Nicolás Campisi reseña The Topeka School, ultima novela a la fecha del norteamericano Ben Lerner (1979)
Los libros de Ben Lerner son experimentos con el tiempo histórico y narrativo en una época de emergencia planetaria. Su última novela, The Topeka School (Farrar, Straus and Giroux, 2019), vuelve a los tempranos años noventa, después de la caída del muro de Berlín, de que Francis Fukuyama decretara el “fin de la historia” y antes de que la familia Clinton se mudara a la Casa Blanca. Lerner hace una prehistoria del presente, capturando “el ruido de fondo del fin de la historia” y trazando los puntos de continuidad entre la década de los noventa y los años de la presidencia de Donald Trump: masculinidad tóxica, racismo, discurso anti-inmigratorio y tergiversación de la verdad. Porque la novela, como lo anuncia su título, transcurre en Topeka, Kansas, la ciudad donde creció el propio Lerner y el estado donde empezó su carrera política el senador republicano Bob Dole (el contrincante de Bill Clinton en las elecciones de 1996). Pero The Topeka School es también una prehistoria de Adam Gordon, el narrador de la primera novela de Lerner, Saliendo de la estación de Atocha (2011), que en aquel entonces (por 2004) acababa de graduarse de la universidad y ahora se encuentra en el último año de la secundaria. The Topeka School se estructura a partir de una serie de voces intercaladas: la primera persona de los padres de Adam (Jonathan y Jane) y una tercera persona omnisciente que se enfoca en las acciones de Adam y un compañero de escuela, Darren Eberheart, quien encarna la violencia machista de las clases medias-bajas blancas que emerge con ímpetu hacia el final de la novela.
En The Topeka School, la idea del fin de la historia se refleja en las descripciones de un período en el que imperan las “sustracciones” de lo real. Así es como los personajes describen el vértigo que sienten frente a un mundo que siempre está mutando en versiones un poco diferentes de sí mismo: un mundo de café sin cafeína, de cerveza sin alcohol, de historia sin historia (lo que Žižek llama, siguiendo a Baudrillard, “el desierto de lo real”, lo que Lipovetsky define como “tiempos hipermodernos”). La novela comienza en un barrio suburbano de casas prefabricadas e idénticas entre sí (el narrador las llama McMansiones) y rodeadas por un lago artificial. Adam, que tiene la sensación de estar habitando todas las McMansiones al mismo tiempo, entra en la casa incorrecta y sólo después de varios minutos logra percatarse de ello. De hecho, The Topeka School tiene como uno de sus temas centrales el carácter intercambiable y vacuo de los hombres blancos, una vacuidad que se va llenando de misoginia, xenofobia y violencia conforme avanza la narrativa.
El vértigo es un síntoma recurrente en los personajes de Lerner y, en particular, en su alter ego Adam Gordon. En Saliendo de la estación de Atocha, Adam experimenta una sensación de ilegitimidad cuando, en un viaje a Granada con su novia española, no visita la Alhambra y camina sin rumbo por la ciudad, sintiéndose “un personaje de El pasajero, una película que no había visto”. El mismo Adam que les miente a sus amigos españoles afirmando que sus padres son unos fascistas mussolinianos; el mismo que, el día anterior al atentado terrorista en la estación de Atocha, gasta todo el dinero de su beca en una habitación en el Ritz (“Cuando la historia había cobrado vida, estaba durmiendo en el Ritz”). El narrador de 10:04 (2014)–que no es Adam sino “Ben”– siente un vértigo sublime por la cantidad de vidas que se yuxtaponen en las calles y los edificios de Nueva York, y también por la convivencia de diferentes planos temporales en una misma época, como cuando presencia el centelleo de una vela que parece estar alumbrando tanto el presente como varios momentos del pasado (una despersonalización similar a la que Adam experimenta cuando se mueve por todas las casas simultáneamente). Por eso no sorprende que en The Topeka School, Lerner cuestione la creencia milenarista en el fin de la historia desde un presente que muestra la contracara del supuesto triunfo del liberalismo: la transformación de las democracias en gobiernos autoritarios que manipulan la verdad o que niegan las causas y los efectos del cambio climático.
The Topeka School también se centra en la labor de la Fundación, una especie de “Clínica Mayo para la mente” donde trabajan los padres psicoanalistas de Adam. Él, Jonathan, encargado de la rehabilitación de “lost boys” (niños perdidos); ella, Jane, una psicóloga clínica cuyo trabajo aborda perspectivas feministas sobre la familia y autora de un bestseller sobre la ira femenina (un personaje modelado a partir de la madre de Lerner, Harriet, así como la Fundación es una figura de la clínica Menninger). A través del personaje de Jane y su inserción en la comunidad de Topeka, se nos revela el inconsciente de una sociedad sexista, racista y férreamente cerrada sobre sí misma. También presenciamos los continuos intentos de sabotaje del trabajo de Jane por parte de los habitantes conservadores de Topeka, que la llaman despectivamente “the Brain” (el Cerebro) y la acusan de feminazi y apologista de los derechos de los homosexuales. Más tarde, el violento acto de vandalismo que sufre el edificio de la Fundación devela el inconsciente del Sur profundo y la impotencia de una sociedad que sólo puede acudir a la compra de fármacos para lidiar con el presente.
Pero el síntoma más evidente de que la historia ha llegado a su fin quizá sea la manipulación del lenguaje, la elaboración de verdades artificiales a través de la centralidad que ocupa el debate escolar en la trama narrativa. En Estados Unidos, el debate es considerado un deporte de high school en derecho propio y Lerner hace una crítica mordaz de una actividad que, en vez de servir para el desarrollo de un discurso autónomo y enriquecedor, ha devenido un vehículo de producción de alternative facts (hechos alternativos). La novela se centra en momentos de glosolalia, en los que el lenguaje se desvanece mediante la vocalización de palabras y oraciones sin sentido. Esto sucede cuando algunos oponentes de Adam, anticipando el discurso de miembros de la administración Trump como Kellyanne Conway, recurren a un procedimiento discursivo que el narrador llama the spread: una enumeración tan vertiginosa de datos (muchos de ellos verdades a medias o mentiras) que arroja al interlocutor en un estado de parálisis, incapaz de refutarlos a todos de manera efectiva.
Lerner sitúa en este momento histórico las semillas de lo que hoy llamamos la posverdad, ya que nos enteramos de que el maestro de debate de Adam, Evanson, terminó siendo la mano derecha de un gobernador republicano de Kansas que se convirtió en modelo de campaña de la administración Trump. Evanson es el pionero del método spread: le dice a Adam que, en los debates escolares, intercale referencias cultas con citas de periódicos provinciales, que les muestre a los jueces la convivencia de su lado cosmopolita-liberal con sus raíces sureñas. Que actúe, en otras palabras, como un político montando una campaña en swing states (estados bisagra), haciendo promesas lo suficientemente convincentes para que los jueces voten por él, aún a sabiendas de que nunca podrá satisfacerlas.
En una entrevista reciente con la escritora Maggie Nelson, Lerner aseguró que “el fin de la historia” fue una fantasía de los tecnócratas liberales blancos que, tras la victoria de Clinton y la entrada a una supuesta era pos ideológica, pensaron que iban a solucionar los problemas del mundo por cuenta propia. 10:04 se desarrollaba en una Nueva York que tenía como telón de fondo las protestas del movimiento Occupy Wall Street y el desastre ecológico que significó el Huracán Sandy, el cual dejó a media ciudad a oscuras y a varios de sus habitantes a la intemperie. En cambio, The Topeka School hace una arqueología de los retos que las minorías enfrentan cotidianamente en los Estados Unidos de Trump. En el último capítulo Adam, su esposa y sus dos hijas asisten a la ocupación colectiva del edificio de ICE (el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de los Estados Unidos) en protesta por la excarcelación de niños migrantes en la frontera. Ante un presente acechado por la amenaza del cambio climático, la imposición de nacionalismos blancos y la marginación de cuerpos disidentes, la novela de Ben Lerner plantea una búsqueda incesante de las raíces de esta era apocalíptica en que la sintaxis se ha evaporado y la historia ha abandonado sus fantasías de progreso. Porque, como dice uno de los narradores de la novela, “la historia no ha terminado, está en pausa” y los personajes de The Topeka School hacen todo lo posible por volver a iniciarla.
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