El regreso a Ítaca: sobre «Inside», de Bo Burnham

Andrés Olveira aprovecha la aparición de Inside, el último especial de Bo Burnham (1990), para repasar la carrera de su creador

Al último especial de Bo Burnham, antes que verlo como un efecto de la pandemia —lectura que considero por demás acertada, pero penosamente inmediata; quitemos al virus del centro por diez minutos, por favor— prefiero tomarlo como parte de un proceso mayor que involucra toda su obra como conjunto, en la que ha alcanzado, con Inside, el máximo nivel de profundidad, el punto cúlmine de una búsqueda multidimensional que comenzó en Hamilton, Massachusetts, su lugar de nacimiento. Burnham es el menor de tres hermanos, hijo de una enfermera y un contratista de la construcción. Según le confesó a Marc Maron en su podcast WTF, no era el gracioso de la clase sino el que se sentaba al fondo, en silencio, a juzgar a los demás.

Debutó a los 16 años en YouTube, con una canción titulada «My whole family», en la cual el protagonista —Burnham canta en primera persona— se defendía de las sospechas que su familia albergaba sobre su sexualidad, entre otras cosas «solo porque le tengo miedo a la nieve / o porque mi color favorito es el arcoíris». Sus primeros videos, muy caseros, tienen como escenario su habitación de adolescente, planos fijos que lo encuentran detrás de un teclado —el instrumento que más usa— o una guitarra. Subió el material a la plataforma porque en ese entonces resultaba más fácil compartirlas así, dado que aún no se habían extendido las herramientas que hoy se usan para transferir rápidamente archivos de gran tamaño, como WeTransfer. Una consecuencia inesperada de esto fue la cantidad de visualizaciones —70 millones para octubre de 2010—, que lo convirtieron en el primer éxito viral. Burnham fue precursor de lo que hoy da en llamarse youtuber.

Ante la repercusión generada, firmó un contrato con Comedy Central Records y sacó su primer EP, Bo Fo Sho (2008), con 18 años. En 2009 sacaría su primer álbum de larga duración, Bo Burnham, y al año siguiente grabaría su primer especial de media hora con Comedy Central —junto a HBO y Netflix, las mayores plataformas de stand up—, Words Words Words, del que proviene su segundo LP, homónimo. Luego vendría el espectáculo What (2013), que también tiene su respectivo disco, y Make Happy (2016), estos dos últimos con Netflix. Make Happy no tiene disco por decisión expresa de Burnham, que consideró al material indisociable de su representación escénica.

Lo que tienen en común todos sus especiales es una conjunción entre canciones y breves espacios de stand up, pero tanto en What como en Make Happy comienza a primar su afán teatral en las presentaciones, concebidas como obras integrales, donde juegan un papel crucial su meticulosa y cronometrada puesta en escena, el uso del espacio —y diferentes objetos—, el sonido —tanto efectos como pistas pregrabadas— y las luces. «No me siento en casa en el ambiente del stand up«, declaró en The Good One, el podcast de Jesse David Fox para Vulture, «hice teatro toda mi vida, siempre quise meter al teatro allí». En ese sentido, también ha actuado en diversas series y películas, dirigió y escribió el film Eight Grade (2018) y publicó el libro de poemas Egghead: or You Can’t Survive on Ideas Alone (2013), ilustrado por Chance Bone, veta cómico-literaria que introdujo en sus presentaciones, como la que tuvo en el show de Conan O’Brien en 2010.

Aunque se ha ganado el respeto de sus pares —el consagrado Chris Rock lo eligió para dirigir Tamborine, su especial de 2018—, al principio Burnham fue visto como un aerolito que cayó a la comedia, porque provenía de un espacio ajeno a ese mundo, tradicionalmente marcado por una serie de reglas tácitas, un «paso a paso» desde el open mic hasta ser cabeza de cartel en un club reconocido. Suelen pasar años para que un comediante llegue a grabar un especial, y las probabilidades de conseguirlo son análogas o menores que las posibilidades de jugar al fútbol en primera división para un uruguayo.

Además, los puristas suelen menospreciar a los comediantes que utilizan la música en mayor porcentaje. Los llaman musical comedians y los relegan a una categoría más baja, junto a los prop comedians —aquellos que se valen de objetos o utilería, como Gilligan, cuyo acto más conocido era el aplastamiento de una sandía con un gran martillo de madera—. Parecen decir que los comediantes, a secas, no necesitan un término auxiliar o un adjetivo para definirse. También lo siguen haciendo con las mujeres, a quienes ningunean llamándolas women comedians, dando a entender que los comediantes por defecto son los varones —además caucásicos, porque son los únicos que no recurren a la especificación, como hacen con los black comedians, los latin comedians y un infinito etcétera. Esto también lo usa Burnham, que es plenamente consciente de su pertenencia al lado hegemónico de la vida —es rubio, norteamericano y mide 1,96—, algo que explota frecuentemente, ridiculizando a través de sí mismo los problemas de gente blanca (white people problems).

Es ilustrativa del recelo de las generaciones anteriores —no solo le pasa al Duki— su participación en un episodio de The Green Room —talk show conducido por Paul Provenza para Comedy Central, que consistía en conversaciones entre comediantes— en 2011, en el que comparte panel junto a los pesos pesados Ray Romano, Garry Shandling, Judd Apatow y Marc Maron —que lo entrevistaría en 2012 y en 2018—. La tensión se nota en el ambiente. Al principio lo botijean, pero él, con sus 20 años, comienza pisando fuerte, con arrogancia: «Soy de la generación más joven… Entonces, la pregunta que tengo para hacerles es… ¿Quiénes son ustedes?».

Puede verse en este mismo episodio cómo Garry Shandling, sin dudas el comediante más mítico y respetado entre los participantes del panel, va gradualmente reconociendo el valor de este joven arrogante de apariencia frágil. Shandling —que merece un artículo solo para él— llevaba mucho tiempo estudiando la doctrina Zen. En un momento explica al pasar que la filosofía oriental se trata de la búsqueda de la autenticidad y el no-ser (death being), algo así como la naturalidad absoluta, y cuando Paul Provenza le pide que traduzca en términos cómicos a qué se refiere con el no-ser, Shandling señala a Burnham como ejemplo:

—Es cercana (la búsqueda) al punto desde donde él parte, no tratar de ser alguien sino sentarse y decir «esto es lo que hago».
—¿Vos decís que él es sano? —pregunta Apatow, burlón.
—Creo que Bo es sano —contesta Shandling, con seriedad.
—Entonces puede ser igual de gracioso que nosotros, que estamos hechos mierda —concluye Apatow.

En este panel, Burnham cuestiona las «reglas invisibles» talladas por sus predecesores —»empezá por tu segundo mejor chiste y terminá con el mejor», etc.— y demuestra que hay otras formas de curtirse en la vida más allá del comportamiento autodestructivo de trastienda de club de comedia, similar al del mundo del rock —porque, aunque no parezca, la comedia tiene también sus muertos por detone—. Burnham deja implícito que no hay necesidad de ser Belushi o rondar la sobredosis para experimentar la comedia. Cuenta, por ejemplo, que es más fácil lidiar con un heckler —término de la jerga del stand up con el que se define a las personas del público que intentan boicotear al comediante llamando la atención— que con una persona sin rostro que no debe lidiar con las repercusiones de lo que dice. Y tiene razón, como cualquiera puede constatar en la sección de comentarios de El País o Montevideo Portal. También afirma: «creo que la absoluta creencia de que la comedia proviene del dolor limita lo que la comedia puede ser. Puede venir del amor, del miedo, del odio…». Shandling se muestra de acuerdo mientras los demás se limitan a mirar. Burnham se ganó su corazón zen, o corazen, si se me permite el neologismo.

*

Así como el núcleo de un reactor nuclear requiere una constante estabilización para evitar la fusión, Burnham utiliza el ego como mecanismo de refrigeración cada vez que se desata su núcleo de genialidad. De esta manera nos recuerda que es humano y redirige la intensidad hacia nuevos focos, la distribuye. Pueden verse en sus especiales deliberados dispositivos de banalización, como pequeños chistes (bits), a veces tontos y escatológicos, o manifestaciones de inmadurez —muchas veces se muestra como un tipo inmaduro, megalómano y caprichoso, características que hacen recordar al brillante Steve Martin—. Pero a pesar de estos intentos, no ha engañado a Shandling, que supo ver a través de la camisa de plomo, como si hubiese visto Inside diez años antes. En definitiva, Burnham, pese a su repentino éxito y una enorme proyección en tan corto tiempo, ha demostrado que no es un cuerpo colisionando a gran velocidad desde la nada, sino un artista con su propio pathos, que además conoce cada minúsculo ripio con que ha sido rellenado el camino.

Concibo las etapas de la obra de Burnham como las capas de la piel, desde lo más superficial hasta lo más profundo:

  1. La Epidermis (capa exterior), estaría conformada por sus inicios en YouTube, los primeros discos y su primer especial, Words Words Words. Esta es la fase más juvenil.
  2. La Dermis (capa intermedia) incluiría los especiales What y Make Happy, fase transitiva entre lo juvenil y la madurez.
  3. Finalmente tenemos la Hipodermis (capa profunda), compuesta por la película Eight grade e Inside, su último trabajo. En esta fase alcanza la madurez, aplica el conocimiento acumulado en las etapas anteriores.

A su vez, podrían tomarse sus últimos tres especiales de comedia y su película como fases deconstructivas de creciente nivel de profundidad. En What, Burnham se ocupa de abrir las puertas de la indagación. En este trabajo se destacan «Left Brain, Right Brain» —un dueto donde dialogan sus dos hemisferios cerebrales—, «From God’s Perpective» —una canción escrita desde la perspectiva de Dios, en la que le dice a los humanos que conoce «trillones de aliens más interesantes que ustedes»—, y el gran final, «We Think We Know You», en el que interactúa con diversas voces que lo asfixian clamando conocerlo realmente, sin dejarlo hablar a él.

En Make Happy surgen el conflicto, los peligros y finalmente el abandono de la coraza de pretensión, la construcción de su persona escénica. En este especial resaltan «Straight White Male» —canción en la que utiliza la primera persona para satirizar los problemas de hombre blanco, en la que dice «todos piensan que la tengo fácil / solo porque sea verdad no quiere decir que sea correcto»—, «Country Song» —donde se burla del género que da nombre a la canción, con versos como «hablo y camino como un hombre de campo / pero mis botas cuestan tres mil dólares / escribo canciones acerca de andar en tractor desde el confort de un jet privado»—, y el final, que merece un párrafo aparte.

«Can’t Handle This (Kanye Rant)», la canción que culmina Make Happy, comienza con apariencia inocente, satirizando un segmento de las presentaciones en vivo de Kanye West en su tour Yeezus, llamado «Rant» (en español, «sermón o vituperio en contra de algo»), donde el rapero —que a pesar de su errático comportamiento farandulero es un genio—, abusando del auto-tune improvisaba líneas sobre sus preocupaciones del momento, en tono de envolvente religiosidad, como forma de  exorcizar sus problemas frente a miles de personas. Dichas preocupaciones podían oscilar entre las zapatillas Adidas y la política, algo de lo que se agarra Burnham para el inicio de su propio «Rant», de apariencia inocente —habla del «flagelo» que significa no poder meter la mano adentro de una lata de papas Pringle’s o el fracaso en el armado de un burrito de pollo en la cadena Chipotle (un Mc Donald’s de los burritos)—, hasta que introduce sin anestesia el más crudo tono confesional para relatar su desmoronamiento. Ya no podía sostener la relación con el público, a quien le dice: «una parte de mí te ama / una parte de mí te odia / una parte de mí te necesita / una parte de mí te tiene miedo / no creo que pueda manejar esto ahora», para culminar: «Miralos, se me quedan mirando / con cara de ‘vení a mirar a este flaco con declinante salud mental / vení a reírte mientras intenta darte lo que no puede darse a sí mismo’».

Bo Burnham en Make Happy

Burnham experimentó doce ataques de pánico en sus últimos años de presentaciones, once en escena y uno durante un trayecto entre actuaciones. En un comentario del video de «Can’t Handle This» subido a YouTube en la cuenta oficial de Burnham, una persona que dice haber visto el espectáculo en vivo cuenta que la gente se quedó sin palabras luego de la segunda mitad del «Rant». Y sí: presenciaron un colapso nuclear, la fisión en primera fila.

Después de Make Happy, Burnham tomó la decisión de abandonar la escena, pero eso no significa que haya abandonado su trabajo. En este tiempo se dedicó a escribir y dirigir la película Eight Grade (2018). Lo que buscó en la película —según lo dicho para Vulture— fue retratar lo que significa ser joven hoy, de manera real, «más granular», a través de «la verdadera historia de Internet». Burnham quiso «describir la metaansiedad que sentís cuando estás allí, en un lugar donde el ser está atomizado en miles de versiones de vos que se miran entre sí, inventariándose». Eight Grade, protagonizada por Elsie Fisher —de trece años—, trata sobre alguien que no es viral, que vive su ansiedad a través de este nuevo contexto, alguien que atraviesa «Internet como una textura indisociable de su vida». Como Dostoyevski o Hugo, Burnham se corrió del foco para buscar la voz de los sin voz —las «pobres gentes» de Fyodor o «los miserables» de Hugo serían, en este caso, los «no virales», aquellos a quienes nadie les presta atención—, simbolizados en una chica de segundo de liceo, porque, según Burnham, en este mundo todos somos una chica de segundo de liceo.

Bo estaba cansado de hacerse el superado. «Quise dejar la sátira, el cinismo. Tengo miedo, estoy triste», le dijo a Jesse David Fox, para concluir reflexionando que «el medio en sí es casi el enemigo de la obra».

*

Entonces llega Inside (2021), la vuelta a Ítaca luego de la guerra, curtido, descarnado y con la piel recubierta de salitre.

Burnham vuelve a colocarse frente al foco, a mostrarse. Levanta el guante dejado al final de Make Happy, espectáculo que a su vez levantó el dejado en What. Un guante de toneladas de peso. Mientras que en el año anterior, el esperado regreso de Jerry Seinfeld —deidad cómica— vino a mostrarnos el estancamiento del viejo paradigma humorístico —algo así como «encuentra una voz y no la sueltes nunca más»— reflejado en chistes caducos sobre parejas heterosexuales —recauchutando la largamente abandonada consigna «los hombres son de Marte y las mujeres de Venus»—, Burnham decide superarse a sí mismo, en este caso para trascender el propio formato de comedia. Porque decir que Inside es un especial de comedia es bajarle el precio. Podría tranquilamente ser presentado en Cannes.

Inside fue escrito, interpretado, filmado y editado por Burnham en solitario, sin público ni equipo que lo asistiera —no obstante, alcanza grados de prodigio técnico—. Transcurre íntegramente dentro del reducido espacio de su casa de invitados, cuya puerta es más baja que él y recuerda a su habitación de adolescente, donde comenzó todo. El encierro es un personaje más, el punto de partida para el prólogo, en el que se refiere al confinamiento y saluda: «perdonen si me fui / pero miren, les hice contenido».

Ofreciéndose al mayor voyeurismo posible, en este producto-hipodermis Burnham se pone subcutáneo, nos muestra los hilos, la sustancia con la que trabaja, el uranio —acá podría hacerse un juego de palabras con huraño—. Esto se refleja en las transiciones y en las múltiples ocasiones en que expone el deterioro físico y mental al que se expuso durante el proceso creativo, muchas veces quedando al borde del colapso nervioso y recurriendo a ideas suicidas —al final de los créditos hay un disclaimer sobre este tema, en el que se pone a disposición una línea de ayuda—. Pero detrás de la aparente desorganización del especial y sus momentos de caos, subyace un plan mayor, directamente enganchado con aquel adolescente que comenzó en YouTube con 16 años.

La apuesta es máxima y el precio a pagar es alto, como se puede constatar en el transcurso de Inside. Al inicio prima la comedia, el arrogante «chico listo», pero a medida que avanza, Burnham va engarzando irrupciones de gradual honestidad, hasta terminar —literal y metafóricamente—, desnudo. En «Comedy», Burnham se pregunta, detrás del piano digital: «¿se acabó la comedia?», «¿a quién le gustaría bromear en un momento así?», para luego proponerse, melodramáticamente y luego de ser iluminado por una luz «divina», «salvar al mundo con humor», «porque el mundo necesita que lo guíe un tipo blanco como yo», ironiza. Luego se autocoloca, en un pizarrón, como eslabón perdido entre Malcom X y Weird Al Yankovic —cómico que se caracteriza por sus versiones satíricas de hits pop—, dentro de un montaje en el que se lo puede ver intentando resolver este dilema como si fuera una ecuación de la que dependiera el futuro del universo, con altísima intensidad. Recomiendo pausar la imagen dentro de este segmento para leer los delirantes esquemas que Burnham plantea en el pizarrón. Son una fotografía de su visión crítica sobre el estado del género cómico y su devenir reciente.

Bo Burnham en Inside

Luego viene «FaceTime with my Mom (Tonight)», en donde describe lo que indica el título y la frustración derivada de una simple conversación con la madre, mediada por la tecnología. «How the World Works» comienza inocente, invocando un tono de canción infantil a lo Plaza Sésamo y explicando el funcionamiento del mundo en clave risueña, hasta que un personaje representado por una media sucia en la mano de Burnham —llamado Socko— llega para pudrir todo, explicando cuáles son los intereses que mueven realmente el mundo —»la red de capitalismo global busca separar al trabajador de los medios de producción» y «el fascismo neoliberal está destruyendo la izquierda»— y cuestiona el papel de los privilegiados progres, «que ven cada conflicto sociopolítico desde su míope lente de realización personal». «¡Esto no se trata de vos!», exclama Socko, antes de ser callado por Burnham, que se incomoda por las verdades.

«¿Es necesario que expresemos cada opinión que tenemos sobre cada cosa que ocurre al mismo tiempo?», reflexiona el comediante más adelante, sentado sobre un banco e iluminado por un reflector, en uno de los escasos momentos con aire de stand up. «¿Alguien podría cerrar el culo por una hora?» En el medio encontramos un scketch en el que Burnham representa a un consultor de marcas, que ofrece lavarle la cara a las grandes compañías para que acompañen los cambios sociales, usando el mismo tono inspiracional que podría escucharse en una charla TEDx. Por su parte, «White Woman’s Instagram» arranca con tono poético, bajo una base pop: «Una ventana abierta / una novela, dos manos entrelezadas / una palta / un poema escrito en la arena / nieve recién caída en el suelo / un labrador con una corona de flores / ¿esto es el cielo?», se pregunta antes de responder que no, que es el Instagram de una mujer blanca, ilustrando el mensaje con fotografías en movimiento que captan de manera precisa el espíritu de lo que busca satirizar. Similar dispositivo despliega en «Sexting», donde desarrolla el término y sus derivaciones.

«Unpaid Intern» es una canción en la que aborda las relaciones laborales cada vez más frecuentes en el mundo corporativo y creativo, pero propone un giro: al terminar la canción Burnham «reacciona» frente al video, una modalidad que se ha extendido en YouTube. Luego reacciona frente a la reacción y así sucesivamente, en cada grado revelando una mayor inseguridad, en un juego de cajas dentro de cajas similar al mecanismo de una muñeca rusa o la representación visual del Pulidor Bão, seguida de una canción breve —que cerca del final repetirá— donde exalta con acidez la figura de Jeff Bezos, el CEO de Amazon, uno de los que más se ha beneficiado con la coyuntura pandémica. «Permitir que las grandes corporaciones digitales explotaran el drama neuroquímico de nuestros hijos para ganar dinero quizá fue una mala decisión», reflexiona acostado, rendido, en una de las transiciones.

En «Look Who’s Inside Again» Burnham se pregunta: «¿Se puede ser gracioso encerrado en un cuarto?», y hace referencia a su pasado, a sus inicios —»era un niño encerrado en una habitación»—, con añoranza por el tiempo transcurrido y frustración por su vuelta. En definitiva, resume su pathos: «Mira quién vuelve a estar adentro / quién salió en busca de una razón para volver a esconderse / la has encontrado / ahora salí con las manos en alto / te tenemos rodeado». Sigue uno de los momentos más amargos del especial, cuando Burnham recibe su cumpleaños número 30 en completa soledad y desolación. «Me burlé demasiado de los Baby Boomers y ahora los Zoomers me dicen que estoy desactualizado», canta a continuación.

Acercándonos al final, donde confluyen todas las líneas abiertas, Burnham expone de manera más cruda las consecuencias de su búsqueda, en la que ha dejado mente y cuerpo. Destaco «Welcome to the Internet», donde se abordan las expectativas que generó la red global —Burnham canta en primera persona, personificando Internet, con visos de sutileza diabólica— y lo que terminó siendo. «¿Puedo hacer que te interese todo todo el tiempo?», pregunta. «La apatía es una tragedia y el aburrimiento es un crimen», concluye, dentro de una vorágine de referencias inconmensurables que se le ponen en la cara al espectador. El pesimismo es el retrogusto que se apodera entonces del paladar, con un Burnham que se acerca más al Allen Ginsberg de Aullido que al adolescente que se burlaba de los adultos. Bo confiesa que justo cuando estaba pronto para salir de nuevo tras su crisis post-Make Happy cayó la pandemia, y va despidiéndose con un in crescendo en el que convergen las líneas melódicas anteriores y los elementos de aparente caos que dejó por el camino. Todo tuvo un propósito en el gran final. «Terminará en cualquier momento», dice, y luego de verse a sí mismo como protagonista de una falsa huida del encierro que ve proyectada en su habitación, Inside termina con la sonrisa que Burnham decía haber perdido en el final de su especial anterior.

«Quizá reducir toda la experiencia humana subjetiva a un valor de cambio carente de vida que no beneficia a nadie excepto a un puñado de salamandras de Silicon Valley y adoptarlo como estilo de vida para siempre… Tal vez no fue bueno», dice como al pasar en algún momento, entre chiflidos, Ulises volviendo a Ítaca.

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