The Banshees of Inisherin (Martin McDonagh, 2022) ofrece la excusa a Carolina Silva Rodé para pensar en el amor no correspondido
Una noche hace pocos días sentí de forma repentina e inequívoca que una posible solución al amor feroz que siento por alguien que no quiere que lo ame es asesinarlo. No tuve ni que corregir el pensamiento para aclararle al pequeño dios que transcribe mi conciencia que no lo haría, porque era obvio: el pensamiento no fue una manifestación de intención, ni de justificación para quienes sí matan a los que aman. Si él hubiera estado conmigo, el pensamiento habría sido seguramente expresado como “yo podría matarte”, pero sin ser ese “podría” una constatación de habilidad ni una enumeración de posibilidades, sino otro “podría”, a third, secret thing.
Su muerte no apagaría el amor que me genera, y obviamente tampoco lo haría recíproco. Su muerte no desdiría los rechazos explícitos ni llenaría mi soledad, pero sería, en sí misma, una respuesta. La muerte, aunque tenga sus complicaciones ontológicas, en realidad es muy simple. El muerto no siente, lo que lo vuelve un interlocutor perfecto, cabal, comprensible. Yo lo mataría para poder, al fin, entenderlo.
Algunas personas nos dejamos definir por la relación estructural que tenemos con las otras personas, armamos una red de vínculos que nos ajustan y nos encasillan. Tenemos información en nosotros mismos, sí, claro, pero es en la oposición con otros que esa información se desarrolla, y es la oposición, no la información, la que configura nuestra identidad. Gente social, sobre todo, pero no necesariamente hipergregaria. Gente que, muchas veces, le teme más que a nada en el mundo a la soledad. Amar a una persona así implica tal vez asumir una responsabilidad, pero como mínimo aceptar un corolario secreto: hay que estar preparado para dar explicaciones. A cambio, amor permanente, próspero y sólido.
Colm decide el primero de abril de 1923 terminar una relación: su amistad con un hombre que se define a través de la lealtad acérrima a ese vínculo, porque lo hace por sus vínculos, y porque ese, esa amistad, es el único que no es mandatario o inevitable. La amistad es una opción, y él la elige, y la ejerce con entrega. Pero Colm ya no la quiere, y al rechazarla bruscamente genera, es lógico, confusión. Los hombres como Pádraic, y las mujeres como yo, y Condorito, exigimos una explicación. Conforme pasan los años y me enfrento a situaciones más y menos como esta empiezo a sospechar que ninguna explicación será nunca suficiente, pero hay que empezar, al menos, con una. Será defectuosa o será nula, como la de Colm.

Acepto muchas cosas que no entiendo, porque la mayoría no me importan. El problema no es no entender. Pero mi amistad, acaso piensa Pádraic, es buena, y venía funcionando, y nada, nunca, debería cambiar sin explicaciones minuciosas y claras, que solo son suficientes si se ponen en los términos que solo yo manejo. Lo más parecido a enseñarle a otro nuestros términos y pedirle una explicación escrita en ellos es hacerle preguntas, preferentemente de sí o no, y con las respuestas construir. ¿Te aburrí? ¿Dije algo mal? ¿Soy estúpido? Sos aburrido. Pero siempre fui aburrido, ¿por qué esto ahora?
Ninguna cantidad de paciencia alcanzaría para que Colm respondiera todas las preguntas o para que el hombre que amo formulara una explicación para mí computable. Fase dos: brusquedad obstinada. No me hables. No tenés que entender, tenés que respetar mi pedido. No me hables.
¿Pero por qué?
Basta. Si me hablás me corto un dedo.
¿Cuántas veces me pasó esto? No, pará, pero explicame, para poder no hablarte necesito entender. ¿Entender qué? No quiero que me hables. Pero yo sí quiero hablarte, y el mundo existe porque lo percibo, el mundo soy yo, los términos son necesariamente los míos, no estoy de acuerdo así que no puede ser verdad.
Pádraic dice “tengo que ir a llevarle su dedo” y Siobhán deforma su cara en exasperación: “¿estás loco? ¿No entendés? ¡No quiere!”, y en la sala del cine que solo ocupábamos tres personas me agarré la cabeza con las dos manos y lloré, lloré porque yo tampoco entiendo, Pádraic, cómo puede alguien hacer una brutalidad como esta, cómo puede alguien dejarnos si nuestro amor es completo, cómo puede alguien esperar que algo termine luego de una jugada tan abierta e invitante como tirarte un índice lacerado aún sangrando a la puerta de tu casa.
A gran respondedor ninguna despedida basta. Todo es diálogo potencial, cada firma furiosa inspira una posdata. Toma gran esfuerzo que el último mensaje no sea mío, solo puedo alejarme de tu última palabra porque sé que me acerco, quién sabe qué tan lentamente, a la próxima.
Colm tiene la música, tiene una demostrada habilidad para tener vínculos no fundamentales, normales, ligeros. Sabemos que Pádraic tiene un trabajo porque lo vemos brevemente hacerlo; aunque usan para él las palabras “feliz”, “aburrido”, “bueno”, “estúpido”, “amable”, jamás usan “lechero”, porque eso pasa en otro ámbito de la percepción, en un nivel del mundo que solo existe para sostener el importante, el definitorio, el del amor ejercido hacia Colm, hacia la hermana, hacia el burro. Cuando Siobhán lo invita a irse a la isla principal no pregunta por el futuro de la provisión pero sí piensa en “cuidar los animales”.

Si no se nos pueden dar explicaciones, entonces debe dársenos consistencia. También aquí Colm falla: recibe a Pádraic, acepta una conversación, lo ilusiona, brevemente, con una vuelta a la normalidad, que para él sigue así llamada y definida, que para él es el estado natural al que todo volverá cuando termine esta pequeña anomalía, cuando cicatrice finalmente el pequeño muñón. Pero Colm castiga (castigándose) a Pádraic por su propia indiscreción. ¿A quién está lastimando? ¿De quién son esos dedos? ¿Hay algo más cruel que usar la culpa como arma? Yo, el hombre que amás, tu mejor amigo, me lastimo a mí mismo, el hombre que amás, tu mejor amigo, por tu culpa, para castigarte, y mi propio dolor no es sino el precio que pago para evitar la introspección, el dolor es autocastigo para mitigar la propia culpa y es combustible para el odio que construyo; me hago esto por tu culpa, por tu obsesión, por tu insistencia, dejame en paz así puedo dejar de doler, ¿no lo ves? No me quedan dedos en esta mano, te llevaste la música, tu fijación con este vínculo muerto te toma demasiada energía, deberías estar cuidando los otros, ¿en qué anda tu burro?
Es en el trauma que encontramos respuestas los brutos, los necios. La muerte de Jenny no es una explicación pero dice que la obsesión tiene consecuencias. Y ahí está. Ahí estoy yo, la semana pasada, de golpe entendiendo que, si lo matase, ya no habría nada que entender, y qué alivio sería.
Ojalá el hombre que yo amo, como Colm, pueda sobrevivir la muerte.