Las cosas recordadas: sobre «Entre luces», de Cielos de Plomo

Matías Rodríguez escribe sobre Entre luces (2020), el segundo disco de Cielos de Plomo

El disco empieza valiente y sin contención. No me lo esperaba. Venía de Despedida (2015), uno de mis discos preferidos de ese año, que está cargado de introspección y atmósferas de cuarto, loops escondidos y acústicas de entrecasa. Tenía muchos interludios que me distraían un poco de las canciones que me encantaban. Entre luces es hacia afuera.

Un poco la impresión que me da es que el disco pasado me hablaba mirándose un poco los pies, mientras este evoca una charla más desenvuelta, más confiada. Las preguntas que propone también son fuertes, las cosas que no sabe el disco son preguntadas con otra convicción. Me llegó de inmediato. Hay añoranza, hay extroversión. Lloro todas las veces.

“Hay fuego en la catedral, como si hablara Dios” dice en “Jardín Electrico”, el segundo tema. Agranda y achica el zoom entre imágenes gigantes e imágenes súper concretas y personales “una vez fui pastor de ovejas, aladas y brillantes”. Hay un cuidado para mi muy hermoso en ese balance de imaginarios. Lo saca de la pretensión. Lo baja a la fascinación contemplativa, a ser un pibe chico y mirar cosas de noche. Estoy fangirleando un poco, soy consciente. Stan Cielos de Plomo. Stan el padentrismo pafuera. Pero me dan ganas de decirlo también, porque este disco emociona y resuena con una convicción que venía faltando para mí en esta última cosecha de música nueva uruguaya.

Me saca el miedo. “Fantasmas” tiene algo de Fernando Cabrera en su estribillo, en el balance de las rimas, en la convicción con la que cae el fraseo, y seguiría en esa línea si no fuera por el perfecto laburo de capas de sintes, drones y reverb de la mano de la producción de Fabrizio Rossi (actor fundamental en la cohesión de las muchas capas de este disco, creo yo), que crecen en oleadas y en timbres que me remiten a Silver Mt. Zion, a Sigur Ròs y a bandas con similar cuidado en los crescendos. Pero esto no es Sigur Ròs, porque esto tiene baterías mucho mas interesantes. No están altas en la mezcla, pero el laburo es impecable.

Cuando “Aviadores” amenaza con seguir con el mood de guitarra medio a lo Nick Drake en la que se apoya, entra la batería contundente, subdividiendo la cadencia y pegando para adelante, apoyada con un arpegio de tecla que, lejos de cambiar demasiado el tono de la canción, no hace más que reforzar y darle cuerpo a la vulnerabilidad que viene construyendo. El tema dura 11 minutos y no me di cuenta. Había 11 minutos de cosas para decir: si no, no funcionaba.

Increíblemente, funciona. Para cerrar, quería decir que aparte de la increíble sensibilidad transmitida por Fran Trujillo, el esfuerzo compositivo conjunto entre sus partes y las de todos sus compañeros de banda (Javier Cuadro, Leandro Dansilio, Laura Gaspari, Darío Barrios, Ignacio de los Campos y Gabriela Escobar) es una fuerza pivotal en el tamaño y alcance de estas canciones. Hay amor en cada textura y hay amor en la producción. Es mi disco favorito de un año muy especial y terrible, en el que pareciera que más que construir coraza y falsa «resiliencia» toca fortalecer la vulnerabilidad, toca agrandar lo importante sin dejar de lado los pequeños momentos que hacen que las cosas valgan la pena. Entre luces lo logra con creces. 

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