gracias a su padre dan sus frutos hoy en Olga, que se dio el lujo de tener sentados en su estudio a estrellas de la talla de Ricardo Darín, Wanda Nara o la mismísima Susana Giménez. El tercer socio, Miguel Granados, es hijo de uno de los humoristas más recordados de Videomatch, Pablo Granados. El programa furor de Olga, «Se extraña a la nona», es conducido por Yayo, otro de los humoristas de Tinelli. Incluso el hijo de Adrián Suar, Toto Kirzner, trabaja en Olga, recordando las apariciones de su padre cada primer programa del año de Tinelli en Canal 13, cuando ambos productores hacían una especie de sketch bizarro «chicaneándose» y pasándose factura por desacuerdos pasados. Varias de las figuras de Olga aparecen cada semana con nuevos personajes que, al igual que los de Videomatch, hablan con muletillas que se vuelven virales y crean canciones que se ponen de moda. El grado de despilfarro y despliegue de producción de Olga recuerda la televisión argentina de los noventa, cuando el 1 a 1 permitía viajes absurdos y figuras internacionales. En su año de vida, Olga ha hecho recitales y desfiles en sus estudios en el barrio de Palermo, sus integrantes han viajado varias veces a Miami, sus programas han tenido presentaciones en el Movistar Arena, hicieron un homenaje a Spinetta en el Teatro Colón, un festival multitudinario para celebrar el día del trabajador y transmisiones en vivo desde distintas locaciones reproduciendo la estética del estudio. Hay conocimiento del know-how de grandes producciones, hay recursos, hay contactos, y hay plata, mucha plata, plata que no tienen problema en ostentar en un país que atraviesa una profunda crisis económica y social. 

Hoy son Olga y Luzu las dos propuestas que lideran, pero son varios los canales de streaming o «radios que se ven» que han ido reemplazando a la televisión: Blender, crítico e intenso. Vorterix, cool, punzante y pionero en esto de que podamos ver gente charlando alrededor de una mesa. Urbana Play, dinámico y más bien «radial-clásico». Gelatina, politizado y profundo. En la era digital, la generación Z y los millennials más jóvenes eligen entretenerse e informarse con la novedosa programación disponible en Youtube u otras plataformas, convencidos de que la televisión tal como la consumieron sus padres ha quedado totalmente atrás. Pero basta ver los nombres de quienes conducen algunas de estas propuestas para preguntarnos si lo que se ofrece es realmente tan rupturista. El hijo de Roberto Pettinato, los mencionados hijos de Adrián Suar y Pablo Granados, la hija de Guillermo Francella, la hija de Mariano Iúdica, los hijos de Roberto Moldavsky, el hijo de Mario Pergolini y el hijo de Florencia Peña son sólo algunos ejemplos que confirman que la gran familia televisiva no ha muerto sino que simplemente se mudó de casa, incluyendo en su nuevo hogar también  varios ex Cris Morena como Agustín Sierra, Yeyo de Gregorio, Mica Vázquez o Gimena Accardi, el ex Patito Feo Santi Talledo o la ex actriz de Violetta Cande Molfese. El streaming más mainstream actual es tan sólo una continuación de los contenidos que supieron conquistar la televisión, manteniendo sus mismos códigos, sus fórmulas, sus apellidos y sus recursos para distraernos de los estragos de un gobierno neoliberal. En los programas más exitosos predomina la improvisación por sobre la planificación, por lo que la antigua lucha por un punto de rating es reemplazada por constantes intentos de generar un «recorte viral». Los conductores de streaming y los personajes de Tinelli se disfrazan, se suben arriba de la mesa, bailan, corren, salen a la calle con la cámara, se entregan al show cual grupo de adolescentes jodones en un viaje de egresados. En ese universo impredecible y cambiante existe una única regla de oro: si no le seguís cualquier boludez que proponga en vivo alguno de tus colegas, sos aburrido y no servís. 

Existe, sin embargo, una pequeña luz de esperanza que me hace creer que no estamos atravesando un revival eterno de Videomatch: la creciente participación de mujeres. Videomatch era un programa de chabones. Un grupo de tipos copados, graciosos y creativos (o al menos es lo que les hicieron creer) que determinaban las condiciones del humor, que decidían de quién burlarse y que se festejaban mutuamente sus ocurrencias. También en Caiga quien caiga o en los programas de radio de mayor audiencia eran todos hombres. Hoy recorro los canales de streaming y veo que en la mayoría de los programas hay al menos una mujer, y que muchas de ellas son inteligentes y divertidas. Sin embargo, el programa más popular de Olga, «Se extraña a la nona», es conducido por cinco tipos. El más popular de Vorterix, «Paren la mano», por cuatro. Los que imponen formas de hablar, los que llevan el mando del programa, los que hacen las entrevistas en profundidad siguen siendo, excepto algunas excepciones, hombres: Luquitas Rodriguez, Pedro Rosemblat, Tomás Rebord, Guille Aquino, Martín Garabal, etcétera. Las pocas mujeres al frente de su programa, como Nati Jota o la Negra Vernaci, rara vez se comunican con otra mujer ya que están casi siempre rodeadas de tipos, desaprobando en pleno 2024 el test de Bechdel. Al igual que en los años dorados del tinellismo, son ellos los graciosos, los que proponen, los que le marcan el pulso al humor; y son ellas las que se tienen que adaptar. Tres décadas después del suceso de Videomatch, Tinelli reencarnó en Occhiato, su programa en Olga, y las mujeres, al parecer, deberíamos asumir el rol de la Enana Feudale: una mujer cuya única función y destino es estallar en una sonora carcajada cada vez que un hombre hace un chiste. 

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