A la vez que intenta recordar una fecha, Leonor Courtoisie relata su relación con la literatura de Nona Fernández (1971)
Mi padre me llevó a la primera marcha a la que fui en mi vida, o la primera que viene a mi memoria. Recuerdo que me dio miedo y que la gente vociferaba un nombre o había carteles con la silueta de un rostro, creo, no estoy segura, porque todavía no sabía leer: tardé mucho en hacerlo, mucho más de lo aparente normal. Principios de los noventas, Plaza Libertad. ¿Quién es ese señor? Pregunté a mi padre. Es un señor muy malo que hizo cosas malas en Chile. Chile, esa fue la primera vez que escuché el nombre del país.
No puedo escribir sobre Chile, ni sobre nada que tenga que ver con Chile, después de haber escrito sobre Chile, después de haber ido a Chile, después del suicidio del poeta en la feria del libro de Viña del Mar. Todavía me cuesta volver a, escribir sobre. No he encontrado el momento ni la forma y en los cuadernos las elevaciones sinuosas de una tierra atormentada por su propia gente, su geografía de isla, de difícil acceso y cosmovisiones varias. Sé, tengo absoluto conocimiento, que volveré. No hay exactitud en el día futuro concreto en el que transitaré una vez más las calles de por allí. El tiempo se alarga.
Las fechas históricas son irrisorias, casi ridículas. Las dictaduras latinoamericanas parecen haber terminado en determinados años, pero ¿las dictaduras latinoamericanas terminaron cuando decimos que terminaron? Arrastramos con el andar cansado de la grisura de lo que fue algo que no vivimos. ¿Hay que vivir en carne para realmente vivir un proceso? En uruguay decimos que la última dictadura militar terminó en 1985. En Chile dicen que la dictadura militar terminó en 1990. En Uruguay todo trunco: el voto verde, la ley de caducidad. En Chile la revuelta y la modificación de la constitución. ¿Qué tan lejos estamos cordillera y países de por medio y que tan cerca compartimos las miserias o atrocidades, los mismos cuentitos trancados?
Que profesor, que antes de empezar queremos hacerle una pregunta. Que qué pregunta quieren hacer. Que qué es meterse en política. Que qué edad hay que tener para poder hacerlo. Que silencio. Que se demora un rato antes de responder. Que silencio.
(fragmento de Space Invaders)
Hace un año, el año que no tuvimos marcha del silencio, Alicia Torres en el especial de mayo del semanario Brecha intentó buscar literatura escrita por uruguayxs en el siglo XXI que mencionaran o hablaran o tocaran la dictadura militar como un tema o pasaje pequeño. Debe haber sido una pesquisa ardua porque –sacando las generaciones protagonistas– pareciera que no hay voces otras habilitadas para narrar la experiencia. Quizás cansó el tono testimonial o fue una reacción adolescente ante la seriedad cansina, lo cierto es que son muy pocas las personas que se han interesado y los enfoques suelen ser paralelos, casi como si no se estuviera hablando de eso, como si no pudiéramos hacerlo. En Chile ni idea, pero tienen a Nona Fernández y eso es un montón.
No recuerdo cómo conocí a Nona ni por qué, creo que con la edición de El cielo, su primer libro de cuentos, en un ejemplar de la editorial cordobesa Caballo Negro que trajo Diego cuando volvió a Uruguay. Lo empecé a leer y no pude, no entendí, no conecté: soy una pésima lectora, indecisa, inquieta, desconcentrada. Abandoné a Nona por un año entero hasta que llegó Voyager. Sí, lo sé, la tipa tiene diez mil libros, pero estamos en Uruguay, los libros llegan como el coronavirus, cuando el mundo se olvidó de la primera ola, acá recién nos estamos enterando y, mientras tanto, los clásicos.
El obsceno pájaro de la noche y Casa de campo, de José Donoso, merkén y muchas películas truchas que trajo de regalo la madre de mi concubina, Diana Bravo, porteña de Valpo que vivía en el cuarto reciclado que daba a la calle y me invitó a ver cómo bailaba cueca en la casa de la cultura chilena en Montevideo; el vino y las empanadas, terminar siendo jurado de un concurso improvisado de movimientos folklóricos desconocidos, hacer que pierdan los de la cueca moderna, afirmar que soy muy tradicional. La casa del remate se me fue llenando de objetos, costumbres y apropiaciones, para comprender que el folklore no solo se transmite de generación en generación.
Chile ha estado siempre presente, escribo haciendo el intento de entender por qué.
…probablemente lo que digo son puras arbitrariedades ingenuas e infundadas porque como no soy historiadora, ni política, ni economista, no me corresponde aventurarme. Lo único que puedo hacer es observar. Observar y registrar, iluminando con la letra la temible oscuridad.
(fragmento de Chilean Electric)
Apagón. Nona: primero actriz, luego escritora y dramaturga, por último y por necesidad guionista. Me pregunto cuándo, o si alguna vez sucedió o cómo funciona en Santiago, le dejaron de decir actriz que escribe para darle el título grande de escritora. Parece que ser dramaturga no tiene nada que ver con ser escritora, como si se tratara de un arte menor. Alguien me dice: los mecanismos en su escritura son conexiones. Actuar y escribir. ¿A ella le pasará eso de percibir que la escritura es una práctica corporal, sentirá la memoria en el cuerpo, el acto físico del grafo sobre el papel? Trato de leer su teatro.
Armo un grupo de whatsapp: Ayuda pueblo chileno. La foto es un retrato de Isidora Aguirre que alguna vez tomé prestada para promocionar unos talleres de escritura. Un chile, la bandera de Chile, la bandera de Uruguay y un mate.

[5:23 PM, 1/14/2021] 🔮: Querido pueblo chileno, necesito algo y creo que ustedes podrán ayudarme.
[5:23 PM, 1/14/2021] 🔮: Primero: saber qué piensan de nona fernández
[5:24 PM, 1/14/2021] 🔮: segundo: dónde puedo conseguir obras escritas por ella
[5:24 PM, 1/14/2021] 🔮: desde ya, muchas gracias
Inmediatamente uno respondió:
[5:24 PM, 1/14/2021] T : Amo esta ong
Más tarde contestó su opinión sobre la obra de Nona, que es muy distinta a la mía, y dijo no tener ninguna de sus obras. Nadie pudo colaborar, ni la mismísima Nona, y entonces la idea de dialogar con su dramaturgia/escritura teatral quedó descartada.
No he parado de decir que los libros que más me gustaron en 2020 fueron La noche americana, de Francisco Álvez Francese, y Voyager, de Nona Fernández. Nunca pensé que diría que aquello que más me conmovió fue un ensayo. Ambos podrían ser novelas. Francisco me dice que van a hacer un especial de Nona en Afuera y le digo qué lindo o algo así y me dice si quiero escribir y digo que sí. Dije que sí porque la última vez que lo vi estaba borracha y le pedí para escribir sobre la muerte de Tabaré Vázquez, algo que solo diría borracha. Dije que sí pero me atrasé como suelo atrasarme cuando no sé cómo ni dónde ni por qué estoy haciendo lo que hago. Nona Fernández. Ni idea. Diego le hizo una entrevista muy bella. A mi me gustaron sus libros. No me da envidia lo que hace pero me gustaría tener a alguien como ella, una hermana mayor a quién intentar copiar, con quien poder pelearme, alguien que ya se haya comprometido con algo.
No puede ser que haya madres y padres que aún no sepan dónde están enterrados los cadáveres de sus hijos o hijas. No es posible que sigan muriendo sin saberlo. No puede ser que algunos responsables de esos crímenes se encuentren libres por las calles o hasta incluso con una pensión millonaria pagada por el estado.
(fragmento de Voyager)
Política y memoria. Algunxs se aventuran a plantear el tema de lo político latinoamericano como vendible. Justo, y gracias a los dos favoritos de 2020, me metí con un libro que le afané al psicólogo al que iba cuando vivía en Buenos Aires. Ciudad Gótica, de Maria Negroni, ensayos sobre arte y poesía, Nueva York, 1984-1994. Ella dice algo así, no sé porque no lo tengo conmigo, como que si sos latinoamericano terminás abducido por la obligatoriedad sistémica de escribir sobre política, que queda lindo y comprometido. Negroni es muy crítica. Está bueno lo que dice, te hace pensar, pero ya quisiera yo leer más mujeres en el territorio donde nací hablando sobre política.
A veces siento que si sos mujer y naciste en Uruguay debes escribir como una niña elegante e ingeniosa. No puedes decir nada. Ser nena es no decir. Hablar de tu mamá o de tu abuela, de tu casa y tu hermano, de lo cotidiano y de lo doméstico. No somos las voces de los altos cargos ni de la justicia ni de la corrupción. Las nenas no podemos decir concha ni coger ni merca; queda feo eso, no se puede. Recuerdo el principio de Mapocho y pienso: si alguna de nosotras hace algo así queda cancelada.
Nací maldita. Desde la concha de mi madre hasta el cajón en el que ahora descanso. Me escupieron y fui a dar al fin del mundo, al sur de todo.
(fragmento de Mapocho)
No hay una como Nona, le digo a un amigo y a mi esposo; en Uruguay no tenemos, como si pudiéramos tener a una persona o como si una persona fuera lo que escribe y luego publica. Pienso en la preescritura, en todo lo que hacemos cuando no estamos en el acto, pienso en las cartografías, en cómo la arquitectura define, en los viajes iniciáticos, en ir hacia, pienso en Chile y pienso: la escritura es un gesto.

Le escribo a mi padre. No me hablo con él. Le pregunto si recuerda en qué año fue la marcha contra Pinochet y si necesita algo. Dice que no se acuerda del año. Estoy tratando de hacer memoria, dice, y no dice más nada, yace y recuerda.
Deja una respuesta