El afterlife de lo cancelado: sobre «Master of None», de Aziz Ansari

Monserrat Cabrera se pregunta cómo se vuelve después de una cancelación, en torno a la tercera temporada de Master of None

Después de cuatro años sin noticias, en mayo salió la tercera temporada de Master of None, la serie del comediante Aziz Ansari, que protagoniza a través de un alter ego llamado Dev. El anuncio fue una doble sorpresa, en primer lugar por haber pasado tanto tiempo desde el estreno de la temporada anterior. La serie, cuya primera temporada es de 2015, había sido un éxito, con una gran popularidad y un contenido que combinaba muy bien el humor del creador con las reflexiones sobre el amor romántico, las diferencias generacionales y todo lo que entra dentro de las preocupaciones de ese segundo “coming of age” que aparece en muchas de las creaciones de artistas que rondan los treinta años y que refiere, básicamente, a la adaptación al mundo adulto. Sin embargo, incluso aquellos que supimos disfrutarla no esperábamos esta continuación por un factor bastante relevante: Ansari fue denunciado por abuso poco después de que terminara la segunda temporada y de manera casi protocolar desapareció por un tiempo.  

Nunca fui partidaria de “separar al artista de su arte” e inevitablemente mi consumo se ve muy afectado por las acciones individuales de los artistas, por la cancelación y los escraches. Pero como mujer joven y feminista cada vez entiendo más que hay muchas áreas en las que se nos exige actuar de manera muy arraigada a estos principios, comparado con la poca exigencia que hay hacia los hombres de actuar de manera al menos decente. A fin de cuentas, pretender que todo el contenido que consumamos esté impoluto y libre de las omnipresentes manos masculinas se parece más al reclamo constante hacia las personas de izquierda que usan iPhone que a un planteo verdaderamente útil. Esto no significa que los actos de abuso y acoso no deban ser condenables, sino que en períodos de transición y en el eterno proceso dialéctico, es necesario repensar qué hacemos con esas obras que existen y pueden llegar a ser muy relevantes, ya sea por sí mismas o por ser un reflejo de los procesos esperables más allá del momento de la cancelación. Creo importante tener ese debate, por más de que se trate de preguntas sin respuestas únicas y/o necesariamente correctas. Por esto me resulta tan interesante esta vuelta de Master of None y de Ansari como creador: porque la segunda sorpresa fue cómo volvió.

Empieza el primero de los cinco capítulos y nada es reconocible. En un formato de 4:3 de proporción, unas placas con una tipografía simple enuncian: “Master of None presents… Moments in Love”. Con planos fijos y prolongados de árboles, ramas y cielos grises, llegamos al interior de una casa y nos encontramos con las nuevas protagonistas de la serie, Denise y Alicia, durmiendo en su cama desde un ángulo que permite ver todo el cuarto. Denise, interpretada por Lena Waithe, es el único elemento que une este nuevo contenido con las dos temporadas anteriores, ya que no sólo era la amiga de Dev, sino que tuvo su propio capítulo en el que se desarrolla su salida del closet y específicamente lo que esto implicó dentro de una familia afroamericana monoparental. En “Moments in Love”, Denise pasa a ser protagonista junto a su novia Alicia, interpretada por Naomi Ackie y no es hasta avanzado el capítulo que el personaje de Ansari hace una única aparición olvidable como invitado en su hogar y con no más funcionalidad que anticipar reflexiones sobre el deterioro de los vínculos, que se trabajarán en la pareja principal más adelante. 

Lo que antes era casi una sitcom sobre un joven soltero viviendo en pleno Nueva York cuyas actividades principales eran tener citas, estar con sus amigos y probar comida nueva, ahora es una propuesta mucho más seria, alejada de los chistes propios de Ansari, para el tratamiento de temas más profundos por los que pasan las protagonistas y su vínculo. La infertilidad, la infidelidad, el estancamiento en variados sentidos y hasta la recreación de roles tradicionales de pareja están en juego, pero se tratan de manera compleja y conjunta, porque la exploración contiene todo esto, pero refiere a algo mucho más abstracto: el amor. Como era necesario para un proyecto desde una perspectiva de mujeres afro y homosexuales, Waithe no sólo cobra protagonismo con su personaje, sino que ella misma tiene el rol de guionista junto a Ansari.

Así como cambia el protagonista, y necesariamente parte de la autoría, cambia el género y necesariamente el registro. Una sitcom en el centro de Nueva York necesita de una filmación con más movimiento y un montaje más ágil. Un drama en la naturaleza de las afueras de la misma ciudad, con un máximo de cuatro personajes actuando al mismo tiempo, se favorece por los planos fijos y prolongados y cuidados. En casi todas las ocasiones, el ángulo y la posición de la cámara logra mostrar la acción de la escena perfectamente calculada: en cuanto a la estética, las acciones y actuaciones se desarrollan dentro de los marcos de los objetos o delimitaciones imaginarias y, en cuanto a la historia, se le da tiempo real a la acción, fomentando el sentimiento de cotidianidad y la ausencia de movimiento que no sea actoral lo que sugiere el sentimiento de estabilidad. 

Estos mismos planos que transmiten estabilidad y tranquilizan al principio, se convierten rápidamente, con los conflictos de la historia, en acentuadores de los sentimientos de frustración, incomodidad, disconformidad. Por momentos, esa estabilidad se transforma en una insufrible sensación de estancamiento. Los planos fijos y bien usados en cuanto al tiempo, comparten con el buen uso de los silencios la fantástica capacidad de asistir a la actuación y a los sentimientos.

A su vez, las decisiones de cámara están alineadas con la propuesta de arte, ya que el carácter observacional expone mucho más la escenografía y da menos herramientas para “disfrazar” desprolijidades. Que Alicia sea una aficionada de las antigüedades y aspirante a diseñadora de interiores implica que su hogar esté muy pensado, pero el trabajo de arte va mucho más allá de la utilería, por ejemplo, en los colores, que evolucionan al son de cómo se vinculan las protagonistas. Los marrones, rojos y amarillos apagados abundan al principio y acompañan el clima otoñal, con comidas de olla, abrigos grandes y la presencia de la estufa de leña. En el último capítulo, Denise y Alicia, ya separadas hace tiempo, vuelven a su antigua casa a espaldas de sus respectivas nuevas familias. Ahora es un Airbnb y perdió casi por completo el ambiente de colores cálidos y texturas de telas dentro del antiguo hogar. La pintura y la decoración es muy “whitey” para el gusto de las protagonistas, pero además muestra en colores fríos, blancos y celestes eso que ya no es. Ese hogar que ya no es, esa relación que ya no es, esos posibles futuros que ya no son. 

En términos generales, fue una coincidencia estéticamente hermosa toparme con este contenido inesperado a fines de otoño y sentir en él la transición de cambio de estación que se viene, así como fue atrapante el tratamiento de lo vincular tan honesto y cercano, sin romantización, ni milagros de amor, ni víctima y victimario y lo que más valoro: sin conclusiones certeras o explicaciones de qué es amor y qué no. 

Ahora bien, más allá de la apreciación a “Moments in Love” como producto audiovisual, me resulta necesario remitirme de nuevo a la relación entre esta obra y la cancelación de Ansari para pensar en un tema un tanto más complejo sobre el que nunca había dudado tanto como en esta ocasión. Esto se debe, probablemente, a que es la primera vez que doy cuenta de un artista que vuelve del mundo de la cancelación, reinventado de una manera que considero más o menos acertada. Intentando distinguir si estaba pecando de tibia, hablé con una amiga que me redirigió a una entrevista a Lucrecia Martel sobre Roman Polanski en la que se pregunta: “¿Qué hacemos con el hombre que ha cometido una falta? ¿Lo ejecutamos y así nunca más tenemos que hacer las mismas preguntas? Es compleja la transformación del mundo”. Y por más de que hay partes cuestionables en su testimonio, sí es importante detenernos a pensar en la segunda pregunta. Amparados en la cultura de la cancelación, ¿cancelamos y a partir de ahí no tenemos que cuestionarnos nada más? No se trata de no corregir o penar lo que debe ser corregido o penado y mucho menos de ser nosotras las responsables de rehabilitar abusadores; se trata de pensar en que quizás una herramienta tan relevante y poderosa como el escrache y la cancelación termina funcionando en varias ocasiones más como un método tranquilizante para no cuestionarnos más, para tener más certezas y menos dudas. Pero como los hombres perciben que no hay proceso que valga en función al escrache, hay un miedo poderoso y merecido, pero quizás no transformación. “Entonces lo que necesitamos como comunidad es conversar, no esquivar preguntas difíciles. Es ver qué hacemos, porque no es fácil” plantea Martel, y en eso sí estoy plenamente de acuerdo.

Por supuesto que no por esto se vuelve válido separar al artista de la obra: todo lo contrario, es entender qué pasa después. Porque, aunque muchas podemos hacer como que los artistas escrachados dejan de existir, ignoramos que por lo general desaparecen por un rato y vuelven a hacer exactamente lo mismo que antes, con un público en el que las feministas no hacemos la diferencia. Por eso, cuando hablo del acierto del regreso de la serie del comediante en cuestión, lo que realmente valoro no es simplemente que él se haya movido del centro de su obra, sino también el uso de Master of None como plataforma con una gran audiencia para un guión y un proyecto compuesto principalmente por mujeres, todas pertenecientes a minorías, guionado por una mujer y hablando sobre mujeres y para mujeres.

Es difícil distinguir exactamente si estos aspectos mencionados compensan el hecho de que Ansari siga teniendo reconocimiento y ganancias económicas. Lo que sí es seguro es que haga lo que haga, el abuso no se compensa. Entonces, lo que nos queda mientras tanto es seguir corrigiendo, pero repensando, reformulando y claramente prestando atención a los procesos que presenciamos e ir viendo, porque definitivamente no es fácil.

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