Hambre, de Roxane Gay (1974), en la mirada de Sofía Rostagno
“Todos tenemos un relato y una historia. Aquí ofrezco los míos con la autobiografía de mi cuerpo y de mi hambre.” Así empieza esta obra robusta, contundente, que ocupa espacio porque tiene muchas cosas para decir y que, en varios sentidos, interpela e incomoda. Dividida en ochenta y ocho entradas aparentemente independientes y de distinta extensión, la autora va construyendo con determinación una obra dialéctica que camina con aplomo entre la fenomenología y la subjetividad. La ambivalencia se mantiene hasta el último renglón. Se desdobla. Denuncia las normas y prácticas del neoliberalismo individualizante desde el corazón del imperio.
Compuesta en partes iguales por relato, que hace referencia a lo subjetivo, al entendimiento o sentimiento de las vivencias, y por historia que es la concatenación de acontecimientos singulares, la empresa autobiográfica que emprende Gay tiene que ver con escribirse a sí misma. Como ella menciona, no es una historia de triunfo, ya que su cuerpo se mantiene aún indómito e indisciplinado, como le gusta decir en un claro guiño a Michel Foucault. Pero a la vez, a medida que va contando de sí desde su juventud hasta su madurez, está claro que sí es una historia de triunfo, de resiliencia, de aprendizaje y de militancia.
Desde la perspectiva de Foucault propuesta en La arqueología del saber (1969), el discurso es entendido como aquella práctica que forma el objeto del que habla. En este sentido, mientras se lee se tiene la íntima sensación de estar participando junto a la autora de la representación de su cuerpo gordo, de la resignificación de los traumáticos acontecimientos que la advinieron. Por esto la propia obra es la perla, el resultado de un trabajo de elaboración.
Veamos. El texto es una cartografía anatomopolítica y, como tal, mientras describe los relieves de su cuerpo, cómo él erosiona y se modifica, Gay también traza las líneas políticas que lo configuran. El libro expone en primera persona cómo el cuerpo es centro de poder y de control al estilo biopolítico, ejercido por los otros y a su vez hecho carne en la propia subjetividad autocontrolada. En el caso de las mujeres, ese ideal de corporeidad exaltado y subjetivado como ideal del yo es el precepto coercitivo que, a modo de Super-Yo persecutor —es decir cuerpo del psiquismo— vigila y castiga lo que se desea, lo que da ganas y, en último caso, lo que se consume.
En fin, nada más y nada menos que nuestra existencia paradójica en una sociedad de consumo que exige un ideal de corporeidad que restringe, prohíbe y castiga la ingesta pero que a la vez da hambre, cada vez más hambre. Gay denuncia las hipocresías que se esconden tras la falaz premisa de salud asociada con delgadez y gordura con insalubridad y el costo psíquico de su sostenimiento.
No son meros conceptos teóricos, ni tampoco pancartas de moda. Lo alucinante de este texto es que tiene una lucidez inusitada para transmitir en anécdotas hasta qué punto el efecto panóptico de la mirada de los otros afecta la forma en que somos cuerpo. Si a través del dominio se pretende moldear cuerpos dóciles, es decir, cuerpos que puedan ser sometidos, utilizados, transformados y perfeccionados y con ellos la subjetividad que los contiene, la insurrección, la indisciplina, los cuerpos no hegemónicos que ofrecen resistencia al sometimiento de la norma son castigados con los peores desprecios y violencias —a todos los niveles, desde el contacto interpersonal al colectivo— y esa violencia impacta en la superficie del cuerpo y se absorbe, se interioriza.
¿Sería posible la enunciación de esta autobiografía del cuerpo sin la lectura de Judith Butler? No, porque precisamente la reflexión central de esta autora en Cuerpos que importan (1993) es sobre la depreciación de determinado tipo de existencias corporales, sobre las normas que distribuyen cuáles cuerpos importan y cuáles no, y sobre cómo ese sufrimiento puede impedir que lleven una vida vivible, cuestiones que desde el vamos están asociadas a la forma en que Gay reflexiona y se escribe.
Después de determinado acontecimiento traumático y disruptivo Gay toma acción deliberada para lograr que su cuerpo no importe y descubre que, rápidamente y con cada bocado, no sólo introducía en su cuerpo kilos de grasa sino mecanismos políticos, sociales, burocráticos e institucionales que trataban su cuerpo con negligencia y violencia y se introduce en un espiral de desprecio y precariedad.
Ahora bien, ya que captamos la esencia foucaultiana de la obra, bien vale la pena seguir a Gay un poco más allá de los efectos disciplinares de la biopolítica. Ahí, la lectura del cuerpo como testigo del enclave de la subjetivación, terreno donde se plantean y se dirimen los problemas del saber, del poder y los del ser, entra en juego en un segundo tiempo más propositivo. Si por medio del cuerpo la individua se convierte en una subjetividad colonizada en cuerpo y pensamiento que exige descolonización, el verdadero peso que la autora pretende perder. Por eso, una nueva forma de constitución de la subjetividad es marcada por la implicación del sujeto con la verdad que enuncia, constituyéndose así en sujeto ética. El foco está en la verdad de sí, a la cual sólo se accede teniendo una relación ética consigo misma en interdicción entre el cuerpo y el psiquismo. El verdadero cuidado no sería tanto “hacer deporte y comer sano”, sino más bien decirse y darse la propia verdad.
Ética de sí, estética de la existencia. Inflexión que se percibe en este texto donde el cuerpo se libera, deja de ser un lugar de mera pasividad en el que el poder se ejerce sin encontrar resistencias y pasa a ser uno de los espacios donde el sujeto ética adviene. Gay puede dar cuenta de este modo que este giro no es sencillo, de que se necesita mucho tiempo traducido en años y experiencias de insensatez y autoboicot para reconocerse en el fondo de un psiquismo y a la vez en la superficie de un cuerpo.
Interdependencia, desposesión, vínculos, pasión, deseo, dimensiones que se van percibiendo como territorios que se conquistan y a la vez permiten liberación en el propio territorio corporal. Es interesante recordar, por eso, lo que sostiene Jean Baudrillard en La sociedad de consumo (1970), cuando se refiere a esta sustitución moderna donde “el cuerpo hoy ha llegado a ser objeto de salvación. Ha sustituido literalmente al alma en su función moral e ideológica”. Por esto, el texto de Gay me parece su propia absolución; pero no desde la conmiseración cristiana sino desde el áskesis, el ejercicio sobre el sí mismo a través del cual se procura elaborarse, transformarse, alcanzar cierto modo de ser: un compromiso auténtico con una ética de sí.
Deja una respuesta