Hablar de todo: sobre «Everything’s Gonna be Okay», de Josh Thomas

Please Like Me y Everything’s Gonna be Okay, las dos series creadas y protagonizadas por Josh Thomas (1987), en la mirada de Monserrat Cabrera

“I know this isn’t an inspiring, uplifting piece of life advice but this is capitalism, bitch. What do you bring to the party?” (Sé que esto no es un consejo inspirador y edificante para la vida, pero esto es el capitalismo, bitch. ¿Qué traés vos a la fiesta?) dice el personaje de Josh Thomas en el penúltimo capítulo de su nueva serie, Everything’s Gonna be Okay, tras darles un sermón a sus dos medias hermanas menores, que quedaron a su cargo luego de la muerte de su padre, y en esa simple línea logra representar perfectamente lo que resulta tan genuino y refrescante de lo que ofrece este joven comediante australiano en sus propuestas audiovisuales: una mirada que se aleja de autoridad moral y las bajadas de línea a las que estamos acostumbrados como espectadores en el abordaje de las temáticas más relevantes de la actualidad.

El diferencial que “trajo a la fiesta” Thomas, ya en 2013 con Please Like Me (su primera serie, producida en Australia), fue justamente la manera de trabajar la sexualidad, la salud mental, el suicidio o el aborto con una franqueza y honestidad que los desdramatiza sin sacarles relevancia. Ya en el primer capítulo, de hecho, se presentan varios de estos temas, que serán centrales en la narrativa: la novia de Josh, el personaje del autor, lo deja porque él es gay y él, con la misma naturalidad con la que reacciona al rompimiento, se acuesta con un compañero de trabajo de Tom, su mejor amigo. No hay una salida del closet dramática, no hay una confesión, ni una enorme carga que lo condicione, a penas una corta charla en el auto en la que Tom le pregunta si preferiría hablar de lo ocurrido ignorando el hecho de que la persona con la que se acostó era un hombre y así sucede.

Con menos liviandad, pero igual ausencia de drama y mucho sentido del humor por parte del personaje principal es que se introduce el tema de la salud mental, en el momento en el que se entera que su madre Rose debe ser internada por depresión luego de un intento de suicidio. Mediante distintos personajes de la misma institución psiquiátrica, que van cobrando relevancia, es que a lo largo de las cuatro temporadas se exploran los trastornos psicológicos de manera franca y natural, sin victimización.

En su nueva serie, producida en Estados Unidos y lamentablemente sólo disponible en Hulu, el joven australiano retoma muchas de las temáticas ya tratadas y explora otras nuevas, quizás más alejadas de lo personal para él, como el autismo. Mientras en Please Like Me se trata la adultez temprana y las crisis que esto implica sobre todo en lo social, en Everything’s Gonna be Fine el foco pasa a ser la adolescencia. Más allá de que el personaje del autor, Nicholas, sigue teniendo protagonismo, la historia es motivada por lo que les ocurre a sus dos medias hermanas: Matilda y su exploración en cuanto a lo académico y lo sexual, condicionada por su autismo, y Genevive y su grupo de amigas problemático, y su convivencia con el trastorno de su hermana.

Inevitablemente, el abordaje del autismo cobra una gran relevancia en la narrativa y Thomas, tal como hizo con la depresión y la ansiedad en su debut televisivo, logra construir el personaje de Matilda mostrando las implicancias de ser una adolescente en el espectro autista, pero sin definirla en base a eso. Para esto él y los guionistas recurrieron a la actriz que interpreta a Matilda, Kayla Cromer, que fue indispensable para el tratamiento tan responsable y reivindicativo de la construcción de su personaje, principalmente al trabajar sobre la sexualidad del personaje.

Everything’s Gonna be Okay pone en la mesa las complicaciones de la sexualidad de Matilda y sus compañeros de clase y logra generar instancias de reflexión sin caer en esos momentos que se podrían llamar “clímax morales”, es decir esas instancias en los que, más allá de las limitaciones de los personajes, los escritores logran encontrar la manera de manifestar una conclusión explícita que saque el tema de una zona gris y exponga un mensaje claro en el que todos los personajes “se deconstruyan” y aprendan, o por lo contrario, se distingan entre “buenos” y “malos”, según la posición en la que queden en cuanto a la
conclusión.

En ambas propuestas audiovisuales, las conversaciones difíciles siempre tienen
interrupciones, ya sea porque algo externo irrumpe (como el teléfono) o porque el propio protagonista hace una pausa, por ejemplo, para hacerse algo de comer mientras intentan definir qué es violación y qué no con Matilda. Esto hace que las conversaciones se alejen de un discurso moralista prefabricado y de ese momento de iluminación y se ubique a la reflexión en un plano más realista que implica una ida y venida interrumpida por muchos “no sé”, de confusión y sin necesariamente llegar a ninguna definición certera. Este choque entre los ideales y la vida es algo que ya desde Please Like Me se trabaja de manera sutil y se representa explícitamente en el capítulo en el que Claire aborta. “I thought that my politics would keep me safe from my feelings” (Pensé que mi política me mantendría a salvo de mis sentimientos), le dice ella a Josh mientras comen
pollo frito en la cama tras terminar con el proceso de aborto farmacológico. Así, si bien nunca estuvo en juego la posibilidad de continuar con el embarazo y su interrupción fue una decisión que su personaje presentó desde un principio sin dudas, se habló del proceso desde lo médico únicamente y luego de hacerlo no hubo arrepentimiento, y más allá de que se dejó clara la postura en cuanto al aborto, no se descuidó sin embargo la representación de la dimensión psicológica y emocional del asunto, sino que se aprovechó para mostrar lo humano con franqueza y sostener que, como plantea el personaje, nuestros principios no necesariamente nos absuelven de nuestros sentimientos.

Es interesante lo relevante que es la comedia de Josh Thomas para el momento cultural al que pertenece, definido por el ser o no “woke” y por el valor fundamental que parece ocupar el contenido moral de lo que se consume. El problema con esto, efectivamente, es que donde se juega lo moral como blanco o negro, y los mensajes tienen que ser claros para no tener problemas con las audiencias, se pierde lo humano y por lo tanto, lo honesto. Mientras vivimos en los ideales políticos, sociales y morales, resguardándonos de nuestras propias limitaciones emocionales y psicológicas, la vida se juega en una zona gris, de compromiso entre lo ideal y lo posible, que es donde se ubica la comedia del Josh Thomas y es lo que la hace honesta y, por lo tanto, cercana.

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