La respiración: sobre «Matate, amor» y «La débil mental», de Ariana Harwicz

Mayte Marichal escribe sobre Matate, amor y La débil mental, las dos primeras novelas de Ariana Harwicz (1977)

Una mujer sin nombre, recostada en la hierba y con un cuchillo en la mano. Así comienza Matate, amor (Paradiso, 2012; Mardulce 2017), la primera novela de Ariana Harwicz, nacida en Argentina y radicada hace trece años en Francia. Breve, organizada en capítulos que son un largo párrafo y terminan de forma brusca —como cortados por un cuchillo—, la novela parece un largo monólogo enunciado por una mujer que vive en un pueblito en la campiña de un país ajeno, con su hombre y su hijo recién nacido y que experimenta, según han comentado algunos críticos, un arrepentimiento por haberse convertido en madre y esposa. Sin embargo, una lectura más atenta cuestiona esta idea, porque no se puede definir con seguridad qué quiere la narradora-personaje: definitivamente siente angustia ante cierto tipo de matrimonio y maternidad, aquel que pretende cortar la vida de una mujer en un antes y un después de convertirse en madre, pero lo cierto es que no hay reflexiones contra ninguna de estas dos instituciones.

La narradora no se arrepiente de sus nuevos vínculos familiares, sino que deplora haber sido desleal a sus propios deseos, que no se conocen en toda la novela, aunque uno podría especular que tienen que ver con su pasado de “letrada y graduada universitaria”. En todo cas, ese desconocimiento nubla la visión del tema en la novela: no se puede afirmar que este libro hable sobre la maternidad o las relaciones matrimoniales, porque lo que se lee es un diario de impresiones sobre una mujer que se halla a sí misma enfrentada al ruido de sus decisiones y a estar, como le dice su esposo en un momento, en permanente posición de ataque. Pese a esto, ella, verborrágica, no es tan agresiva como parece, ni tampoco le provoca rechazo al lector: en su narración presenta a los otros como figuras comprensivas pero que, finalmente, no alcanzan a darle lo que ella les exige porque ella tampoco lo presenta o lo dice de forma clara. Su descontento se traduce, en cambio, en incomunicabilidad; su línea de pensamiento es repetitiva, acorde con la cadencia del campo y de lo doméstico, mientras pone en evidencia y desclasifica los procesos de construcción de la institución familiar. Aquí, a diferencia del cuerpo desprovisto de erotismo de la primera madre, la Virgen María, el hijo ocupa un organismo que ordena la existencia a través del deseo. 

La novela está escrita en un lenguaje que encadena oraciones breves (con una sintaxis que recuerda al francés), varias veces seguidas por oraciones de métrica igual a la anterior. Hay una constante búsqueda de musicalidad en las palabras y con eso, de densidad poética: esa espesura desenvuelve descripciones cinematográficas sobre el paisaje en planos cerrados y no contemplativos, u opiniones personales que se presentan como cuadros impresionistas, enmarcadas en una confrontación entre la sencillez del campo y sus vecinos —con los que la protagonista no logra comunicarse ni siquiera cuando tiene relaciones sexuales con uno de ellos— y la impenetrabilidad y oscuridad del bosque que limita con su casa, en donde encuentra en la mirada sedante de un ciervo un escape que parece significar algo, aunque la narradora no logra comprender exactamente qué. 

En los libros de Harwicz, el deseo escapa las dimensiones morales y habla desde la violencia: en Matate, amor, la mujer arranca hierba del piso, atraviesa corriendo una ventana de vidrio, rompe objetos de la casa. Esta dinámica, marcada desde el inicio con el título de la novela, se mueve en dos direcciones: ella no tiene nombre ni historia, pero es madre y la esposa; desprecia a su pareja, pero es quien le pide matrimonio; no comprende las acciones de su suegra viuda (el marido de la protagonista tiene una historia familiar, pero ella no), pero siente pena por ella; abandona a su bebé por momentos, pero siempre está pendiente de él. El lector podría preguntarse, ante este exceso de circunstancias, si aquello que la mujer anhela no es sino una vida “normal” y poder abandonar la idea de deseo como fundamento de la libertad, ya que también muestra su contradicción, que es la dependencia. ¿No ha sido, en la literatura protagonizada por mujeres, un lugar común el deseo como motor, o como escapatoria del aburrimiento? ¿O será que el mundo del deseo nos pertenece? Esto último es problematizado no sólo por Harwicz en sus relatos, sino también por la gran mayoría de las escritoras argentinas del siglo XXI, desde Selva Almada a Pola Oloixarac

La literatura de Harwicz continua con este tránsito indiferenciado entre lo que se piensa y lo que se dice en La débil mental (Mardulce, 2014), relato de la relación entre una hija de veintipico y su madre, ambas también sin nombre. A diferencia de Matate, amor, en esta novela, con un vínculo más radical que la anterior, no hay padres, solo dos mujeres que parecen una, fusionadas. El único hombre es el amante de la hija, casado y esperando un hijo con otra mujer, quién saca a la hija del espacio agobiante llamado hogar. Más allá de la relación filial, no parece existir una familia, como sí había en la novela de 2012; lo que hay es un lazo de dependencia donde el vínculo familiar se ha desintegrado. 

Aquí las mujeres también se encuentran en una pequeña villa, algo que comparte con el libro anterior, y también con el posterior, Precoz (2015), lo que conformaría una “trilogía involuntaria” según la propia autora. La narración se mueve entre el presente y el pasado constantemente, y en ciertos instantes es difícil distinguir si quien narra es la madre o la hija, al crear una entidad monstruosa única a partir de ambas figuras en las situaciones de mayor intensidad emocional. Reaparece, asimismo, el deseo y la violencia como dialéctica principal: una y otra son violentas con ellas mismas mientras comparten momentos de risa y afecto.

La madre alienta el deseo de la hija enamorada hacia el hombre y corrompe la particularidad de su cuerpo, porque sabe que así puede manipularla para lograr sus intenciones. La tensión sexual entre ellas y el tabú del incesto está siempre en el aire; no hay límites entre el cuerpo de la madre y la hija. “Yo te parí, pero vos me podrías haber parido igual”, afirma en un instante. A pesar de este dúo, este tipo de conexión se extiende a las mujeres anteriores de la familia: ellas no parecen ser las primeras en mantener una unión parasitaria con la otra. ¿Hay una transferencia de violencias y ambiciones en las genealogías de las mujeres?

El lenguaje en La débil mental lleva a un límite el contrapunto entre registros coloquiales y las exploraciones poéticas de la palabra, y acelera el ritmo de Matate, amor. La brevedad de las escenas y la repetición condensa la expresión y organiza la experiencia de estas mujeres. Es un libro para leer en voz alta: cuando se termina la respiración, termina el párrafo. El estilo de Harwicz aparece desde un juego con la prosa poética y la narración más convencional; el tema o la trama de sus libros se pierde en la invención del lenguaje, que desactiva las alusiones más directas de una palabra y estructura significados junto con sus contradicciones. Esa construcción paradojal reproduce la complejidad de las relaciones de sus solitarios personajes, quienes siempre encuentran una contraparte, así como un igual en otro miembro de su núcleo familiar. Los verbos, casi siempre en presente, enuncian una temporalidad más corpórea y extendida hacia los pensamientos, algo que podemos relacionar con la formación como dramaturga de la propia escritora. 

Ambos libros, a su manera, muestran la visión de Harwicz de la escritura como una indagación de lo singular en los territorios más oscuros de las relaciones humanas, en una enunciación que no diferencia entre lo que se expresa y lo que se hace y que ensombrece los temas mediante un lenguaje presentado como campo de batalla. Explora los términos medios, los grises entre lo históricamente concebido como normal y anormal, así como lo legal y lo ilegal, y en esta exploración desafía a la época. 

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