Las impresiones de Carolina Silva Rodé a propósito de Perfect Days (2023), de Wim Wenders
Al salir del cine, en un sopor cómodo que aliviaba el dolor del frío en las manos, le pregunté a quien vio la película conmigo qué le había parecido. No lo conozco tan bien aún, y en nuestro breve tiempo juntos aprendí que no miró muchas películas, no mira muchas películas, no piensa mirar muchas películas. No vio películas del canon más evidente de los cánones posibles y la única película que me mencionó por su nombre es Triangle of Sadness (Ruben Östlund, 2022). Yo tampoco veo películas más allá de las romcoms producidas con cortachurro que saca Netflix cada par de meses pero, por estas fechas, entro en el frenesí de tratar de ver las que veo posteadas en Letterboxd porque sufro, incurablemente, de la pretensión. A Perfect Days sin embargo no la elegí por eso sino porque mis opciones como pobrísima germanoparlante, en materia de idiomas originales y subtítulos, son más bien limitadas; esta era la única película con subtítulos en inglés, en un horario que me funcionaba y en un cine relativamente accesible aun en la incertidumbre de la primera huelga en este 2024 de la GDL (Gewerkschaft Deutscher Lokomotivführer, el sindicato de conductores de trenes, que cobra inevitablemente un rol en mi vida: elegí mi próximo apartamento por su proximidad a un medio de transporte arterial que se rige mayormente por las decisiones de otro sindicato).
En fin: me gustó mucho, me dijo, esta película exigió de mí la energía que tenía para darle, y no más.
Concentrada en no resbalarme al pisar la vereda helada, postergando ponerme los guantes, abrí Letterboxd y loggeé la película. Leí esta reseña, que tiene todas las palabras que funcionan, frecuentemente, para formar mi opinión (soy fácil, me conozco, qué decir), y con el ceño fruncido en la vuelta a casa pospuse contestar la pregunta recíproca.
Pero no, dije al llegar, contestándole a palabras que mi interlocutor no había leído, la clase trabajadora no tiene que defenderse de nadie y tiene, como todos sobre la tierra, derecho a parecer pretenciosa; la clase trabajadora es este mismo usuario de Letterboxd que la minimiza en su indignación retórica. “La clase trabajadora”, ¿eso qué quiere decir? Hace unos días vi un tuit que decía, en espíritu, “antes ‘ser pretencioso’ significaba algo, ahora ‘ser pretencioso’ es decir que te aburre Superhéroes 8.2: el encuentro de los superhéroes: el verdadero encuentro de los superhéroes”. Pienso en eso. ¿Por qué asume este reseñista cínico que es falso o imposible el trabajador japonés que lee a Faulkner y colecciona casettes? ¿Por qué no sabe este reseñista que él, que tipea el sintagma “romantic fetishization of the working class”, es también la clase trabajadora? ¿Hay clase trabajadora más clase trabajadora? ¿Hay una jerarquía, hay niveles? ¿Tenemos nosotros, los que tenemos trabajos eternamente estúpidos, innecesarios, robotizantes, lobotómicos, los que usamos Letterboxd y compramos libros de Lukács que no leeremos jamás, más derecho de escuchar a Lou Reed y sacar fotos de rollo que quienes tienen trabajos manuales, lejos de escritorios y notificaciones de Slack? El clasismo, si está en alguna parte, cosa que no me interesa dilucidar, está más bien en la definición de “pretencioso”, de “fetichización”, etcétera, etcétera, por el amor de dios y de todo lo que es bueno piensen, un día, un poco menos.
Pensar un poco menos fue mi ejercicio activo durante las dos horas y monedas de esta película. Por años deseé que las partes preconflicto de las películas fueran más largas y acá lo es, pero yo estaba en alerta: esto, esto próximo tiene que ser un problema. No puede durar, dios mío, qué corto que fue, esto va a ser un problema. Y no era, una y otra vez no era. Tensiones, disrupciones y este hombre, como una flecha certera, de vuelta a lo suyo.
Parece simple la felicidad de Hirayama. Tienta pensar que no es tal. Tienta buscar conflictos secretos: quizás, en realidad, todos los días son el mismo día, tipo en El día de la marmota (Harold Ramis, 1993). Pero no, porque de un día a otro evidentemente el mundo recuerda, cambia, crece. Quizás no habla porque no puede. Pero no, porque cuando es necesario habla, cuando está cómodo habla, no es terco en su silencio. Quizás hay algo terrible un poco más abajo de esta capita de arena, pero creo que no, creo que, si es resignación, es una inteligente y estratégica, la resignación de saber al pensamiento reactivo y no darle las dos manos, de ser posible ni una.
Defender la alegría y todo eso, surge Benedetti y frunzo los labios. Defenderla no en un acto excesivo y radical sino en uno mínimo pero constante. Hirayama deja entrar el pensamiento. Lo deja tocar la alegría. Parece decirle en silencio, dale, tocala. Informala, dale lo que le tengas que dar, pero andate. Y se va el pensamiento pero se va no ignorado sino domado, domesticado, subyugado, Hirayama emerge todos los días vencedor. Tienta pensarlo resignado, tienta querer salvarlo, pero agarra el celular y dice, en voz alta y firme: esto lo hago solo hoy. No me rompan las pelotas.
Maneja Hirayama unos minutos en dirección al sol que sale: deja entrar al pensamiento reactivo, se le humedecen los ojos, lo subyuga, sonríe. Trinchera defendida. La felicidad es fuerte porque es meticulosa, porque es calculada, porque fue elegida.

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