Verbovisualidad oriental: la poesía visual y otras escrituras disidentes uruguayas (1833-2020), editado por Juan Ángel Italiano, en la mirada de Jairo Rojas Rojas
Juan Ángel Italiano ha configurado la primera antología de poesía visual del Uruguay y con ello ha puesto una piedra fundacional. Abre un camino para recordar y recorrer una tradición poética escasamente atendida e invita a adentrarse en ese territorio fascinante y único. Puede que ahora lo visual y lo textual en conjunto sea una forma corriente de la expresión, pero hace unas décadas era una interesante exploración del lenguaje donde se habilitaban preguntas sobre sus posibilidades creativas. En cierto sentido, los nombres de esta muestra atentan contra la mirada binaria que separa lo visual de lo textual, problematizando la pureza de los géneros, creando cruces de lenguajes y acercándose más a una idea o a un concepto que a la narración o la anécdota que resalta mucha literatura. En otras geografías, sus cultores más radicales como los brasileros Haroldo y Augusto de Campos hablan de la muerte de la sintaxis. Son valientes y temerarios, utópicos y delirantes, sus apuestas son arriesgadas pensando el lenguaje desde una óptica que lo aleja de su estructura más o menos predecible.
En el año 2012 mi método de lectura era escoger un libro al azar de las estanterías de una biblioteca pública. Este impulso trajo a mis manos Un día… (poemas sintéticos), Li-Po y otros poemas y El jarro de flores (disociaciones liricas), de José Juan Tablada. Tres libros reunidos en una edición más bien breve. Me impresionó aquel ejemplar en la sección de poesía porque, en principio, atentaba contra mi idea de poema. La disposición de aquellos versos hacía del texto materia plástica y del acompañamiento visual una parte fundamental del significado. Pasó mucho tiempo antes de llegar a estas consideraciones y de percibir su configuración general, su básica y secreta unidad. Me sorprendía, sobre todo porque no podía descifrar aquel artificio. Así descubrí la poesía visual. Se replicaba aquella sensación cuando leí por primera vez Trilce, de César Vallejo. No entendía nada, pero no podía parar de leer. Fascinado. Esa revelación me llevó a investigar sobre esta forma del poema y ahí me topé con un universo poético más bien reciente, aparecido a mediado de los años sesenta con el fulgor de las Neovanguardias, pero con raíces que se extendían a tiempos más lejanos.
Al leer esta antología vuelve la misma sensación de sorpresa, aún más porque su luz apunta a los primeros ejemplos de la poesía visual hecha en Uruguay, y con ello se despliega un primer mapa de una tradición. El estudio preliminar colabora para entender ese territorio familiar y extranjero al mismo tiempo, un prólogo que se mueve en el vaivén del marco histórico y las consideraciones teóricas. A partir del concepto de poesía visual, Italiano remarca otro derrotero del poema más bien como un artefacto de interrogación y cuestionamiento radical. Como consecuencia, esta serie de ejemplos que conforman esa constelación son refractarios a un examen desde las herramientas con las que se evalúa un soneto, por ejemplo.
Pareciera que estos autores y autoras se descarriaran y más que escribir dibujaran. Las frases, el alfabeto, se tornan materia geométrica con líneas y figuras que engendran otros signos. Escriben para ver y al ver se oye. ¿Qué hacer entonces con esta alteración de las arquitecturas del lenguaje? Cada caso de esta antología responde a su manera, explora, tantea. Son ejercicios de inteligencia, de audaz propuesta interdisciplinar. He escuchado que es una poesía fría, cerebral, distante, pero ¿acaso el arte verbal debe entronar la emoción y defenderla como única vía? Lo cierto es que no me sorprenden estas quejas, que vienen de miradas heredadas que intentan ordenar el mundo en un ilusorio blanco o negro, entre uno y otro, la razón o la emoción.
Más radical que en el poema escrito, estos ejemplos son escrituras que se han despojado de las estructuras cotidianas del lenguaje y su reconstrucción es una operación intelectual que arma un artefacto. Ahora no es un poema hecho de ritmo sino de trazos que se vuelven escritura. Pero el abanico que aparece es diverso y veremos realidades e ideas, formas y abstracciones, algunas signadas por el contexto y la época, otras a la tecnología del momento como un gran laboratorio para poetas o incluso para autores que no pertenecen al ámbito literario como es el caso de Laureano Tacuavé Martínez quien inaugura la antología, prisionero indígena capturado durante la campaña de exterminio organizado por Fructuoso Rivera (1831). Un par de años más tarde Tacuabé (las dos grafías son utilizadas), estará en Paris junto a tres prisioneros más exhibidos como “curiosos especímenes salvajes de la tercera raza de hombres: la cobriza”. Su curioso y misterioso alfabeto geométrico no cuenta su historia, pero acercarse a él nos descubre varios mundos.
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