Carolina Silva Rodé escribe sobre Barbie (2023), de Greta Gerwig
Esta Barbie se olvidó de prender la hornalla y estaba esperando que los fideos se hicieran nomás al ritmo del calentamiento global.
La “culture war” que azota el occidente norteño me tiene agotada. Las diatribas sobre transfobia, feminismo “crítico del género”, lo “woke” y lo demás saturan todos los sitios en los que antes uno podía pasar bien. No hay nada más, eso es todo, lo único de lo que hablamos es esto. Está bien, por un lado, creo, porque cualquier discusión que pueda resultar en homogeneizar un poco las condiciones de vida de las personas parece ser al menos justa, pero también parece una discusión de otro tiempo, antigua sin ser repetida, densa, aburrida, vieja.
Barbie no tiene otra que ubicarse en ese momento cultural, pero por suerte la vi antes de leer las notas que saldrán de un lado y de otro diciendo que es diversidad forzada, que es feminismo radical destructor del mundo moderno, etcétera. Sin embargo, todas esas voces están inevitablemente instaladas en mis instintos, y esos diálogos no tuve otra que tenerlos conmigo misma mientras me reía de la cara de nabo perfecta que conjura Ryan Gosling, a quien le pido disculpas cálidas y honestas por los años que pasé pensando que era feo.
“Is it woke?” me preguntó un yanqui en el Discord cuando al salir de la película les avisé que le había puesto 4 de 5 estrellas en Letterboxd. No sé, le dije con candor, o sea, sí, pero también no: creo que la película no piensa mucho en eso. Y lo sostengo: en los minutos siguientes planeé en mi mente este meme:

Porque lo de arriba es un poco mentira. Claro que piensa mucho en eso. Es inevitable porque es una película que en algún nivel es sobre ser mujer, y en ese nivel a algunos por ahí les sirve: cuando salíamos del cine, escuché a mi jefa decirle a la de recursos humanos “claro, porque es verdad, nunca ves que en una cita la chica le toque la guitarra al chico, siempre es el chico que le toca la guitarra a la chica”. Y si estás ahí sí, fenómeno, qué alegría saber que tenés tanto texto por delante, que ya está pavimentado el camino frente a vos por el resto de tu vida, que nunca vas a estar en la oscuridad de la teoría más o menos actual que no para de desdecirse y zigzaguear. Qué envidia, mujer, y lo digo con la obvia ironía del caso, aunque también con un poco de honestidad.
La película sabe perfectamente que navega aguas turbias. Otro nivel, tal vez simultáneamente anterior y posterior, es el nivel en el que esta película no es sobre qué es ser mujer sino sobre qué es ser una representación de ser mujer. Una película sobre la encrucijada de querer decir sí, las mujeres son presidentas y doctoras, pero también querer decir “o no”, y también querer decir “pero, o sea, o sí”. Ahí es cómico porque se nos avisa que eso va a pasar. America Ferrera dice que hay que transitar la contradicción permanentemente y dejar constancia de que sabés que la transitás, porque las mujeres tenemos que siempre pasar lista de lo que sabemos, y lo que sabemos que sabemos, y lo que sabemos que no.
Todo eso está bien. Todo eso quizás sea necesario y quizás ahí haya niveles de película para pila de personas. Pero yo nunca hablo de las películas, y no pienso empezar hoy ni empezar hablando de feminismo y de género, que son temas interesantísimos pero que no me dan muchas ganas de pensar en público. Mis opiniones sobre feminismo y sobre género están reservadas para la ebriedad propia del alcohol o de la confianza más acérrima, y por eso generalmente quienes las escuchan son hombres semidormidos que no me preguntaron ni se van a acordar de lo que dije en un par de horas cuando se despierten y se vayan y no me vean nunca más.
Obvio que Barbie es woke. Es 2023, y tenés que elegir entre ser monótono, necio y conservador, o ser “woke”, así que cualquier obra que tenga algo para decir va a tener que ser woke o ser más bien estúpida. Ser woke no es nada, es no ser anti-woke, y ser anti-woke hoy por hoy es ser insulso y conservador de las maneras menos interesantes y más estúpidas que han sido concebidas. Porque hay conservadurismos interesantes y sería interesante admitirlo en el arte, algún día, pero lejos estamos y por ahora nuestro deber es este de seguir habitando la “vanguardia” (decadente) hasta que vayan cayendo muertos los detractores.

Un comentario breve: en la película, “ser mujer” precede ampliamente el tener genitalidad femenina. Se establece este detalle pero a las bromas, en literalmente la última línea de Margot Robbie, cuando quizás ya no estamos pensando en mucho más que en correr al baño. La película establece, canónicamente, que ser mujer sucede antes, o tal vez paralelamente, a la genitalidad. O sea que es una película sobre género, sí, pero sobre un género marcada y claramente diferenciado del sexo biológico, que es intrascendente al género pero no a la humanidad (ese momento me dio mucho cringe, la palabra “humano” me da cringe, las lecciones sobre “ser humano” me dan cringe).
Es, entonces, una película sobre género. Una película sobre género que pasa toda su duración jugando con mezclar escenarios contrafácticos. 1) Barbieland es al revés, las mujeres son los hombres y los hombres las mujeres. 2) Pero los hombres son las mujeres de una forma en que solo las mujeres serían las mujeres, los hombres serían mujeres de otra forma. 3) Las mujeres siendo hombres también lo son de la forma incorrecta, lo son siendo mujeres siendo hombres siendo mujeres. 4) (Ya notando que el pop se pega, que queda poca Coca Cola, que querés ir al baño) ¿Qué es ser mujer siendo hombre? ¿Qué es ser hombre siendo mujer? 5) ¿Qué es ser mujer? 6) Ken recupera su hombría de una forma más bien femenina, es un hombre siendo mujer siendo hombre de una forma… muy mujer, y 7) ¿Qué es ser mujer?
Agradezco el vaivén, porque las películas que me dicen “imagínate si todo fuera al revés” nunca alcanzan para entender lo pervasivo y permeable de la misoginia, no alcanzan para ser interesantes más allá de un nivel Netflix soso y más bien lelo. ¿Qué es ser mujer? Pregunta la película varias veces a quien quiera escucharlo. Lo pregunta Barbie, casi explícitamente, pero lo pregunta Ken, también, y eso es mucho más interesante, porque en esta película Ken es mujer, en esta película todos son mujeres, no hay otra cosa, y cuando giro la cabeza a la derecha para mirar fugazmente al hombre bellísimo que tengo al lado pienso lo que pienso tantas veces y sé que es correcto pero demasiado, aún, para casi todos nosotros:
Ser mujer no es nada.

Ser hombre tampoco es nada, pero es otra nada que es bien distinta, como sabemos. Ser mujer es no ser hombre. Ken se da cuenta de que es mujer cuando sale al mundo real y le piden la hora. Barbie se da cuenta de que es mujer cuando “mujer” para ella adquiere significado. Ser mujer no es nada, lo digo a quien quiera escucharlo desde que un día hace diez años decidí que cuestionarme mi género era sencillamente demasiado trabajo, un incordio que no haría más que complicarme la existencia y causarme dolor.
Ser mujer no es nada, pero la película no podía terminar ante el monstruoso desafío de aceptar eso y reescribir la vida, la identidad, las relaciones, las estructuras, los mecanismos, los modales. Sería abrumador, triste y decepcionante salir de ver Barbie pensando en abolir el género, enfrentándose por primera vez a la realidad terrible de que construimos un status quo sobre algo completamente absurdo y fantasioso, que tenemos que destruir y volver a empezar. Hay que salir de Barbie con algo calentito en el corazón, así que Greta Gerwig corta abrupto este juego previo potencialmente atómico y nos dice una cosa suave y fácil, como cuando uno que te gusta pero no puede estar contigo decide después de unos besos que la noche va a ir terminando por ahí:
Ser mujer es ser humano 😊.
O sea, nada. Pero qué lindo, ¿no?

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