¿Qué tienen en común la historia de un pibe porteño que pierde un padre y gana un amor con el ethos erótico ateniense y la práctica psicoanalítica?, se pregunta Sofía Rostagno
I
Eloy es el protagonista de la película de Eliseo Subiela No mires para abajo (2008). Un pibe porteño nacido en una familia del ramo fúnebre que se sostiene por la venta de lápidas de mármol. Cemento y cementerio son una referencia semántica redundante: geografía y materialidad.
En contraste con esta plomiza sensación contextual, el espíritu del personaje levita. En sus altísimos zancos, andando en bicicleta, abrazando interminables cipreses, Eloy va haciendo firuletes que se parecen a los arreglos orquestales de un tango, aquellos que dan a la melodía un florido movimiento mientras se sostiene lo que Alfredo Moffatt llama en Psicoterapia del oprimido (1974) una interminable tarea de rumiación melancólica.
La historia se escucha en el contrapunto entre dos acontecimientos. El primero: la muerte del padre y su afectación por esta pérdida, “todo comenzó allí” dice el propio Eloy. El desamparo ante la desaparición del padre predilecto deja al personaje caminando sobre una cornisa. Sin camino más que el del acto, el pibe sonambuliza. A partir de allí el camino se hará en estado de suspensión y con una guía sutil: “los acontecimientos siguieron su curso”. Eloy es sonámbulo, deja esquelas en cuadernos y camina cada noche por los techos y azoteas. El segundo: una noche de pura coincidencia, en una de sus caminatas sonambúlicas, Eloy cae literalmente a la cama de Elvira, una mujer de la que se enamora “perdidamente” y con la que tendrá un vínculo amoroso marcado por el fin. El fin de final, pues ella está de visita, y el fin de meta, pues como toda práctica erótica, aloja una transformación.
Como si hubiese sido una trampa de los dioses, el pibe parece haber caído en la cama de la mismísima Afrodita. Elvira ostenta un saber sobre lo sexual y lo espiritual que —garantizado en su abuela, terapeuta sensorial— irá transmitiendo a Eloy a través de la práctica tántrica del sexo. Tomado en esta especie de entrenamiento sexual que tiene como objetivo llevarlo al punto más alejado de la descarga eyaculatoria, Eloy experimenta otro sesgo de la suspensión. Cuando prolonga lo suficiente esta descarga es capaz de aparecer, por unos segundos, en distintas ciudades. Así, visita varios destinos mientras se va instruyendo en las posiciones del Tao del amor.
Para el final de esta historia no hay un “vivieron juntos”, aunque sí parece haber una promesa sobre el “felices” de aquí en más. Es en el momento de la partida de Elvira cuando vemos a Eloy en un lugar sensiblemente distinto, en ese que Anne Carson denomina dulce-amargo y que le permite extraer algo más que una enseñanza de esta experiencia. Veamos de qué va esta maniobra erótica.
II
Si hacemos una lectura rápida, seguramente caigamos en la tentación victoriana de entender la satisfacción sexual como terapéutica; el borde que franquea lo sexual de lo erótico ha tenido y seguirá teniendo sus delimitaciones en el campo psicoanalítico. Desde Sándor Ferenczi hasta Éric Allouch, pasando por Jacques Lacan y Wilhem Reich, se han parcticado diversas formas de hacer con este borde. Es que, de alguna manera, todo el corpus psicoanalítico parece levantarse para intentar asir eso que Baruch Spinoza definió como la esencia del ser humano, a saber: el deseo y sus condiciones de manifestación.
Eloy cae a la cama de Elvira y no cae en cualquier lugar. Como si empezara una partida, una danza o algo que “se monta” (escena teatral, ópera, etc), ambos toman posiciones. Erastés y Erómeno respectivamente, se juega un entrenamiento. Ella detenta un saber sobre lo sexual, él se dispone a aprender de sus gestos, sus aromas, sus posiciones, su guía. Hay allí un plegado del amante sobre la amada que el agalma facilita. Pero hay algo más… al tomar la figura de Erastés y Erómeno desde El Banquete de Platón, David Halperin explica en El eros platónico y la representación de los sexos (1999) que lo que antes se definía por una asimetría de los lugares jerárquicos amatorios y por los roles “activo” y “pasivo”, luego de Platón se transforma en una práctica donde ambos partenaires son amantes deseosos y activos. Ninguno queda como un mero objeto pasivo de deseo. Ella, animándolo a ser “el mejor cogedor”, le indica el lugar del amante. Él(-vira), se transforma en deseante activo (recuerdo que Allouch dice que quien está de duelo es en primer lugar un deseante que no quiere serlo).
III
¿Qué hace Elvira cuando invita a Eloy a conocer a Dios en vida? Lo invita a algo más que a coger; la propuesta del tantrismo tiene que ver con la sublevación. La doctrina tántrica se basa en sustituir el instinto ciego de los órganos por el juego voluntario del placer. Así, la propuesta es: a través del arte amatorio insurreccionar las posibilidades del cuerpo y del gozo. Según Georges Bataille, todo erotismo es posibilidad de transgredir el límite entre la vida y la muerte, y se relaciona con lo divino en la realización del extremo de lo posible. Desde esta perspectiva, lo que sucede acaso tiene que ver con el erotismo de los cuerpos, esa experiencia de transgresión pura que se emparenta con la experiencia interior; una vivencia que profana el objeto Dios y lo convierte en la posibilidad del hombre.
Aquí, la figura de Erastés y Erómeno se trasvasa porque sucede algo que está fuera del cálculo. Algo que deriva sin prefigurarlo en el instante extático. La cuestión es que ese estado de plenitud máxima es una experiencia singular que etimológicamente refiere al “estar fuera de uno mismo” y, por lo tanto, es imposible de lograrse de a dos. El instante extático —es según la literatura griega— el punto paradojal donde la pérdida del control aloja la realización de la máxima potencia.
Acaso la realización extática es el quiasma entre el arte, el erotismo, la vida y la muerte.
IV
Hay algo entre lo que Halperin comenta de la posibilidad introducida por Diótima en el banquete platónico y el desarrollo lacaniano de la «no relación sexual». Dice Halperin que entre los amantes se obtiene un eros como recompensa por el eros. Porque el eros de la perspectiva platónica no puede ser realizado sexualmente. Lo que se realiza en el amor no es la posesión del otro, sino la virtud del amor en sí, el estar enamorado; el amor platónico se realiza en lo que cada amante hace con el Eros (valor) de ese intercambio. De alguna manera, cuando Lacan afirma que no hay acto sexual en el sentido del encastre mecánico al estilo del cerrojo entre la pieza “macho” y la pieza “hembra”, remite a la idea de que hombre y mujer, en tanto significantes, no pueden ser articulados mediante un acto que se realice sexualmente. Por eso, me gusta leer de esta manera lo que sucede entre Eloy y Elvira: más allá de la intensidad sexual, hay un encuentro, aquel que una vez sucedido es definitivo y que abre, según la fórmula de Lacan —citado por Guy Le Gaufey en Hiatus sexualis. La no-relación sexual según Lacan (2014)—, “la posibilidad de que cada sujeto pueda tocar algo en el otro en el nivel del significante”.
V
¿Estoy diciendo con todo esto que lo que hay entre Eloy y Elvira es una relación analítica, o que acaso lo que sucedió fue un psicoanálisis? Por supuesto que no. No en el sentido de la técnica, del método. Pero sí en el verdadero sentido de lo erótico, ese que ha sido señalado como la creación de lo bello/sublime; de darle un determinado lugar y forma para que acontezca algo relativo al deseo. A esto se refiere Julia Kristeva cuando menciona al psicoanálisis como un contra-depresivo. La experiencia analítica tiene que ver con elvira-je acaecido a partir de ser tomado por un eros y de poner ese eros a producir. Entiendo que a esto se refiere Allouch cuando plantea al psicoanálisis como una erotología de pasaje.
Hay una cita del poeta y místico musulmán Rumi que Subiela incluye al final de la película y que, pienso, también podría haber sido citada por Sigumund Freud en el contexto de su teoría de la sexualidad o bien por Lacan o Allouch a propósito de la respuesta sexual y lo atinente al análisis:
“Hay un mar que no está lejos de nosotros es invisible, pero no está oculto. Está prohibido hablar de él, pero al mismo tiempo es un pecado y un indicio de ingratitud no hacerlo.”
VI
Una vez yo también caminaba sonámbula y caí, no en una cama sino en un diván, y encontré a alguien que me enseñó, con su forma, a prolongar la descarga; me acompañó a hacer una espera activa en la que fuera sintiendo el flujo de mis impulsos, me alentó a medirlos, a sopesarlos, a calcularlos… y empezó a contar “uno, dos, tres, cuatro…”
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