“Ahora estoy con vos, ¿me podés explicar qué me pasa? / Es mucho mejor que estar solo haciéndome la paja”, cantaba hace unos años Federico Julen con su característica voz rota por tercer fin de semana consecutivo en el sótano del Tundra, frente a un público reducido e intoxicado con porro y Norteña. En ese público estaba yo, también por tercer fin de semana consecutivo, pero esta vez con una pistola Nerf en la mochila y chequeando constantemente mi celular para ver si el tipo flaco, alto y guitarrista mediocre al que esperaba pensaba aparecer como lo hacía cuando dejaba de jugar al League of Legends por un rato.
En ese mismo público, compartiendo las veredas de Durazno y Convención, estaba a su vez una artista gráfica que cada tanto hacía retratos de las personas que se movían en este ambiente y los subía a sus redes sociales. Un día, retrató a una chica de pelo corto, ojos grandes y caravanas asimétricas, cuyo rostro era fácilmente reconocible y recurrente entre el público, y tituló al retrato “Manic pixie dream girl”. La etiqueta se la atribuía de manera positiva, hasta aduladora, y por más de que mi reacción inicial fue de confusión, porque yo la conocía como una persona completa y no un mero arquetipo, esa descripción sí tenía sentido y sin duda era como la veían varios de los músicos de la vuelta, es decir como el tipo de chica de las que hablan las canciones de las bandas y los solistas indies rioplatenses.
Las “manic pixie dream girls” en el cine son personajes femeninos con personalidades particulares o excéntricas, gustos específicos en cuanto al arte y con elementos (ya sean simbólicos, físicos o materiales) que hacen que se distingan del resto y llamen la atención del protagonista masculino. Son la idea personificada del “no es como otras chicas”. Aparecen para salvar al protagonista del tedio de su vida y mostrarle cómo vivirla con significado, los sacan de ese estancamiento de soledad y vacío y son el móvil para el desarrollo del personaje. Su construcción, por eso, se reduce a lo mínimo necesario para poder atraer al protagonista, despertar en él una nueva sensibilidad y motivar su transformación y existe únicamente en función a esto.
La misteriosa Ramona Flowers, con sus patines, su pelo de color cambiante y su pasado rebosante de experiencias no vale por sí misma en Scott Pilgrim Vs. The World (Edgar Wright, 2010). De hecho, la trama de la película consiste en Scott luchando contra las ex parejas de Ramona, pero desde el título se toma la decisión de ignorarla, para contraponer al protagonista con el mundo. Esto es porque la relevancia está en el crecimiento y la maduración de Scott Pilgrim. Ramona (o más bien la atracción por ella y su idealización) está ahí sólo porque lo motiva a enfrentarse a distintos aspectos de la vida caracterizados en sus exes y estos exes son parte del proceso para terminar luchando con nada más ni nada menos que consigo mismo; recordemos que logró triunfar cuando “Scott ganó el poder del respeto propio”
Jordana Bevan en Submarine (Richard Ayoade, 2010), con su inconfundible pilot rojo y su piromanía, tiene por su parte una evolución dentro de la historia y una construcción de personaje mucho más fuerte, ya que en la misma película está propuesto este enfrentamiento entre su idealización por parte del protagonista y la Jordana real. Esto permite mostrar justamente lo que pasa cuando los personajes que valen desde una perspectiva idealizada revelan una dimensionalidad mayor, propia de un individuo: el personaje masculino no puede resistirlo, no tiene la fortaleza ni la madurez. Igualmente, tal como Ramona, Jordana es un móvil para el verdadero foco: en este caso, el insulso Oliver Tate creciendo contra su propio mundo.
Tanto Scott Pilgrim… como Submarine, además de tener a Ramona y a Jordana como “manic pixie dream girls”, presentan una conexión entre este tipo de figuras femeninas y la música. En la primera porque la trama gira en torno al mundo de la música y de las bandas; en Submarine, esto se da por la importancia de su soundtrack a manos de Alex Turner, referente del indie rock que además cumple bien con este tipo de caracterización de mujeres en sus letras, ya sea en temas dentro del soundtrack (como “Stuck on the puzzle”, en el que habla de Jordana y cómo algo de su magnetismo debió haber hecho enojar a las estrellas), o de su banda, Arctic Monkeys. “Arabella”, por ejemplo, es una oda a una mujer con cabeza de los setenta, que usa la malla plateadas de Barbarella, botas interestelares y que llega para tocarle el alma y la mente como amante moderna… Hace un tiempo Twitter estaba lleno de jóvenes autodenominándose Arabellas, así como las sigue habiendo de Jordana y Ramona Flowers.
Así como los directores construyen a su manera a las manic pixie dream girls de sus películas, cada banda o artista indie representa en sus canciones a las chicas siempre desde su subjetividad. Aunque remarquen lo que la hace única e inigualable bajo sus propios parámetros, hay una esencia innegablemente compartida en el imaginario de la escena indie. Los sueños, la luz y la naturaleza son temas recurrentes, así como la bondad y el conocimiento cultural (por lo general musical y/o fílmico) como atributos diferenciales.
Facundo Tobogán le dedica toda la canción “La chica del tonebank” a una chica que no vive en la ciudad, no se aferra al internet, toca el tonebank y anda en bicicleta y Pedro Duarte habla de una chica que vio apoyada en el fardo y de otra que vive en las montañas arreando las nubes. Algodón destaca la bondad fuera de este mundo de una mujer que suena como Led Zeppelin y expresa que escucharía a los Beatles con otra nena igual de buena, mientras Federico Julen le canta a una fan de Trotsky Vengarán. Las singularidades son infinitas: hay una esencia “quirky” de cualidades o pensamientos inesperados o muy específicos que caracterizan a las protagonistas de las canciones indies que son tan dependientes del compositor como lo son las manic pixie dream girls de las necesidades de los protagonistas.
La frase con la que inicié el artículo, de la canción “Alquimista” de Julen y la gente sola, captura bien esa idea. Ahora está con ella, que le puede explicar qué le pasa; ella, que con sus experiencias y pensamientos alternativos puede entenderlo y hacerlo crecer. Importa en la medida en la que está ahí, en este momento, para explicarle, para que él se entienda a sí mismo y se descubra a partir de las herramientas que incorpora la más experimentada y sensible chica que por alguna razón encuentra adorable y llamativa la soledad y lo insulso de su vida.
En “Canción nueva”, de la misma banda, se demuestra la razón por la que las manic pixie dream girls deben estar construidas de manera tan poco realista. “Y no me toca / si no venís conmigo, / ya te hice una copia / en mi imaginación / y ella es mucho mejor que vos”, porque ser el motivo de la transformación y del crecimiento de otro es insostenible para alguien con una individualidad real. El verdadero motivo está siempre en el imaginario del otro; hace más una copia idealizada que una persona real, con sus propias limitaciones y sus propios procesos.
Como consumidoras de estos productos culturales, incorporamos dos puntos como claves para obtener no sólo la aprobación masculina, sino también el interés y la atención: primero, ser diferente y especial, tener más puntos de distinción que en común con otras mujeres y segundo, la capacidad de “salvar” a los varones con los que nos relacionamos, la capacidad de darles razones para revolucionar sus pensamientos y que se transformen a partir del vínculo. El peligro de querer reproducir estos arquetipos es que al incorporar este rol, las mujeres nos exponemos a la construcción de vínculos en los que naturalizamos ser en función a las necesidades del otro. Esto, en un ámbito donde ese otro también incorpora el rol de la mujer de esta manera, nos posiciona en un lugar de tal vulnerabilidad que hace que no sea sorpresa que haya tantos artistas escrachados por vincularse de manera problemática o abusiva con mujeres.
Es claro que ni las “manic pixie dream girls” son el único tropo ni el indie rioplatense es el único género en el que la representación femenina se reduce a la idealización masculina. La idea de la mujer como un accesorio perfecto se replica de maneras tan diversas como las singularidades de los arquetipos descriptos, de acuerdo con los ideales de los distintos géneros. Al reflexionar, como mujeres, sobre nuestra manera de vincularnos y caracterizarnos ante el mundo y ante la mirada masculina, es inevitable percibir en una misma los rastros del arte que consumimos y los lugares que habitamos. Esto implica reconocer que construimos nuestra identidad desde determinada perspectiva y en determinados términos, y también entender que en mayor o menor medida seguimos sujetas a muchas de estas tendencias y condiciones.
Así me encontraba en el sótano del Tundra hace unos años, literalmente armada con un juguete cargado de valor diferencial y con el historial y la predisposición a entender y ser el motivo de cambio para un pibe que la mayoría de las veces no llegaba ni a salir de su cuarto. Ese pibe un tiempo después se ennovió con una chica que entraba mucho más en el estereotipo que yo anhelaba ser. En su momento, ese hecho no sólo reforzó el única-y-especial-ómetro de mi imaginario, sino que también me convencí de que ella iba a generar en él todo lo que yo no pude: que saliera de su casa, que estudiara, que no se enojara tanto por perder en el LoL. Con el tiempo comprobé que vincularse con él fue insostenible para toda la que trató, porque el problema no era mi falta de diferencial, ni la disposición a “salvarlo”.
Sin embargo, por más que haya crecido, por más que haya dejado de escuchar Julen y la gente sola y por más que agradezca que aquel pibe no me haya “elegido”, sigo encontrando y reconociendo en mí misma conductas y pensamientos atravesados por el tipo de arte que consumía en ese entonces, como en otros cinco años voy a encontrar indicios del arte que consumo hoy y así vaya llegando a vieja construida a partir de restos de etapas de consumo cultural. Acá yace la importancia de la reflexión en cuanto a las representaciones, en este caso de la mujer, en el arte: en el impacto inevitable e invisible que tienen en la construcción de cada una de nosotras.
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