Yael Erlich reseña el documental Marianne & Leonard: palabras de amor, de Nick Broomfield, que sigue la historia de Leonard Cohen (1934-2016) y Marianne Ihlen (1935-2016)
Una isla paradisíaca, artistas, drogas, dinero, gente joven y hermosa, el amor libre y la constante búsqueda de la identidad fueron los factores determinantes del derrumbe emocional de algunas de las personas envueltas en ese mundo embriagado de belleza, pero también el campo fértil para el surgimiento de una historia de amor a la vez eterna y trunca como la de Marianne Ihlen y Leonard Cohen.
El documental Marianne & Leonard: palabras de amor, dirigido por Nick Broomfield y estrenado en julio del año pasado, recoge imágenes de los protagonistas en la época en que vivieron en Grecia, filmaciones de conciertos de Cohen en los 70 y los superpone con audios de entrevistas pasadas, a los que agrega nuevas entrevistas a amigos y conocidos de la pareja y recorre de esa manera la historia de amor que, como suele suceder, es también una tragedia.
El caótico y largo romance entre Marianne y Leonard se gestó en los años 60 en la isla de Hydra, donde Ihler llegó desde Noruega con su esposo Axel Jensen, un novelista con quien tuvo una relación turbulenta y de quien se divorció poco después de que su hijo Axel Jr. naciese. Cohen, por su parte, iba desde Montreal siendo un poeta laureado en busca de un escape para dedicarse a escribir su segunda novela, que sería Hermosos perdedores (1966). Ihlen cuenta que en ese entonces ambos eran refugiados que escapaban de cosas que tarde o temprano tendrían que afrontar.

El primer encuentro se dio cuando ella estaba comprando en una tienda. Cohen, parado en la puerta con el sol de fondo, era simplemente una silueta que la invitaba a sentarse afuera, donde estaba él con otros, hasta que sus miradas se cruzaron: “recuerdo mis ojos encontrando los suyos, lo sentí por todo el cuerpo, fue increíble” se escucha decir en el documental a la voz de Ihlen. A partir de ese encuentro, Cohen escribía y pagaba las cuentas mientras ella hacía las tareas del hogar y cuidaba de él. Sin haberlo previsto, Ihlen se transformó en su musa, figura pasiva que hoy es cuestionada por el feminismo, que evidencia la importancia de las tareas domésticas no remuneradas, que en una sociedad patriarcal recaen usualmente en la mujer. Broomfield muestra por su parte las cosas como fueron, bajo la premisa de que le parece mal juzgar al pasado con la moral actual: “supongo que ser una musa es un concepto del siglo XVIII por no ser pago, pero creo que Leonard siempre le dio el crédito correspondiente”, asegura el director, ocasional amante de Marianne, dato que se esmera en no dejar pasar, así como el hecho de que en el tiempo en que fueron amantes ella no había superado a “su Leonard”.
De hecho, una de las particularidades de Broomfield como documentalista es aparecer en pantalla conduciendo alguna de las entrevistas, como una especie de reivindicación de la tarea de investigación que realiza para sus trabajos, a lo que suma su hábito de plasmar sus opiniones personales (tal es el caso, por ejemplo, del documental Kurt & Courtney, en el que sugiere abiertamente que Love estuvo involucrada en la muerte de Cobain) y este film no es la excepción. Es cierto que aquí no aparece frente a cámaras, pero sí interviene con su voz y da testimonio desde lo íntimo de su relación con Ihler, además de tomar la decisión de mostrar a los protagonistas en narrativas separadas que a veces se cruzan, sugiriendo quizás la corta vida real que tuvo la relación, aunque el vínculo siguiera mucho más allá del periplo en el que estuvieron juntos.

Eventualmente, por motivos económicos, Cohen se sintió forzado a volver a su Canadá natal, dejando de lado su carrera como narrador sobre todo a raíz de las malas críticas que calificaron a su novela como “masturbación verbal” y la enterraron, lo que sin embargo dio comienzo a su carrera como cantante y significó el principio del fin de la historia romántica con Ihlen. En efecto, su encuentro con Judy Collins y la primera grabación de “Suzanne”, seguida por la presentación en vivo orquestada por la cantante de folk, marcaron el nacimiento de este nuevo Cohen, a quien más tarde Joni Mitchell llamaría “poeta de habitación”, refiriéndose claramente al sujeto mujeriego en el que se había transformado. En paralelo, Ihler viajaría a Nueva York para reencontrarse con su amado sólo para descubrir que en esa nueva vida no había más lugar para ella. Volvería entonces a huir de la tristeza a Grecia, visitaría a Broomfield en Londres, abortaría un hijo de Cohen sabiendo que, por más que lo deseara, él no era alguien para tener hijos y finalmente, siguiendo el consejo (y pedido) de su madre de tener una vida normal, regresaría a Oslo, donde trabajó como secretaria, se casó y fue madre de los hijos de su marido.
Atravesado por las canciones de Cohen dedicadas a Ihler (“So Long, Marianne”, “Bird on the Wire”, “Hey, That’s No Way to Say Goodbye”), por el constante envío de entradas para sus shows, de cartas, de dinero para colaborar con ella y con Axel Jr., este documental parece ser sobre la angustia de la pérdida, la catástrofe de haberlo tenido todo y de seguir viviendo después de haber conocido la perfección. Sin embargo, es en el final donde nos aguarda el giro de la trama: una filmación de Ihler internada en sus últimas horas, mientras un amigo le lee la carta de despedida que le envió Cohen (que moriría unos meses después), el foco en los gestos del rostro avejentado de Ihler que muestran lo que pueden hacer las palabras de amor y que revelan el “So Long, Marianne” de Broomfield.
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