Cortocircuitos: sobre «Hackear a Coyote», de Alan Mills

Las mil caras del trickster en un libro reseñado por Francisco Álvez Francese

Recientemente, y a raíz del estreno de su nueva serie, Disney dio una noticia que, aunque muchos otros protestaran, hartos de la corrección política y los gestos «inclusivos» de la multinacional, no sorprendió ni a los fans de Marvel ni a los asiduos de la Edda poética: que Loki sería gender fluid. Esto, en efecto, no es una novedad para los lectores de comics, donde el personaje ya se mueve entre los géneros, ni para los que, por ejemplo, hayan leído el «Þrymskviða», en el que el travieso dios se disfraza de dama de compañía de su hermano Thor, que a su vez se hace pasar por Freyja para recuperar su martillo de las manos del gigante Þrymr. En todo caso, el dispositivo de transformación, que Loki utiliza en varios mitos para escapar de situaciones, conseguir información (como cuando descubre la debilidad de Baldr haciéndose pasar también por mujer) o seducir (como cuando se convierte en yegua), es otra de las facetas de este dios ambiguo, bueno y malo, astuto, hermoso y terrible, que tantas variantes tiene en las cosmogonías más diversas. Porque, ciertamente, en esto Loki no está solo ni es una excepción, como demuestra el poeta Alan Mills en Hackear a Coyote, un libro impregnado de energía revolucionaria que busca un caos dentro del caos.

Junto a estas figuras juguetonas y divertidas, que crean y destruyen con igual gracia y naturalidad, hay una corriente subterránea en el pensamiento que va más allá de estos deslices de nombres y disfraces y que se puede pensar, un poco arbitrariamente, a partir del larvatus prodeo cartesiano, ese «avanzo enmascarado» con el que el joven René Descartes describe su manera de entrar en el Teatro del Mundo y que abre la filosofía a un juego de imitaciones en el que brillarán luego figuras tan disímiles como Denis Diderot, que va a esconderse tras los nombres de los autores que traduce para protegerse de su familia y de la Iglesia, o Søren Kierkegaard y sus múltiples avatares, de Victor Eremita y Johannes de Silentio a Nicolaus Notabene, todos encubrimientos que son en gran medida tácticas defensivas para pensar a contracorriente, por entre las sombras y los vericuetos del discurso oficial. Como el trickster que es Loki, entonces, el filósofo puede también cubrirse de otras pieles para dinamitar, a la sordina, el edificio de lo dado.

A partir de la figura tradicional del Coyote, tan fértil entre las culturas indígenas americanas, Mills recrea en su libro una inmensa genealogía de célebres timadores, de personajes de la cultura popular definidos por su inteligencia y su habitual desinterés por el orden, ya sea social o natural. En este sentido, por eso, estos personajes (y Mills da una larguísima lista en la que conviven Hermes y el Gauchito Gil, el Mago Simón, el Joker y Annonymus) viven a menudo en un espacio que se puede definir como un entre los mundos: lo masculino y lo femenino, lo sagrado y lo profano, el bien y el mal. Andrógino, impredescible, inclasificable, la fuerza de Coyote es para Mills una energía que se puede utilizar para liberarnos y es en esa idea que se encuentra el principal argumento del libro, que establece una comparación constante entre la imagen arquetípica del animal huidizo, que aparentemente finge estar muerto para sobrevivir, con el hacker que se mueve él también en un espacio indefinido y vive cambiando de pieles, de nombres, de usuarios, contraseñas, IPs, para volver invisibiles los rastros de su accionar en la web.

Así, mientras en «el coto de caza de los más poderosos se ha ensanchado frenéticamente, mientras se ven reducidas no pocas de nuestras prerrogativas como ciudadanos» y todos nuestros movimientos, todas nuestras búsquedas y navegaciones online son utilizadas con fines políticos o económicos, la esperanza parece radicarse en este pequeño ser que «quiere ayudarnos a hackear la intrincada red de esta ciberguerra, la guerra por el control de la Internet». En ese supuesto, es Coyote el que atraviesa la web, ese inmenso proyecto que una vez pudo profundizar las bases de la democracia y se transformó en cambio en un instrumento del totalitarismo.

Es llamativo, por eso, que este libro haya sido escrito cuando Donald Trump todavía no era presidente de Estados Unidos, ya que en gran medida logra captar el uso de las redes sociales que desde aquellas elecciones se hizo corriente, pero que por otra parte había sido puesto a prueba ya durante las campañas de Barack Obama. El potencial político de Coyote, que a veces se parece a un fantasma que juega travesuras a los nuevos habitantes y otras al duende lorquiano, no queda sin embargo del todo claro, como no queda clara la implicación de ese hackeo a su figura. No obstante esta vaguedad, su principal poder puede ser precisamente ofrecer una alternativa, un espacio de utopía que viene a la vez desde el pasado prehispánico y del futuro posible de un mundo de intercambios libres. Como las hadas de los cuentos, con su «voraz apetito sexual», con su rareza que trasciende lo humano y lo animal, Coyote significa también la posibilidad de pensar en otro mundo, un mundo en el que se trasiega sin objetivo, un espacio de resistencia que se alza desde los engañadores primigenios que son Hunahpú y Xbalanqué y trasciende los tiempos contra las nuevas formas del mismo colonialismo, justamente porque, lejos de verse interrumpido,

el colonialismo material queda reflejado o expresado en las asimetrías del mundo digital contemporáneo: en las ruinas de esa Red original que prometió acceso universal al conocimiento fue erigido un bloque de consorcios informáticos que, mientras simulan un candor alternativo (como en el caso de las compañías del Silicon Valley en Estados Unidos), al mismo tiempo dejan bien claro que sus motores posindustriales se engranan con la alienación y el desposeimiento de los usuarios de Internet por todo el mundo. Todo esto acontece a la par de la sistematización, clasificación, manipulación y rentabilización de nuestros datos, ideas e intereses, limitando el utópico acceso abierto a la información y convirtiendo la red en un espacio cada vez menos neutral.

Es en estos espacios, desde una postura que afortunadamente no tiene nada de inane tecnofobia, que Mills reivindica las formas ancestrales de comunicación y preservación de la información: frente a la tabula rasa que suponía el colonizador, entonces, el autor presenta las sutilezas del pensamiento maya-quiché a través de sus héroes tricksters, que logran engañar incluso a los señores de Xibalbá. En esa relación siempre conflictiva entre lo europeo y los distintos pueblos indígenas americanos, hay una tensión que se resuelve con un sincretismo que es un doble hackeo: por un lado, es uno de los modos que tuvo la cultura invasora para impregnar las prácticas nativas, pero a la vez es la menera en la que tradiciones y deidades sobrevivieron disfrazadas, como por otra parte sucedió a lo largo de toda la historia del cristianismo con diversas culturas, en las figuras de los nuevos dioses. A través de ese proceso, los pueblos pueden honrar a sus héroes, a los outsiders que han revertido las reglas, aunque fuera momentaneamente, a los que dieron vuelta, como en el carnaval bajtiniano, las jerarquías y los lenguajes, y son celebrados y adorados en sus múltiples solapamientos en la cultura, ya sea a través de santos herejes o como bandidos adorados.

En un despligue que no olvida las performances de Salvador Dalí y Joseph Beuys, Mills invita a volver sobre nosotros mismos y recontar nuestra historia, entrar en lo hermético (palabra que viene de Hermes), y jugar el implacable juego de imitaciones que es la vida en sociedad en un encuentro con lo otro, un juego siempre peligroso por lo inesperado, por lo radical de su propuesta subversiva de todo binarismo y juicio sobre lo que significa ser, parecer, actuar, representar, etc. Es ahí, en el espacio de lo invisible, de lo oscuro, la noche de los ladrones y lo amantes, que la forma de Coyote puede emerger para desafiar la claridad, el análisis, la cantidad y el precio. Y es por eso que, como los bufones en una obra de Shakespeare, aparece como el encargado de decir la verdad, de mostrar desde un lugar paradójico lo que nadie ve pero está a plena luz. Es ese el poder que nos confiere: el de buscar una posibilidad, de comprender la potencialidad del desorden y hacer, bailar con el caos. Más allá de estas conexiones, del desarrollo convincente y claro de su argumentación, de los ejemplos y de los análisis inesperados sobre obras recientes como Breaking Bad, lo más atractivo del libro de Mills es por eso su retórica de panfleto, su prosa espiralada, su poder de seducción: escrito como incorporado por el espíritu del trickster ancestral, Hackear Coyote se muestra como un libro espontáneo, ansioso, astuto y, sobre todo, capaz de encender en otros la chispa de la creación.

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