El esqueleto semántico de la moda: sobre “El sistema de la moda”, de Roland Barthes

Verónica Manavella se adentra en la obra de Roland Barthes (1915-1980) como parte de nuestro especial a cuarenta años de su muerte

Que mucha gente se sienta excluida de la “moda” no es casualidad. Al menos eso es lo que busca mostrar Roland Barthes en El sistema de la moda, un libro que parece haber quedado perdido en el mar de prodigiosa retórica que es la totalidad del trabajo del gran semiólogo francés. Aunque es uno de los libros más citados de la bibliografía sobre moda (que se reúne mayoritariamente en la sección de sociología de las bibliotecas universitarias del mundo occidental), no es de los más conocidos del autor. No obstante, basta con abrirlo y leer la primera oración del prólogo para saber por qué: se trata de un volumen de semiología pura y dura, “condenado a presentarse sólo” y sobre el cual el autor promete proveernos solamente el origen. 

Antes de indagar este misterioso método que se presenta como autónomo desde el primer párrafo, es preciso saber que El sistema de la moda fue publicado en 1967 y escrito entre 1957 y 1963. Por lo tanto, la moda a la que se refiere el autor es, indefectiblemente, la de aquella época, detalle no menor que explica —o eso suponemos— la curiosa imagen que adorna la tapa, al menos en la edición actual de Seuil: una fotografía del célebre vestido Mondrian del diseñador Yves Saint Laurent. No hay nada de esta tapa que no grite “años sesenta”. Ésta será una de las pocas referencias temporales, no obstante, de la cual podremos aferrarnos cuando el rigor analítico que caracteriza a la semiología nos azote en la cara con violencia al inaugurar el primer capítulo.

Pero no nos adelantemos. En el prólogo, conciso, de amena lectura y escrito en una extraña tercera persona, el autor introduce su tema de estudio: la Moda escrita, “más exactamente, la moda descripta”, y no la Moda real. Es decir, el El sistema de la moda concierne solamente aquello que entendemos por “moda” a través de las revistas, a partir de las cuales el autor construirá un sistema de sentido, que existe dentro de la lógica discursiva de dicha literatura pero que, aclara Barthes, instituye una realidad “fundada sobre el lenguaje humano”. 

Esta suerte de reseña parte de la creencia de que hay que leer este volumen de Barthes en particular por un motivo muy simple: no puedo evitar ver reflejada en las líneas del El sistema de la moda un retrato de la sociedad actual de la que rara vez solemos darnos cuenta. Barthes se limita a describir cómo se construye el intrincado sistema discursivo que fundamenta una de las industrias más sólidas de este mundo (lo era en los años sesenta y lo sigue siendo hoy, incluso a pesar de pandemias y crisis); también podemos trasladar esta fórmula a todos los sistemas discursivos que se nos presentan como naturales (los diarios, la publicidad, el entretenimiento) y que esconden, como la moda según Barthes, una “razón subyacente”. No se trata aquí de denunciar la malicia (supuesta o cierta) de tal razón: simplemente se trata de describirla, desmenuzarla, reconstruirla e interrogarla. Dicho esto, Barthes concluye su prólogo con una serie de atinadas bombas a la razón de moda que le merece al libro, mínimamente, una mención honorífica a la atemporalidad: 

“La razón es, como ya sabemos, de orden económico. Calculadora, la sociedad industrial está condenada a formar consumidores que no calculan…”

“Para dormir la conciencia contable del comprador es necesario extender delante del objeto un velo de imágenes, de razones, de sentido, élaborer alrededor de él una sustancia indirecta, de orden aperitivo, crear un simulacro del objeto real, sustituyendo al engorroso tiempo de la usura un tiempo soberano, libre de destruirse a sí mismo a través de un acto de potlatch anual.”

“…la sustancia es esencialmente ininteligible: no es el objeto, no es el nombre que produce deseo, no es el sueño, es el sentido lo que vende.”

De esta forma, el prólogo nos ha adelantado ya todo lo que el sistema se propone demostrar. En mi experiencia, embarcarme en su lectura con esto en mente me fue sumamente desfavorable.

El sistema de la moda no traiciona: una vez terminado el lúdico prólogo, el lector ingresa en un mar pantanoso de semiología, en el que el autor procede a describir con metódica precisión todos y cada uno de los elementos presentes en los enunciados de las revistas de moda. El corpus estudiado son los números de junio de 1958 a junio de 1959 de Elle, Jardín de Mode, L’Echo de la Mode y Vogue; la finalidad, encontrar el sentido detrás del hecho social que son estas revistas. La premisa es simple; el desarrollo, extremadamente complejo. Al menos lo fue para mí, lectora debutante de filosofía, completamente ajena a la semiología, a la lingüística y a los Sa y los (significante y significado). Debo admitir que me adelanté pecaminosamente en la lectura varias veces, sobre todo cuando la prosa se volvía engorrosa o demasiado técnica. Para mi alivio y felicidad, el libro está dividido en tres partes bien definidas (qué menos se puede esperar de un texto que se profesa tan metódico): la estructura del significante, la estructura del significado y la estructura del signo; la lectura de esta última me fue sumamente interesante y justificó, de alguna forma, haber masticado casi 250 páginas de disección lingüística. 

En vez de adentrarme en el sinuoso camino del contenido del texto, para el cual no me encuentro en lo más mínimo calificada (insisto, vayan a leer a Barthes) me referiré, casi anecdóticamente, a ciertos datos aleatorios que pueden enriquecer alguna posible futura lectura de El sistema de la moda (o, mejor dicho, cosas que me hubiera gustado saber a mí antes de leerlo). 

Primero, que Barthes se basó en el sistema lingüístico de Saussure, a quien el autor nombra y contesta reiteradas veces, para elaborar su intrincada red de equivalencias entre la ropa y las (muchas) partes que la componen y las extrañas situaciones de la vida real a las que ésta es acordada (“las Carreras”, “vacaciones en Tahití”). Según Saussure, el signo lingüístico es la unión de un significado (representación mental) y un significante (imagen acústica). Para explicar la diferencia entre estas nociones, que serán de gran importancia a lo largo de la lectura, Barthes toma el ejemplo del color rojo, que es asociado a la prohibición más allá del color rojo en sí y de la idea de prohibición en sí. Es decir: el lenguaje humano crea sentido: el rojo se vuelve un signo, el color “natural” de lo prohibido, el sentido se sustancia a sí mismo. “La institución más social es ese poder que permite a los hombres producir lo natural”.

El método de conmutación, por otra parte, consiste en intercambiar significado por significante o viceversa, con el fin de encontrar las unidades sustanciales responsables de un posible cambio en la lectura o en el uso del lenguaje. Barthes reconoce dos pares de clases conmutativas que servirán de base a todo el resto del sistema: ropa y mundo (donde, de entre las infinitas variaciones que existen, una de ellas puede ser que tal prenda corresponda a tal situación), por un lado; ropa y Moda (donde la única variación permitida es que una prenda esté o no a la moda), por el otro. 

Segundo, (esto es más bien completamente anecdótico pero es curioso de constatar de todos modos) que todo aquello que está escrito coincide, por definición, con la Moda: “toda descripción de una prenda está sujeta a un cierto fin, que es manifestar, o mejor aún, transmitir, la Moda”. La moda se presenta así como un ente todopoderoso, omnipresente, la mayor parte de las veces implícito, en todo enunciado de la literatura estudiada.

Tercero, y último, que El sistema de la moda es un método fallido. Lo insinúa el autor mismo, de alguna forma, en el prólogo; lo confirma luego de haber publicado el libro en una entrevista. Algunas de las conclusiones que el método aporta son francamente sorprendentes (que “la pollera se acorta o se alarga cada cincuenta años”), pero el método no aporta mayores frutos que los mencionados y no es hasta más adelante en el texto que el autor nos provee un análisis pertinente sobre el efecto de la moda en nuestras vidas. Presto esta información a modo de advertencia, con la esperanza de que quizás explique por qué de a ratos parece un libro incomprensible. 

Insistiré nuevamente en que Barthes no concluye el método sin antes deleitarnos con algunas conclusiones que se alejan peligrosamente de la semiología (para nuestro beneficio) y dejan entrever una clara predilección del autor por la sociología, la filosofía, la psicología. A continuación, algunas de ellas:

  1. En su forma escrita, la moda es un fenómeno cultural autónomo, con una estructura original y una finalidad propia. 
  2. Podría decirse que la institución del signo de moda es un acto tiránico: “así como hay errores del lenguaje, hay faltas de moda”.
  3. Como el signo lingüístico según lo define Saussure, el signo de la moda es completamente arbitrario, ya que es elaborado cada año por el fashion group (¿los tiranos de la moda?) o en todo caso, por la redacción de las revistas, sin ningún criterio predecible. Es justamente su atemporalidad lo que la hace arbitraria: nace brusca y espontáneamente, no evoluciona, sino que cambia.
  4. La moda escrita se desarrolla en diversos planos. Cuando hablamos del plano retórico nos referimos, por un lado, al significante vestimentario (“poética de la vestimenta”, o cómo está escrita), y por otro, al significante mundano, que es la representación del mundo según la Moda. A este último, el autor lo llama “la ideología de Moda”, que cumple la función de darle a la moda una apariencia natural, de modo que los lectores (en realidad, las lectoras) no consumen un sistema de signos (“comprá tal cosa, porque sí”) sino de razones, de imágenes, de valores, “suspendidos en la penumbra de un lenguaje incierto”.
  5. El significado retórico de la moda se compone de varios significantes específicos situados en situación de ósmosis con una ideología más vasta, de manera tal que numerosas ideas, conceptos, nociones, estilos, sentimientos, morales y conciencias se ven reunidas bajo la etiqueta de “moda”. Es así que hablamos igualmente de moda cuando nos referimos a los corsés victorianos que a los punks de los años sesenta, a los floggers que colmaban el Abasto hace unos veinte años (que en paz descansen) y a las súper modelos de los noventa.
  6. La representación del trabajo en moda es también sumamente curiosa, porque uno se viste para actuar. De alguna forma esto implica no actuar, sino encarnar un ser que actúa pero que se realiza solo a través de la apariencia. Sobre esta cuestión, Barthes nos regala una frase maravillosa: “El hacer de Moda es, de alguna forma, abortado: el sujeto es atormentado por una representación de esencias al momento de actuar…”. Se trata, nada más y nada menos, del “fake it ‘til you make it a la máxima potencia. 
  7. A propósito del trabajo en moda: la identidad de la mujer que trabaja, según las revistas de moda, se establece al servicio del hombre (el patrón), el arte o el pensamiento, sumisión sublimada bajo la apariencia de un trabajo agradable y estetizado. La mujer siempre parece “hacer algo”; ese algo es en realidad una coartada para una apariencia, ya que se trata siempre de mostrar la ropa y no de realizar, verdaderamente, un trabajo. (Hay que entender que el libro, al ser escrito en los años sesenta, describe ciertas realidades que nos son hoy día, y por suerte, ajenas. Sin embargo, no es lejana la época donde la apariencia de la mujer influía en su desempeño profesional: mejores oportunidades, mayor consideración).

Quizás no sea evidente en una primera instancia, pero estos “datos de color” forman parte de nuestra vida de maneras inesperadas. Incluso aquellos que no leen las revistas de moda se verán confrontados en algún momento por la cacofonía de publicidades que colman la vía pública o las redes sociales, por ejemplo; todas ellas repiten una ideología de moda cuyo fin último es, por supuesto, vender, pero que también vehicula un mensaje, una idea que suscita (o genera) un deseo. La moda, concluye Barthes, es en realidad un doble sistema: “naturalista” (actuando sobre el mundo, transformándolo en un escenario utópico y glamoroso) y “lógico” (reduciéndose al rango de una estructura autónoma, maleable, librada de toda ideología). De esta manera logra imponerse como un imaginario deseable, real pero virtualmente inaccesible y como un fenómeno masivo, consumido a escala mundial. Su estatuto ambiguo se debe a que “la moda significa el mundo y se significa a ella misma”. 

Tomando en cuenta su aspecto segregacionista, no es casual que uno se sienta excluido: Barthes nos muestra que la moda tiene esa propiedad mágica de establecerse como un todo inaccesible (implícito, omnipresente, invisible), pero que aún nos concierne. Y nos concierne en el 2020 en particular porque la moda está mutando: las redes sociales, la “moda ética” y la ecología son algunos de los factores que han entrado en juego recientemente, pero la necesidad (sea supuesta, impuesta, deseada o no) de consumir está siempre ahí. Los seres humanos necesitamos ropa para vestirnos y si compramos tal remera y no otra, no es arbitrario: estamos ineludiblemente sumidos en la ideología de la moda.

Por eso, al leer El sistema de la moda no puedo evitar constatar que, si bien se trata de un libro que referencia una época muy diferente a la nuestra, describe, con algunos ajustes, la configuración del mundo de la moda de hoy. Lo constato desde mi lugar de consumidora, cada vez más consciente que las cadenas multinacionales sostienen (y existen gracias a) un modelo de compra desenfrenada. También lo constato como mujer, ya que la publicidad de moda está dirigida (aún en 2020, sorprendentemente) mayoritariamente a las mujeres, y finalmente, como modelo, porque trabajo en esta industria hace 6 años y soy testigo de un régimen de opresión que penetra todos los ámbitos que toca. En mi experiencia, la ideología de moda se desarrolla mucho más allá del imperativo de consumir. Se desarrolla, por ejemplo, cuando se valora la visibilidad que aporta tal revista o trabajar con tal eminencia, cuando se reconoce el “derecho de piso” que una tiene que pagar (en moda, al igual que en la industria del entretenimiento en general o en cualquier medio artístico) y cuando se acepta, por estos motivos, el trabajo gratuito o precario. La ideología no sólo recubre el trabajo en moda de un supuesto glamour (que no existe), sino que interviene de formas materiales y tangibles.

El sistema de la moda es por esto mucho más que un libro sobre la descripción de ropa. Su mérito no es tanto el (fútil, quizás no intencional, pero definitivamente bien logrado) desmantelamiento de la sinuosa tiranía de la moda, sino el hecho de que se presenta como un método (el estructuralista) que invita a imaginarse la moda como un cuerpo viviente, y cuyo propósito es descubrir el “esqueleto” que lo compone, donde los huesos mismos son las palabras que las revistas de moda utilizan. 

La moda vive con y entre nosotros y lo mínimo que podemos hacer es tratar de comprenderla; leer El sistema de la moda es un muy buen comienzo. 

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