Todos sus muertos: sobre «Los peligros de fumar en la cama», de Mariana Enriquez

Pía Supervielle revive su descubrimiento del mundo narrativo de Mariana Enriquez, a través de su primer libro de cuentos

A Mariana Enriquez la encontré escondida en un recuadro al pie de una página, muy lejos de las estrellas de rock que eran tapa de la versión argentina de Rolling Stone, la revista que consumía con voracidad mes a mes en los primeros años de los 2000. No sé si fue la ilustración del angelito macabro de la portada, el título —ese misterioso Los peligros de fumar en la cama—, las cinco palabras que eligió Agustín Jerónimo Valle para empezar su reseña —“Tanto cadáver que da hambre”— o el impacto de todo eso junto lo que terminó por encender a mi enana morbosa y truculenta: lo que sí sé es que todavía puedo escuchar ese “lo-quiero-y-lo-quiero-ya” y puedo reproducir, también, las ganas irrefrenables de correr hasta la librería para preguntar por el primer libro de cuentos de una tal Mariana Enriquez. 

Pero era fines de 2009 o principios de 2010 y Enriquez no era aún la escritora que conocemos hoy: no había dado decenas, cientos, de entrevistas a medios de Argentina, de la región y de más allá, no se había convertido todavía en la autora que aparece elogiada en las páginas de The New Yorker o de The New York Times, no era la ganadora del Premio Herralde, no era la mujer tapa de revista, no la habían traducido a más de 20 idiomas, no era todavía la Directora de Letras del Fondo Nacional de las Artes de Argentina y no era, claro, el nombre al que arroban miles y miles tuiteros —siempre temerosos de perderse algo— al postear extasiados la tapa de su última novela. 

Sí era, no obstante, esa casi adolescente que a principios de los 90 apareció en la editorial Planeta con Bajar es lo peor (1995), una novela escrita en un cuaderno de hojas cuadriculadas. Juan Forn, su editor en aquel entonces, la recuerda así: “pollera escocesa, borceguíes negros, medias negras, campera negra, los pelos negros electrizados como una tormenta alrededor de su cabeza y la mirada igual de negra, asesina”; los spots de radio de la época la llamaban la novelista más joven de la literatura argentina. Cuando la empecé a leer, a Mariana Enriquez la conocían sobre todo los lectores de Radar —el suplemento de Página 12— y también los que buceaban en revistas que se salían de la norma como las desaparecidas Latido (Argentina) o Freeway (Uruguay). 

Lo cierto es que tardé unos meses en dar con el libro. Lo compré en un viaje a Buenos Aires; la primera página me recuerda la fecha, mi letra torpe dice: “Pía. Abril 2010”. El primer libro que leí —que tanto quiero y tanto atesoro— de Mariana Enriquez no estaba en esos lugares que las librerías reservan para los grandes autores, pero estaba y al final de cuentas, en ese momento, eso era lo importante. Me lo llevé con la felicidad que anticipa una nueva aventura y lo devoré como solo se devoran esas delicias inesperadas y los frutos extraños. Nunca fui una gran lectora de terror, nunca fui una gran lectora de cuentos y sin embargo. 

Me dicen siempre que este no es su mejor libro de cuentos. Que el que se roba todo es Las cosas que perdimos en el fuego (2016). Es probable que tengan razón y es probable que a mí me guste porfiar que sí, lo es y que toda mi defensa sea en honor a guardar ese latido que con el tiempo se vuelve difícil de adjetivar y que, al final del día, quiero preservar como queremos preservar nuestros mejores recuerdos, esos que necesitamos que no se escapen nunca de nuestra memoria.

Los doce cuentos que componen Los peligros de fumar en la cama (Buenos Aires: Emecé, 2009; Lima: Santuario, 2015; Bogotá: Laguna Libros, 2016; Barcelona: Anagrama, 2017) mezclan lo cotidiano con lo ominoso y en el medio nos dejan un gusto desagradable que puede llegar a ser adictivo; muchos de ellos se sitúan en la capital y en la vida rutinaria de los edificios donde los porteros hablan de todo sin saber de nada o donde un grupo de adolescentes se junta a jugar a la Ouija para hablar con los desaparecidos, pero también viajan fuera de la provincia de Buenos Aires y se meten en las profundidades de los pueblos del norte argentino, donde aparecen sus santos paganos como San La Muerte. Los personajes de Mariana Enriquez son jóvenes fascinantes y extremos y están, por supuesto, muy rotos: se masturban hasta sangrar, se comen el cuerpo muerto de su ídolo o, como sucede en «Dónde estás corazón» —uno de mis favoritos— tienen orgasmos al escuchar los latidos de un corazón que va a dejar de funcionar en cualquier momento. No solo de fantasmas y espíritus vive la escritura precisa de Enriquez, sin embargo. Su miedo es, por lo general, mucho más sutil aunque sea, de todos modos, para estómagos fuertes.  

Me gusta pensar que Los peligros de fumar en la cama anticipa todo lo que vino después, que en esas páginas conocí a ese terror argentino con el que nunca antes me había encontrado; que durante años por su culpa no pude dormir con una pierna destapada por el terror que me generaba pensar que una mano fría y muerta me tocara; que después de zambullirme a las profundas oscuridades tan distintas y tan asquerosas y tan crueles y para nada lejanas de esos cuentos me quedé con ganas de más y conseguí Bajar es lo peor y el libro de crónicas de cementerios Alguien camina sobre tu tumba (2013); que si ahora leo un poco más de terror es gracias a estas primeras historias hechiceras; y definitivamente me gusta pensar que todos sus muertos, todos sus fantasmas, todas sus brujas y todo su universo espeluznante me acompañan desde entonces. 

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