You, la serie de Greg Berlanti y Sera Gamble que tras fracasar en la TV fue un éxito de Netflix, vista por Irene Delponte
Le pedí por favor que mirara el primer capítulo, o cualquier otro; uno al menos, o ni eso: veinte minutos, en fin, lo que pudiera, lo que su corazón frío y vulnerable fuese capaz de tolerar. A los tres minutos tuve que sacarla, me respondió. El recurso de la voz en off, agregó, me da arcadas… Me hace acordar a cuando mi vieja me obligaba a comer arroz con atún o canelones de acelga y espinaca.
Todo eso es You, y tal vez, además, tenga arvejas.
Hay algo que me resulta misterioso: las críticas de la serie no terminan de ser del todo malas ni del todo buenas. ¿Cómo puede ser?, me pregunto mientras pienso qué almorzar sin tener que moverme, si fracasó estrepitosamente en TV (en el canal Lifetime). Tal vez sea porque el público jóven de Netflix, donde fue vista por más de 40 millones de personas, hypeó la serie en las redes de tal manera que fuimos muchos, críticos incluídos, los que caímos en la trampa.
Me encantaría encarar esta crítica disfrazada de otra cosa desde varias perspectivas: de género, audiovisual, técnica, pero por algún motivo pienso que somos muy pocas las personas que pensamos que esta pieza es una bazofia irreverente.
Quizá se deba al recurso hiperagotado (en la serie) del voiceover. Es irritante y no existe el secreto si lo usamos tanto. Abusar de este recurso puede deberse a que tal vez no encontramos mejor manera de narrar la historia y es tan molesto como cuando mi abuelo te iba comentando la película y no podías pedirle que hiciera silencio.
He llegado a escuchar, en charlas informales, con amigas, que la serie tenía perspectiva de género porque, cito palabras textuales, “muestra cómo un femicida puede ser una persona adorable en su vida social”. Sí, bueno, los homicidas, femicidas o Columbine kids no necesariamente son Freddy Krueger, Jason o el pescador con la cara rota de Sé lo que hicieron el verano pasado y tampoco es la primera vez que un psicópata posee una personalidad encantadora, en ficción o en la vida real.
En la serie, sin embargo, los estereotipos de género viven y luchan: el grupo de amigas de Beck son unas basic bitches que siempre critican a la que no está —no existe la camaradería porque, claro, así somos las mujeres; la dosis pretenciosamente innecesaria de lesbianismo para justificar una relación “tóxica” entre amigas, y, claro, el hecho de que él la manipule, asesine a su mejor amiga y al final a ella, no nos cuentan nada que no hayamos visto antes.
Sigue hablando en off, no puede parar. Mientras tanto, las falencias en la verosimilitud del relato la vuelven una bazofia exquisita. Creo, por ejemplo, que no hace falta haber estado en New York para darse cuenta de ciertas cosas… Es de público conocimiento que fue una ciudad imposible durante los años 70 y 80 y que comenzó a “mejorar” gracias a la aplicación de las políticas públicas de cuidado ciudadano llamadas “Tolerancia Cero” (a partir de 1982 aprox.) y que esta mejoría culminó con los dos exitosos gobiernos municipales de Rudolph Giuliani (1993 y 1997). ¿Qué pasa hoy en pleno Manhattan y aledaños? Un patrullero por esquina, cámaras de seguridad por todos lados, prohibición de usar gorra o sombrero en lugares públicos (cof, cof), beber alcohol en la vía pública, pintar paredes con aerosol y orinar detrás de un árbol. Esta breve puesta en contexto neoyorquina sirve tal vez para romper el hielo sobre la gorra. La gorra de Joe.
Creo que en cualquier escuela de cine, en primer año, ponen el ejemplo de los lentes de Clark Kent/Superman y cómo cuando se los saca y se pone el traje de superhéroe ya nadie lo reconoce. Pero, ¿ejemplo de qué? De la diégesis. La diégesis es el un universo ficticio y verosímil —la keyword es verosímil— en el que sucede la acción. ¿Y qué tiene que ver esto con la gorra de Joe y los lentes de Clark? Bien: en el universo de Superman el narrador cuenta la historia de un bebé con fuerza sobrehumana y capacidad de volar que cayó del cielo en una granja y cuya debilidad es una sustancia llamada kriptonita. Con todo esto, es casi que un detalle incuestionable el tema de los lentes; es decir, podemos reírnos una o dos veces a los 10 años, pero luego entendemos de que es parte de un universo diegético verosímil.
¿Y la gorra? Dios, la gorra. En New York te hacen sacar las gorras para entrar a un minimercado o estación de servicio (bah, en Montevideo también), pero enYou hay un solo tipo de gorra adentro de un bar, literalmente a dos sillas de distancia, y nadie se da cuenta. Nadie. Está de gorra y solo. Yo estaría llamando al 911. Y como no estamos en un mundo sobrenatural, lógicamente la gorra no lo vuelve invisible (a menos que en la tercera temporada haya un plot twist en que resulte que todo había sido un sueño o que en realidad estuvo en coma todo este tiempo).
¿Dónde vive Joe y por qué llega rápido a cualquier parte de Manhattan cuando se le antoja darle unos puñetazos a alguien? ¿Por qué no hay nadie —ni cámaras— en el Central Park cuando le pinta asesinar a la amiga obse de Beck? ¿Por qué cuando “desaparece” el novio hipster de Beck, hijo de un hombre influyente, Joe tuitea dos boludeces desde el iPhone del finado y ya nadie, nunca más, pregunta por él? Ni Tommy Wiseau se atrevió a tanto.
Nobleza obliga, debo decir que el último capítulo fue el mejor en cuanto al manejo rítmico del misterio, que realmente me aceleró el pulso: el cliffhanger me tuvo un año ansiosa. Pero no esperaba tanto.
No hay mucho más que agregar, excepto que, intuyo, hubo intenciones de que fuera sátira, de que realmente fuera ridícula. De no ser así, entonces pienso que era más digno apelar a un deus ex machina que poner a Joe (a partir de la segunda temporada, y por varios capítulos, Will) a montar su caja de vidrio blindado en un depósito en Los Angeles. ¡La caja era desmontable, gente! ¿la habrá traído en el bolsito que levantó de la cinta del aeropuerto? ¿La habrá desarmado y enviado por FedEx? ¿Nadie en ese depósito sospechaba cuando entraban dos personas y salía una o una con una bolsa negra gigante? La gorra, a esta altura, ya es lo de menos. Los guiños a los abusos en Hollywood, el estereotipado excesivo del angelino, remontan un poco la ridiculez de cuando le cortan un dedo, se lo envuelve y nada, todo bien.
Finalmente, si acaso alguien veía una luz al final del túnel: la temporada dos termina con él siendo prácticamente una víctima de la psicópata millonaria de la que se enamora (Love se llama, porque no puede enamorarse de una mujer que no tenga un nombre estúpido). Él, un femicida arrepentido, que solo mató a dos o tres lúmpenes no más —pero a ninguna mujer, en esta temporada— ahora está preso de la más manipuladora de las mujeres. Que dicho sea de paso, le “hizo un hijo”, cual novela mexicana. ¿Moraleja? Joe fue un pobre tipo, nos lo cuentan los soporíferos flashbacks a su infancia. Un pobre tipo cuyo destino era inevitable pero que, una vez que se arrepiente, cae en las garras de esta horrible mujer que, claramente, es más psicópata y más inteligente que él. ¿Justicia? No, para nada, solamente más misoginia.
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