N de Ni se te ocurra ni pensarlo: sobre «Motomami», de Rosalía

El nuevo disco de Rosalía, Motomami, en palabras de Mayte Marichal

Hace un mes que estoy obsesionada con Motomami. Es lo único que escucho, es el único disco en mi vida que he escuchado y bailado por completo con mi amigo Felipe, lo hemos analizado en detalle en el auto con mi amiga Fernanda (“SAOKO: Wisin y Yandel meets Radio Babel meets Death Grips. Nuestra biografía”). Me absorbió por completo. Me hace bailar, me hace llorar en la cama. Es emocional, pero sin decirnos qué emociones tenemos que sentir. 

La voz. Aparece desnuda, como la tapa, en casi todo el disco. Casi sin armonías vocales, Rosalía prioriza el tono vocal por sobre la pronunciación de las palabras. Renuncia a la claridad porque así, oscureciendo, encuentra la oportunidad de eliminar instrumentación clásica de diferentes patrones rítmicos y presentar una nueva visión sobre estos. Un ejemplo es “La fama”, donde descarta las guitarras de la bachata clásica —elección que también hace por su explícita intención de no repetir lo que hizo antes— y las modifica con chops de su propia voz; lo mismo en “SAOKO”, donde elimina los bajos característicos de un reggaetón para reemplazarlos por un piano distorsionado y de nuevo, chops que remarcan el ritmo. El uso del autotune, herencia directa de Kanye West en 808s & Heartbreak, aparece siempre adrede, para agredir y darle un matiz artificial a la voz en los momentos de mayor introspección y fragilidad. La aliteración constante, el juego con los sonidos y el aumento de los silencios con ralentizaciones que expanden espacios acompaña esta despedida a los instrumentos: el canturreo de “pa’ ti naki, chicken teryaki” es percusión vocalizada. Todo aquello que parece accidental en el sonido de la voz es traído a un primer plano.

El alfabeto Motomami refuerza el dominio fundamental que ocupan los sonidos y establece una mitología personal y espontánea de flores, creerse la mejor, animé, salseros y palabras propias. El uso de palabras de diferentes variedades del español —tan cuestionado y hasta señalado como apropiación cultural— no afirma más que la belleza de la creatividad inentendible de nuestra propia lengua y sus hablantes.  

[Pienso ahora en el segundo verso de “Singamo” de la q de qué reinona Tokischa, de República Dominicana: Lo’ cuero por su cualto ‘tan mamando, Doña Ana por su nieto ‘ta rezando. Ella ‘ta clara que el menor ‘ta atracando por un malocorita que lo ‘ta decomputando. Ella es señorita y le entrega la popola a un tarjetero que frena en una pasola. El papá frena pa’ Puerto Rico en yola, llegó a La Perla y se casó con una chola. Soy de barrio pero somos to’ calientes, me crié rodeá’ de cuero mi socio es delincuente. El viejo papa le faltaban lo’ dientes. Se sentaba en el frente a vocear como demente]

Los constantes comentarios sobre la aparente incomprensibilidad de las canciones responden tanto al acostumbramiento y la comodidad por parte del oyente a un tipo de letras —ella cambió, ya no quiere una relación, ahora solo quiere salir con sus amigas, bla bla— como a su exigencia carente de humor. “HENTAI” es un ejemplo; graciosísima, además de invertir lugares comunes, escribe desde una perspectiva celebratoria, donde la vida sexual es una esfera de lo divertido y no solo un elemento biológico y serio, mecanizado, masculino, como sucede habitualmente en las canciones de reggaetón —situación que no cambia ni cuando las intérpretes son mujeres. 

Es también en “HENTAI” donde quiere hacer sentir los contrastes. Usa los drums del reggaetón pero en un contexto diferente, muchísimo más agresivo, imitando los sonidos de una metralleta, mientras canta una balada muy romántica sobre batir cremas hasta montarla. Hay una intención anfibia clarísima por parte de Rosalía desde los inicios de su carrera y en sus colaboraciones: un día una canción con Ozuna, otro día una con Oneothrix Point Never, después una con Bad Bunny, meses antes una con Arca. Dominar todos los espacios musicales responde a una ambición musical y hasta ideológica, pero es, asímismo, parte de una educación musical que absorbe la música en todos los contextos en los que se presenta en la vida de uno. La autoridad musical de Rosalía funciona, finalmente, porque comprende que no hay nada propio en lo que uno hace más que una individualidad, ese mapa donde se asocian y dialogan diferentes artistas, referencias y experiencias. 

La constelación Rosalía es una cartografía donde se cruza Plan B con Burial (¿la B de Plan B es acaso la misma B de Burial?) en una canción como “CANDY”, donde la voz de la catalana, despojada de artificios, aparece en un primerísimo lugar, donde el beat de reggaetón suena filtrado y lejano, desposeído de los bajos. Espectral, “CANDY” habla del proceso del olvido, pero el sample de “Archangel” la lleva a un ejercicio sobre la transitoriedad, de no únicamente una relación, sino también de la pista de baile como espacio de alegría y ensoñamiento. Al igual que Burial, y como afirma Mark Fisher, está habitada (haunted) por lo que una vez fue y por lo que podría haber sido, pero la voz, directa y en toda su fuerza material, desublima y se mantiene a distancia de la pura melancolía.  

El tiempo es una de las columnas vertebrales de Motomami: desde su caducidad hasta la regeneración. Las voces en sus múltiples texturas parecen infectadas por la fugacidad de los eventos (el amor, la fama), pero también por la hostilidad de un entorno dentro de la industria musical que aparece como constante amenaza a la integridad. A fin de cuentas, a Rosalía no le interesa la autenticidad ni ser real en los términos de ser quien uno siempre fue: ser real implica, en un primer lugar, mantener una distancia irónica con uno mismo, y asimismo, poder reconocer y asumir los diferentes posicionamientos que uno tiene a lo largo de la vida y la potencia de la transformación a través del artificio.

¿Quién está detrás de todo? Dios. Me encanta pensar en Rosalía como la estrella pop cristiana que nos merecemos. Dios en sus canciones es el que ordena el mundo, es el que está en primer lugar, como dice un mensaje de su abuela en catalán en “G3 N15” y ella en “HENTAI”. Es el mejor artista, canta en “CUUUUuuuuuute”, le pide bendiciones para José Mercé, Lil Kim, Tego Calderón y M.I.A. Y para su familia y la libertad. 

Motomami es la confección de un autorretrato, hecho a base de fragmentos ajenos, distanciado de la construcción de una “personalidad” como unicidad y continuidad. En esta última no hay espacio para la contradicción; es por esto una búsqueda errada hacia una anhelada autenticidad y su aparente coherencia, que lleva a un camino cerrado y aislado, alejado del humor, la diversión, el error. Motomami es, ante todo, el amor al movimiento: de la transformación personal a la sacudida del cuerpo.

Cada vez se escuchan más discursos que intentan explicar lo que sucede en la pista de baile y, de alguna forma, terminan por arruinar la acción de ir a bailar. Reclamar los espacios de baile como espacios políticos es extinguir una de las esencias del dancefloor: ser una zona improductiva, distanciada de lógicas, racionalizaciones e intromisiones comunicacionales. Tener ganas de ir a mover el culo no tiene por qué encontrar una justificación ni una defensa. ¿No es acaso una de las cosas más divertidas que se pueden hacer? ¿No es la diversión, acaso, suficiente? Las teorizaciones sobre el perreo hicieron que Daddy Yankee se retirara hace unas semanas. 

[El mejor reggaetón de la historia: “Mi gatita y yo”, de Los guanábanas con Daddy Yankee]

Esta exageración dice: el reggaetón ya es algo masivo y universal; lo escucha el tipo que no soporta a sus vecinos dominicanos, lo descomponen en infinitos análisis profesores universitarios y estudiantes de danza contemporánea. Continúa siendo visto como terraja para, obviamente, los más aburridos. Ahora que hay blancos haciendo reggaetón es también un género más “aceptable”.  La masificación genera más repetición de estructuras, la base musical cambió a una forma más pop y menos sucia, aunque con bajos cada vez más fuertes, acentos exageradísimos, con letras que reiteran hasta el cansancio lo mala que es ahora aquella chica a la que su novio abandonó. Automatizado por completo, el ritmo y la imaginación reggaetonera actual aburre. Rosalía rescata el humor y la chispa experimental inicial: lo que hace excede a la gran mayoría de los artistas actuales de géneros afrolatinos porque en el mismo momento en que los abraza y les demuestra afecto, propone un nuevo mapa de escape y reinvención. 

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