India, último libro de Melisa Machado (1966), en la mirada de Roberto Echavarren
Los países latinoamericanos tienen considerables contingentes de indios, pero los indios de Uruguay son un secreto. Un secreto a voces de lo que no se enseñaba en la escuela. Un secreto de realpolitik. Cómo el primer presidente de la República, apenas inaugurado, y su gobierno resolvieron el problema indígena. Que la historia nacional empieza con un genocidio. No fueron completamente exterminados en Salsipuedes; algunos niños y mujeres se desperdigaron en el camino a Montevideo, por diversos parajes, Durazno por ejemplo. De los que llegaron al puerto después de caminar maniatados más de 400 kilómetros, las mujeres fueron repartidas por José Ellauri, el alcalde de Montevideo, entre las familias pudientes, prescribiendo que si aceptaban a una joven, también debían aceptar a una vieja, y no había devoluciones. Los hombres fueron incorporados como tripulación en los navíos surtos en el puerto. ¿Cómo podía un charrúa pasar del mato brasilero fronterizo a una vida en el mar, sin la comunidad idiomática de nadie?
Es un secreto, porque perdimos la lengua, salvo una media docena de palabras y la nomenclatura de cuchillas y ríos. Esto vuelve su pensamiento ininteligible. ¿Cómo era su visión de las cosas?
Creo que nos queda de los indios sobre todo algo corporal, la etnia expresada en el cuerpo y las facciones, en las poderosas cabelleras. Hay un fragmento del poema de Melisa Machado que se refiere al cabello liberado andando entre las cosas, desprendido de esas calaveras sacrificadas, un cabello indomable que es la razón y guía de su fetiche. Escribí una novela protagonizada por un joven charrúa, El diablo en el pelo. La piel y el pelo: componentes sagrados que trasmiten ilustración.
El poema de Melisa Machado opera una magia hecha a la vez de evocación y de libertad inventiva. Para mencionar a ese pueblo y a esa herencia sorda las palabras se han vuelto escasas, supervivientes de un pasado suprimido. La relación entre ellas, a veces absurdista, está siempre preñada de fuerza y peso propio. Tienen peso como piedras redondeadas de boleadora. Aluden y tocan; en su escasez operan una magia sorprendente, invocan la estirpe asesinada. Son los restos, pero también nuevas pieles. Los cabellos fuertes como huascas se agitan y chasquean en el rito.
El aborigen está vivo en poesía, invocado entre cacharros rotos. Sienta su presencia. Una presencia obtusa, sumaria, pero contundente.
Abriré ahora mis labios vegetales,
hablaré del surco oscuro de mis muertos.
Aquí los reinos del légamo:
el tallo blanco que se hunde en el lodo.
Y el rumiante suelo,
suave como pantano o vagina.
El indio es naturaleza, tiene labios vegetales, y desde el légamo habla; allí hay denuncia, pero sobre todo vivencia, ya que todo está vivo: el tallo se hunde en el barro, el suelo rumia, tan suave cuanto ligado al nacimiento. Habita el pantano suave como una vagina, a la vez animal y planta.
Soy ceniza,
ramaje:
tierra de terciopelo.
O bien:
Soy la reina de las hormigas.
Soy la reina de los grillos.
La densidad corporal resurge en el poema como lluvia; resurrecta, no extinta, rebota a través del tiempo y nos salpica la cara.
El texto es una adaptación de lo leído en la presentación del libro de Machado el 5 de diciembre de 2019 y está acompañado por su imagen de portada, a partir de un cuadro de Virginia Patrone.
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