El hacer infinito: Rosario Bléfari

Ana Inés Rodríguez repasa la carrera de música y escritora de la versátil Rosario Bléfari (1965-2020)

La noticia de su muerte me llega por una amiga con la que compartimos el amor por su música y me resisto a creer lo que anuncia el titular, porque desconocía de su enfermedad y la noticia me toma por sorpresa, me golpea. En las próximas horas se multiplican, sin embargo, los mensajes y las redes se llenan de anécdotas de experiencias compartidas con sus amigos y también de los que la conocían solo a través de su obra. Algo se nota enseguida y es que todos la recuerdan y despiden con afecto, con ese que generan aquellos que logran conectar de una forma mágica.

La partida de Rosario Bléfari a los 54 años deja un vacío, el extraño sentimiento de injusticia que queda siempre tras el arrebato temprano de los necesarios. Quedamos huérfanos de sus nuevas canciones, sus presentaciones en vivo, su cercanía, sus actuaciones, porque aunque fue una indiscutida referente de la escena musical independiente rioplatense, abarcó también algunos otros terrenos y fue una guía en ese laberíntico entramado cultural en el que representó un universo que necesitaba ser representado, una manera distinta de concebir la acción cultural.

En estos días hago un recorrido por su obra, tan diversa, y me dejo llevar, me conmuevo en el camino, con la lectura, con la escucha, con la inmensidad que la caracteriza. Podría decir que Bléfari fue un artista total, con sus múltiples proyectos y facetas, una máquina de hacer que parecía no detenerse nunca, generando nuevas obras y posibilidades artísticas, contagiando a sus amigos, a sus conocidos, agrupándose en el entendido de que el arte no es necesariamente en solitario, sino que se revitaliza en el encuentro con el otro.

Aunque su actividad fue diversa, ya sea como música, escritora, actriz (son recordadas sus colaboraciones con Martín Rejtman), realizadora teatral, performer o tallerista, yo comienzo por los 90, cuando fue líder de la banda Suárez, que con cuatro discos se convirtió en representante de toda una generación que no se identificaba con el rock argentino hegemónico y que todavía no tenía un lugar definido y marcó así el comienzo de un movimiento incipiente nacido en el under que luego sería identificado como indierock argentino o rioplatense. Ya desde ese momento, Bléfari creó un espacio de seguridad del indie y de todo lo que representa y fue una referente pero también una aliada, una compinche.

Suárez fue para muchos una escuela, una dirección a seguir, o más bien el punto desde dónde arrancar, una banda que no tuvo muchas referencias locales pero sí se identificó con algunas internacionales como Stereolab, The Velvet Underground y Sonic Youth. En consecuencia, había juego, experimentación y una psicodelia que me recuerda a los inicios de Yo La Tengo, sus contemporáneos del norte. La banda combinaba melodías hermosas, armónicas, que tenían a la voz de Rosario como intérprete principal, con distorsión y ruido, y en esa combinación radicaba su belleza y el extrañamiento que producían. El más icónico de sus discos, Horrible (1995), que era también el más querido de Rosario, cierra con un tema (“Rayos y Manchas”) de 39 minutos, en el que sonidos de instrumentos se intercalan con silencios, ruidos de máquina de escribir, de un televisor encendido, bocinas de autos, vocalizaciones extrañas, gritos o llantos de niños, que se combinan en un todo y funcionan como un gran epílogo y, a la vez, como una condensación del álbum.

Luego de editar Excursiones (1999), quizás el menos hermético y más pop de Suárez, que contiene los hits generacionales “Río Paraná” y “Excursiones”, la banda se despidió y Bléfari emprendió su carrera solista, en la que su voz, con sus subidas inesperadas de tono o cortes abruptos donde no necesariamente se esperaba una pausa, tomó protagonismo. En esta etapa, si bien abandonó la introspección que prevalecía en la banda, sobre todo en los primeros discos —el uso de la distorsión, el ruido, el sonido y gesto lo-fi—,  no renunció a ella por completo.

En su veta solista se inclinó más bien a la canción, en cuanto a la estructura letra-música-melodía y compuso baladas pop y también rockeras que se volvieron más narrativas, más pulidas, y bosquejan pequeñas historias a través de melodías y letras tristes, en las que habita una melancolía extraña y con las que Rosario parece hablar por nosotros o hablarnos a nosotros en la intimidad de nuestros cuartos. Escucharla nos hace por eso sentirnos menos solos, más felices. Es posible que el disco que mejor condense esta etapa sea el segundo de su carrera solista, Estaciones (2004), y fundamentalmente el tema que nombra el disco, que irrumpe con los versos “Por la costumbre de verte / me empezó a gustar tu suerte y tu vida, / demasiado cerca de la mía”, o “Cartas”, donde canta “Las cartas quedaron de nuevo sin respuesta / irrecuperable voy a continuar / Correr es no llegar y elijo continuar”.

La carrera solista de Rosario, que comenzó a principios de los 2000 con la aparición de Cara (2001), no se detuvo, aunque sí se fue conjugando con nuevas formaciones, como, entre otras, Sue Mon Mont (que integró junto a jóvenes músicos de reconocidas bandas indie argentinas) con la que sacó un disco y un EP —Sue Mon Mont, de 2014 y Contratiempo, de 2015— o Los Mundos Posibles, dúo que integró con Julián Perla y con el que editaron el exquisito disco de canciones de amor Pintura de guerra (2018), en el que entonan a coro frases como “tengo en mi cabeza la estúpida estrategia del amor, que no me alcanzará para ganar la guerra del Japón…” o “me deshojo lentamente y en continúo frente a vos, no me alcanza lo que soy, lo que traje, lo que tengo…”.

Además de estos proyectos, a Bléfari siempre le gustó juntarse con diversos artistas en vivo y las dos veces que la vi, de hecho, fue con otros. La primera, en el cierre del festival de Cinemateca en 2015, junto a Carmen Sandiego, con los que supo compartir escenario en varias ocasiones tanto en Montevideo como en Buenos Aires (además de colaborar grabando voces en un tema de su último disco, Mapas Anatómicos, de 2016), y la segunda, en una noche hermosa y única en la sala Camacuá, en 2017, en formato dúo con Dani Umpi y el soporte de su banda, compartiendo fecha también con los ya mencionados Carmen Sandiego. Del proyecto en dupla con Umpi hay además un disco grabado en vivo en Casa Brandon, en Buenos Aires, que es un testimonio maravilloso de esas presentaciones. Lo que más recuerdo de ambas ocasiones, más allá de eso, es su encanto en el escenario, su sonrisa contagiosa, una alegría cautivante, que generó una complicidad total e instantánea con el público.

Para el estreno de un documental sobre Suárez, Entre dos luces, del realizador y también músico Fernando Blanco, en 2018 la banda decidió reunirse y tocar nuevamente, lo que generó la posibilidad de una vuelta real, en convivencia con los otros proyectos musicales de Bléfari. Por otra parte, en 2019 editó el que sería su último disco solista, Sector Apagado, un álbum redondo que logra condensar su trayectoria y dar un cierre alto a sus más de veinte años de carrera musical, con temas pegadizos e inolvidables como “Refugio” y “Región central”.

Con la compositora y música convivió también su faceta de escritora, que empezó con libros de poesía como Poemas en prosa (Belleza y felicidad, 2001), La música equivocada (Mansalva, 2009) y Antes del Río (Mansalva, 2016), en el que despliega un yo en tránsito, que recorre varios lugares de la ciudad, de pueblos perdidos, de la familia, de la intimidad, y que se muestra como un testigo que observa, reflexiona, pero también es personaje activo. En “Nuevos hoteles” declara “No voy a volver a ese pueblo, no voy a retroceder en la oscuridad aunque los siglos me lo demanden. Yo no soy portal de ningún abismo”, mientras que en otro que se titula “Cortaron todo” asegura “Voy acarreando durante días los fragmentos de árbol. Ramas, cortes, rodajas frescas agonizan en un final aparente, componiendo la ilusión de una vegetación que late ahora en mi ventana, en todo mi patio. La palta, el eucalipto, el gomero, la palmera, el paso de los días como un bálsamo”, y en “Pasar el invierno” advierte que “Algunas canciones son un horno donde quemo los recuerdos, y con ellos me caliento en el pleno invierno de sequía, cuando el árbol de la experiencia se deshoja”.

Sus últimos proyectos, por su parte, se podrían situar en el terreno de la autoficción, tan frecuentado en los últimos tiempos: uno es el libro Diario del dinero, que quedó sin presentar, editado por Mansalva y del que ya se puede leer un pequeño adelanto; y el otro es el “Diario de la dispersión”, que se publicó mensualmente en siete entregas, de enero a junio de este año, en La Agenda Revista, en las que la autora narra el transitar de sus días entre el trabajo y el ocio.

A principios de año, Bléfari viajó a la ciudad de Santa Rosa a pasar un tiempo con su padre, que está enfermo, y de a poco se fue quedando, porque el aire limpio de La Pampa le hacía bien, y es en ese lugar donde empezó a escribir este diario, en el que comienza narrando sobre los avatares de la composición musical, el método de aprendizaje, el uso o no uso de las partituras y la posibilidad de publicar sus canciones. En ese ir y venir, Bléfari decide crear un manual de partituras con composiciones simples para principiantes, que será uno de los ejes a los que volverá en cada entrega, pero en el medio aparecen otras tareas artísticas, una serie de collages a los que quiere dar forma con materiales reciclados o la posibilidad de musicalizar la poesía de Olga Orozco. Estos proyectos de trabajo, a su vez, se ven interrumpidos y conviven y se conectan con los quehaceres domésticos y las dinámicas diarias, como cocinar, desayunar, dormir la siesta o arreglar las nuevas plantas que compraron, disfrutar del sol del verano en la hamaca paraguaya nueva que instalaron en el patio o continuar el crochet, porque en esos tiempos lentos la compra de la hamaca, que posee un olor particular, transporta el recuerdo de un novio pintor y el azar del encuentro de restos de una lana de un “azul escolar” que su madre utilizó al hacerle un buzo en la adolescencia la impulsan a tejer.

Hay en los textos, además, una explícita intención de dialogar con otros autores, que en algunos casos se mencionan como lecturas activas: El discurso vacío de Mario Levrero, Diario de un libro, de Alberto Girri, El poeta laureado, de Laura Crespi, Diario de mi vida, de María Bashkirtseff, volúmenes que aparecen de casualidad en esa biblioteca “hecha de libros que quedaron de otras vacaciones, de mis libros de infancia y adolescencia, de regalos, de cosas raras que se fueron quedando en los estantes” o que le enviaban amigos. El diario da cuenta, al mismo tiempo, de su permanente hacer en varios campos a la vez, canciones, collages, relatos, esa idea de ir dejando obras abiertas que la acompaña hasta el final y ella sintetiza:

“En las entregas anteriores estuve tratando de exponer un posible método propio de quehacer artístico, una forma de hacer las cosas que me interesan que consiste en abordarlas todas al mismo tiempo, empezando y abandonando, continuando, atendiendo, cruzando, avanzando y descartando, y también haciendo caso omiso de las fronteras que separan aquellos asuntos que tienen puerto asegurado porque son del dominio de mis oficios –hacer una canción, escribir un cuento o este diario con su fecha fija de entrega– de los otros actos que son hijos de la dispersión liberada y que ya no se sabe si son artesanía, manualidad, decoración, entrenamiento, ejercicio, boceto, prueba o error. Todo ocurre en un ambiente de retiro en esta casa pampeana”

La enfermedad, que avanza a medida que corren los meses, también va tomando protagonismo, en la medida en que la autora comienza a sentir las limitaciones:

“Pasaron las semanas, los meses, y en el camino muchas veces pensé que este era el diario de la dispersión pero también el diario de mi salud debilitada, aunque no hiciera alusiones directas a ella, el diario de las despedidas, el diario de una mujer que responde a la obligación filial de hija única para salvarse a sí misma al mismo tiempo, el diario del amor, la maternidad y la amistad a distancia”.

Hace unos años, en un ciclo organizado por el Centro Cultural España de Buenos Aires llamado “Inconcluso”, Bléfair fue invitada a participar de la mesa, y contó de algunos de esos proyectos que, aunque les dedicó mucho tiempo, terminaron en nada, pero cierra su participación planteando su creencia en que más allá de eso hay algo en esas ideas que quedan en el camino que permanece guardado, como procesándose en algún lugar, en un espacio que luego el tiempo puede recolocar en otro lado: algo pasa, y esa apuesta al ensayo y error siempre tendrá su utilidad, su significación en la medida en que posibilita o genera una experiencia que puede ser disparadora de otra cosa.

“Las ideas son vueltos perdidos que jamás quedan en los bolsillos” y Rosario, que bien sabía esto, llenó el mundo de ideas y posibilidades nuevas.


Encabeza este artículo una fotografía de Bléfari junto a Dani Umpi en concierto el 13 de mayo de 2017, tomada por Martín Batallés.

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