Cuaderno de Afuera: «Lo importante es que sea sanite», por Micaela Domínguez Prost

En julio de 2008, Jenna Karvunidis cortó una torta en su blog High Gloss and Sauce. Estaba embarazada y, luego de varios abortos espontáneos, por fin este feto parecía estar creciendo sin riesgos. La torta, bastante fea y desprolija, cumplía una doble función: celebrar el arribo a una semana del embarazo a la que Jenna nunca había llegado y anunciar una noticia que nunca había podido dar: cuando Jenna cortó una porción de torta se pudo ver que estaba rellena de una crema rosada. Tendría una niña, su primera hija, Bianca. 

Ese episodio fue el disparador de una de las prácticas que más detesto en el mundo: las fiestas de gender reveal.1 Cada semana aparecen en mis redes sociales videos de parejas (en su inmensa mayoría heterosexuales, blancas, de clase media para arriba) que organizan eventos decorados de azul y rosa para descubrir junto a cientos de invitados si el bebé en camino tiene pene o vagina. 

Internet es un campo de batalla competitivo y vertiginoso, así que la torta de Jenna rápidamente quedó chica. Las fiestas de gender reveal ahora incluyen piñatas que al ser pinchadas liberan papel picado azul o rosado, humo de uno de estos dos colores, pintura que baña a los futuros padres, fuegos artificiales, globos que salen volando y se pierden en el cielo. No voy a culpar al algoritmo por llenarme los ojos con estos videos. Me siguen apareciendo porque los miro, hasta al final, aunque en nada afecte mi existencia el sexo biológico del bebé de una pareja que no conozco ni volveré a ver en lo que me queda de vida. Lo más triste es que los miro porque me enojan, mucho me enojan. Así que decidí escribir esto, para entender por qué.

En primer lugar, la anacronía. Lo que se celebra es el conocimiento del sexo biológico del feto, no su género. Mientras el sexo es una característica que conocemos teniendo en cuenta principalmente cromosomas y órganos sexuales, el género es una construcción social que incluye roles, expectativas, comportamientos, etc. No solo es imposible conocer el género de una persona sin conocerla (en este caso, antes de su nacimiento), sino que resulta extraño que esta práctica vea su auge en una época en la que cuestionamos la visión binaria con respecto a los géneros posibles. Existen tradiciones y prácticas que, a la luz de ciertos debates sociales contemporáneos, se ven un tanto ridículas, como los cumpleaños de 15 o las novias que tiran un ramo de flores ante un grupo de amigas desesperadas por agarrarlo y así por fin casarse. Lo llamativo del gender reveal es justamente que antes no existía (al menos no en este formato), que es un auténtico producto del siglo XXI. Es posible que la popularidad de esta celebración se deba a la desaparición de otras que servían como excusa para compartir la alegría por la nueva vida, como las ceremonias religiosas, pero hay algo más. El yin y el yang, la acción y la reacción, la dialéctica hegeliana. A medida que se conquistan nuevas leyes para visibilizar y proteger a la población trans, no binaria, queer; que aumenta el uso del lenguaje inclusivo y que el género se convierte en un concepto fluido y cambiante, crece en paralelo una resistencia a estos cambios. Un grupo de personas capaces de endeudarse durante años para llevar a cabo un espectáculo en el que reafirman aquella creencia que ven peligrar: existen solo dos géneros, masculino y femenino, que pueden determinarse cuando aún estamos en la panza, que son inmodificables y que traen consigo un conjunto de prácticas, gustos y características que debemos respetar.  

Lo segundo que me molesta, me preocupa incluso, es la peligrosidad de la estupidez ilimitada. La puesta en escena y los efectos especiales nunca parecen ser suficientes, y quienes organizan estos eventos aspiran a una combinación de originalidad y grandilocuencia que hace tiempo superó las barreras del absurdo. Este hecho —que refleja niveles de egocentrismo insoportables— no sería problemático si no fuera porque la misión de que el planeta entero se entere del sexo del bebé en camino ha puesto en riesgo animales y ecosistemas enteros, e incluso causado algunas muertes. En 2017, una pareja de Arizona, EEUU, provocó un incendio en 190 km² de bosque al utilizar pirotecnia azul para anunciar la llegada de un varón. Costó ocho millones de dólares extinguirlo. En 2020, una pareja hizo exactamente la misma idiotez en California, EEUU, provocando la evacuación de 3000 residentes de la zona debido al incendio. Ese mismo año, en Monterrey, México, dos gallos pelearon hasta que uno de los dos picó una pequeña bolsita atada a los pies del otro, produciendo una explosión de polvillo rosa. En Australia, en 2018, la policía de Queensland tuvo que emitir un comunicado para que dejaran de usar humo de colores en caños de escape luego de varias explosiones y autos en llamas. En 2021, en New Hampshire, EEUU, un hombre utilizó 36 kg de Tannerite para provocar una explosión con humo azul, generando un temblor similar al de un terremoto que derivó en reportes de grietas y fisuras en construcciones en todo el estado. En Cancún, México, dos pilotos contratados para volar un avión con un cartel que anunciaba la llegada de una niña murieron al estrellarse en el agua. El año pasado una pareja tiñó de azul las aguas de una cascada en Mato Grosso, Brasil, contaminando un río y poniendo en peligro la fauna y flora del lugar. A esto se suman varias muertes de futuras abuelas, hermanos y demás parientes que manipulaban explosivos de dudosa procedencia o fabricación casera. 

Vi en YouTube un video titulado «Biggest Gender Reveal Ever», en el que una familia de Arabia Saudita viaja a Dubai para presenciar una cuenta regresiva proyectada en el Burj Khalifa, el edificio más grande del mundo, que al llegar a cero se tiñe de azul. El video del evento, que costó 100.000 dólares, tiene 43 millones de reproducciones. El intento de masividad abarca dos esferas: la presencial y la virtual. El espectáculo pretende ser cada vez más poderoso en su ejecución, para que la mayor cantidad de personas se enteren, in situ, del sexo del bebé mirando el cielo, el agua o la tierra a grandes distancias; y a la vez lo suficientemente creativo y distinto para garantizar su posterior difusión en Instagram, TikTok, Pinterest, YouTube. Me da miedo imaginar qué estarán tramando quienes quieran arrebatar a los saudíes el título del «Gender reveal más grande de la historia». 

Pero, en realidad, si bien los dos motivos hasta aquí expuestos me indignan bastante, la verdadera razón de mi enojo es otra: la falsedad. Hay un aspecto común, sospechoso, en casi la totalidad de los videos que aparecen en mis redes: los futuros padres y madres parecen estar felices con la noticia, como si hubiesen tenido la suerte de que el color que se revela fuera exactamente el que deseaban. Esta gente podría decir que en realidad están festejando la llegada del bebé, que es irrelevante si es nene o nena, que lo importante es que tenga salud y sea feliz y blablablá. Pero lo cierto es que invitaron personas a un encuentro cuyo clímax es la revelación del sexo de su hije, que existen apuestas al respecto, juegos, parientes que llegan vestidos de rosa o azul para manifestar su predicción (o su predilección). Así que partamos de una base: no nos da igual. El sexo biológico de un feto es el primer dato que nos da, o creemos que nos da, sobre qué persona va a ser. Comenzamos a imaginar su personalidad, sus gustos y las actividades que compartiremos con elles a partir de esta información. El color de esos papelitos (o pintura, o humo, o explosión colosal) es la primera alegría o decepción que nos produce, el primer gran misterio develado. En algunos casos, este dato es fundamental: su sexo biológico determinará las tareas que desempeñará en el hogar o en una empresa familiar, qué deportes se le permitirá practicar, si será o no el sucesor de una corona, qué profesiones podrá ejercer o si «seguirá los pasos» de algún integrante de la familia. Pero incluso en círculos en los que el sexo biológico no juega un rol tan relevante nos resulta imposible no asociar ciertos rasgos de conducta a hombres o mujeres. 

A mediados de la década de los 70, una serie de estudios demostró que no sólo tratamos de diferente modo a bebés dependiendo de con qué genitales hayan nacido, sino que asumimos e interpretamos sus acciones y emociones basándonos en esta información. Carol Seavey, Phyllis Katz y Sue Rosenberg vieron cómo las personas interactuaban según la información que se les daba sobre el sexo biológico de un bebé de tres meses: si era nene, nena, o no se les decía. Qué juguetes les daban, cómo les hablaban o cuánto contacto físico tenían con elles dependía directamente de esta información. Si no la tenían, trataban de adivinarla teniendo en cuenta rasgos estereotípicamente masculinos o femeninos, como la delicadeza o la fuerza. Sandra y John Condry mostraron a diferentes grupos un mismo video de un o una bebé llorando. El grupo que creía que estaba viendo un niño opinaba que estaba enojado; quienes creían que era una niña, en cambio, concluían que el motivo del llanto era el miedo. Han pasado 50 años de estos estudios, y todavía seguimos tratando de adivinar el sexo biológico de bebés por el color de su ropa o algún accesorio, e interactuamos con elles a partir de este dato. El momento del famoso «Gender reveal«, entonces, nos otorga una pieza clave en el rompecabezas que empezamos a armar sobre estas futuras personas. O eso es lo que queremos creer. «PLOT TWIST», escribió Jenna Karvunidis en un posteo de Facebook en 2019. Bianca, la niña responsable del relleno rosa de esa primera torta, ama usar trajes. En la foto familiar que acompaña la publicación, sus dos hermanas menores tienen puestos vestidos de princesas, en cambio, ella posa con un traje celeste, una remera azul, el pelo corto; desafiando varios de los estereotipos de género que se suponía debía asumir. Jenna, que no hizo fiestas de gender reveal mientras cursaba el embarazo de sus dos hijas más chicas, no puede entender cómo tantos años más tarde continúa en boga la práctica que ella se arrepiente de haber realizado en 2008. 

Retomando el motivo de mi indignación: si tanto importa que alguien tenga pene o vagina, ¿por qué en los videos los progenitores fingen alegría, sin importar el color revelado? Hubo, incluso, un par de reacciones que fueron duramente criticadas debido a que no se correspondían con lo que se supone que debemos sentir y expresar en ese momento. Son videos que, a pesar de no contar con los niveles de producción y despliegue de otros gender reveal, se viralizaron debido a la falta de cintura de los futuros padres para camuflar su sentimiento espontáneo.

Padres hombres. Nunca madres… Hasta ahora no he encontrado ninguna reacción polémica de mujeres embarazadas, supongo que no porque carecieran de un deseo o preferencia, sino porque se preocuparon más por cuidar las formas en público, especialmente si sus otres hijes estaban presenciando el acontecimiento. Hay dos ejemplos muy parecidos. En el primero, una mujer con una nenita en brazos pincha un globo enorme que sostiene un hombre, y salen volando varios globitos rosa. El hombre grita «Fuck!«, como si acabara de errar un penal. La mujer sonríe y el público invitado ríe nervioso. El segundo es más fuerte, más gracioso y terrible. Una pareja y dos niñas vestidas de rosa abren un paraguas. Sobre ellos cae una lluvia de papelitos rosados. El padre de familia camina indignado de un lado a otro, puteando con bronca, dejándole ver a sus dos hijas que tiene cero ganas de recibir otra más como ellas. La madre, en cambio, se preocupa por sus hijitas. «¿Y, Kaya?¿Vas a tener un hermanito o una hermanita?», pregunta la mamá con una sonrisa. «¡Un hermanitooooo!, ¡Un hermanitoooooo!», responde una de las pibitas, y celebra agarrando papeles rosa del suelo y tirándolos para arriba, hermosamente ajena a la frustración de su padre y a la convención cultural que asocia colores con sexos (en esta nota nunca aclaré qué color le corresponde a cada uno. No hizo falta). Hay otras reacciones que no se viralizaron por la decepción del hombre, sino porque su forma de festejar dejaba entrever aspectos reveladores sobre cómo se llevará a cabo la crianza de la criatura. Hannay le lanza a Travis una pelota de béisbol, que cuando él golpea libera una nube azul. Ella quiere abrazarlo para festejar, pero la barra de amigos de él irrumpe en la escena, saltando y gritando. Travis ignora a Hannah, que se queda ahí paradita mientras él es arengado por los muchachos. Mathilde compartió en redes la inmensa alegría de su pareja cuando se enteró que tendrán un varón al pinchar un globo repleto de papelitos azules. Tan feliz está el tipo, que comienza a clavar en mesas y objetos el cuchillo que utilizó para pinchar el globo. Tan, pero tan, contento está, que destruye con su cabeza parte de la decoración ante la mirada aterrorizada de su esposa. Los comentarios del video giran en torno a una pregunta horrible: si el tipo es tan violento al expresar alegría en un espacio público, ¿cómo será expresando enojo en privado? Aunque hay mucho para cuestionarle a estos cuatro padres, la voluminosa crítica a sus reacciones deja en evidencia que, si bien las formas de revelar el sexo del futuro bebé han encontrado estilos variados, originales y cada vez más pomposos, existe un único modo correcto o aceptable de responder a dicha revelación: la pareja tiene que celebrar y abrazarse emocionada, sin importar cómo les haya pegado la noticia. No debe olvidar que su reacción será filmada, incluso reproducida en cámara lenta, de modo que ningún gestito puede quedar en manos de la tan temida espontaneidad. 

Las redes sociales están repletas de videos de personas reaccionando a momentos cruciales de su vida: una chica abre un mail que dice que entró a una universidad prestigiosa, un nene recibe un perrito para su cumpleaños, una joven le cuenta a su padre que está embarazada, un tipo se arrodilla a pedirle matrimonio a su novia en el medio de un recital. Cuanto más escondida está la cámara, más nos gusta, porque más auténtica nos parece la emoción generada. En los gender reveal se anula la posibilidad de esconder los dispositivos de difusión del evento debido a su propia naturaleza: es una información pensada para ser compartida por los testigos invitados, quienes a su vez se encargan de filmarlo para extender su alcance. Todos los presentes probablemente ensayaron caras y llantitos antes de la función, no sea cosa que queden como unos insensibles ante los ojos invisibles de los espectadores virtuales. Es, entonces, un gran evento para expresar una emoción que en muchos casos es fingida. 

Las fiestas de gender reveal son una tradición nueva que intenta reflotar una concepción de género obsoleta; un show cada vez más caro y ridículo que comparte una reacción hipócrita (o, al menos, no del todo auténtica); un acontecimiento con un nivel de egocentrismo tan desmesurado que pone en riesgo el planeta entero. Sus detractores han ideado numerosos modos de hacerlas menos horribles: usando otros colores, así dejamos atrás la idea de que existen colores «de nene» y «de nena»; realizando la fiesta cuando le niñe ya creció lo suficiente para presentar en sociedad lo que eligió como género, se corresponda o no con su sexo biológico; agregando nuevas opciones a las dos ya conocidas; armando escenarios más íntimos y menos invasivos de espacios naturales y/o públicos. 

Yo propongo una alternativa más sencilla.

Que dejen de existir. 

Notas
  1. La traducción literal es «revelación de género» pero en países no angloparlantes se adoptó su nombre en inglés. ↩️
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