Pamela Ungerfeld recorre los dos últimos discos de Taylor Swift (1989), lanzados ambos este año
“I’m doing good, I’m on some new shit” (Me está yendo bien, estoy haciendo cosas nuevas): las líneas que abren folklore, el (ya no tan) nuevo álbum de Taylor Swift no son casuales, como nada lo es en sus catorce años de carrera. Desde sus tempranísimos inicios como artista, Taylor lanzó consistentemente un álbum de estudio cada dos años (tres, en el caso de Reputation, de 2017); nadie se esperaba que después de Lover (2019), su trabajo quizás más publicitado y premeditado, estos plazos se acortaran. No solo se acortaron, sino que folklore no tuvo ni siquiera un día de anticipación ni de publicidad: la mañana del 23 de julio, exactamente once meses después del lanzamiento del disco anterior, nos despertamos con el anuncio, sin anestesia, “estuve escribiendo, esta noche sale mi nuevo álbum y el video del primer single”. “Not a lot going on at the moment” (No hay demasiado sucediendo en este momento), había posteado en su cuenta de Twitter en abril de este año, mientras escribía el álbum que recibiría cinco nominaciones a los premios Grammy.
A primera vista, podría parecer que entre Lover y folklore hay una distancia enorme, que son dos trabajos completamente distintos. Si nos guiamos por la clásica clasificación de su obra en “eras”, son claramente dos independientes: Lover es un álbum pop, alegre, caracterizado visualmente por unicornios, brillantina, fucsia, fantasía, mientras que folklore es musicalmente más indie folk, con dejos oscuros sobre una estética cottagecore. Sin embargo, el tipo de composición que Taylor despliega en folklore tiene pistas (easter eggs) que arrastra desde el álbum de 2019.
Las composiciones de Taylor siempre fueron autobiográficas: desde su álbum debut epónimo de 2006, con un sonido country que la colocó en el radar, sus letras fueron intensamente personales, tratando desde los desamores de una adolescente hasta las disputas públicas con Kanye West de una celebridad de casi 30 años. La primera es, sin duda, su faceta más famosa: por muchos años, demasiados, la opinión pública tuvo a Taylor Swift como alguien demasiado joven que salía con demasiados tipos y que solamente podía escribir breakup songs. “¿Qué vas a hacer si en algún momento estás feliz? ¿sobre qué vas a escribir? ¿nunca más vas a poder escribir una canción?” son preguntas que, como cuenta en su sesión de Tiny Desk, le hacían constantemente los periodistas. Esto la definió al momento de escribir Lover: estaba enamorada, emocionalmente estable, en pareja desde hacía más de tres años, y esto se reflejó en sus canciones, como es evidente en la homónima o en “Paper Rings”. Pero la artista no quiso dejar de escribir sus clásicos: buscó inspiración externa a sus propias experiencias y así nació “Death By A Thousand Cuts”, una canción de dolor y corazón roto basada en la película de Netflix Someone Great (Jennifer Kaytin Robinson, 2019).

Esta dinámica de escritura se refleja a lo largo de todo folklore, de forma mucho más misteriosa y madura. “The last great american dynasty”, por ejemplo, cuenta la historia de la vida de Rebekah Harkness, una mujer excéntrica casada con un millonario, amiga de Salvador Dalí y expropietaria de la casa de Taylor en Rhode Island. Dentro de esta búsqueda de inspiración por fuera de su vida personal, no deja de lado las breakup songs: “illicit affairs” habla sobre la infidelidad desde una óptica presuntamente ajena a la experiencia de la cantante, pero lo más interesante en este aspecto es la trilogía que presenta con “cardigan”, ”august” y “betty”, tres canciones sobre una misma historia de (des)amor adolescente que los propios protagonistas narran desde sus puntos de vista. Se trata de un triángulo amoroso: en la primera, Betty le canta a James, su novio de la adolescencia que la engañó; en la siguiente, la tercera en discordia, a la que Taylor llama (por fuera del álbum) Augusta o Augustine, le canta, también, a James; mientras que en la última es James quien canta una disculpa dirigida a Betty.
Folklore tiene otro gran punto en común con Lover, además de las continuaciones en la búsqueda de un nuevo estilo de composición: son los primeros discos que Taylor publica por fuera de Big Machine Records y que, por lo tanto, pertenecen a la propia artista. El enfrentamiento con esta disquera, con Scott Borchetta y con Scooter Braun, el dueño de Ithaca Holdings, estuvo presente en las declaraciones públicas de Taylor desde 2019 y a lo largo de todo el 2020. En resumidas cuentas, los empresarios negociaron con los derechos de todo el trabajo previo de Taylor sin informar a la artista y le prohibieron hacer uso de él por un período de tiempo, incluyendo cantar sus propias canciones en sus conciertos. Esto fue, por supuesto, inspiración para escribir varias de las canciones del álbum, en particular “mad woman” y “my tears ricochet”.
Esta última es el track número 5 de folklore, y de lejos parece contar una historia de ruptura y alejamiento romántico. Taylor jamás deja cabos sueltos en su discografía, y sus seguidores saben que este número de track siempre se corresponde con la canción más personal y sentida. Líneas como “you wear the same jewels that I gave you as you bury me” (Mientras me enterrás, usás las mismas joyas que te di) o “when you can’t sleep at night you hear my stolen lullabies” (Cuando no podés dormir de noche, escuchás mis canciones de cuna robadas) sugieren referencias a sus grabaciones anteriores y, particularmente, a Scott Borchetta. “Mad woman” también tiene claras referencias a Borchetta y Braun en versos como “it’s obvious that wanting me dead has really brought you two together” (Es obvio que desear mi muerte realmente los ha unido a ambos).
Este enfrentamiento abre un paréntesis en el 2020 de Taylor Swift: en noviembre de este año se venció una cláusula del contrato, lo que le otorga permiso de volver a tocar sus canciones anteriores en vivo. Sin embargo, los derechos de los álbumes de estudio siguen sin pertenecerle, por lo que la artista comenzó, en consonancia con sus declaraciones de 2019, a regrabar sus cinco primeros discos (los derechos para regrabar Reputation no se liberan hasta 2022).
Además de las posibles conexiones con Lover, folklore representa, desde el punto de vista musical, una especie de regreso a los orígenes. El álbum marcó de hecho una distancia del género pop bailable que la artista había desarrollado desde 1989 (2014), con un pasaje breve por el electropop en Reputation (2017). Folklore no es un álbum de género country o pop country, como Taylor Swift o incluso Fearless (2008); sin embargo, tiene una musicalidad más cercana a la de estos álbumes que a la de sus últimos lanzamientos, y “betty” puede clasificarse como country.
Es indudable que, a pesar de despertar reminiscencias a álbumes anteriores y estar relacionado con ellos, folklore es su propia era, tanto musical como conceptualmente, y es diferente a todo lo que Taylor había hecho hasta entonces. Parte de ello tiene que ver con las coautorías del álbum: Jack Antonoff, quien colaboró en la escritura y la producción de gran parte de su trabajo anterior, jugó un rol importante en folklore. El álbum contó además con la participación de Aaron Dessner, miembro de la banda The National, de Justin Vernon, miembro de Bon Iver, y de William Bowery, que a primera vista parece ser un escritor desconocido. Sin embargo, los fanáticos de Taylor Swift son tan buenos descubriendo pistas como ella dejándolas y la artista acabó revelando que, tal como se sospechaba, William Bowery no es otro que Joe Alwyn, el actor con el que se encuentra en pareja desde 2016. Alwyn, que estudió teatro y literatura inglesa en la Universidad de Bristol, colaboró en la escritura de “exile”, la canción que Taylor canta con Bon Iver, y de “betty”.
Durante este año de pandemia, aislamiento social y cancelación de giras, Taylor no dejó nunca de generar contenido: además del álbum de estudio mencionado, grabó el videoclip de “cardigan” y su versión “cardigan – cabin in candlelight”, y una sesión acústica del álbum en el estudio de grabación de The National, folklore: the long pond studio sessions, lanzado en la plataforma de streaming Disney+ en noviembre. Además, lanzó en Spotify cuatro “capítulos”, con conjuntos de canciones de folklore organizados para contar diferentes historias: the escapism chapter, the sleepless nights chapter, the saltbox house chapter y the yeah i showed up at your party chapter. Los seguidores de la artista nunca tuvimos una chance de acostumbrarnos al álbum: cada mes, cada semana, hubo algo nuevo, ya fuera un video, una versión, nueva merch disponible en el sitio web. En el medio de esta turbulencia de lanzamientos, cuando parecía que la tienda web oficial intentaba deshacerse de todos los discos firmados de folklore, Taylor hizo otro anuncio desconcertante: el 10 de diciembre anunció que a medianoche de ese mismo día saldría evermore, un nuevo álbum de estudio, hermano (sister) de folklore, también escrito y grabado con Aaron Dessner, Jack Antonoff, Justin Vernon y Joe Alwyn.

Quizás hayamos pecado de ingenuos, pero lo cierto es que para el lanzamiento sorpresa de evermore, Taylor repitió las pistas de folklore en nuestra cara. Nadie creyó que otro post con “not a lot going on at the moment” pudiera significar otro álbum: muchos lo asociaron con un video musical, probablemente de “exile”, que todo indicaba que sería el siguiente single. Pero, nuevamente, la artista no deja cabos sueltos. Hay quienes, guiándose por las paletas de colores de ambos álbumes y de los productos del sitio web, además de por otras pistas, intuyen un tercero en camino…
No hay dudas de que este nuevo disco es una secuela del anterior, y esto se deja entrever desde el principio del videoclip de “willow”, la canción que lo introduce. La primera escena es la continuación exacta del final del video de “cardigan”: Taylor aparece sentada con el cardigan tejido sobre el que trata esta última canción, mirando directamente a la cámara. Enseguida —y a lo largo de todo el clip— aparece la imagen de un hilo dorado luminoso que la protagonista toma como guía mientras se mueve por las escenas. Este hilo, que la une con el actor del video, no puede ser otro que el de “invisible string”, el track 11 de folklore: “one single thread of gold tied me to you” (un solo hilo de oro me ataba a vos). La propia Taylor reconoció algunas de las escenas del video que hacen referencia a canciones de folklore: hay una para “seven”, una para “mirrorball”, una para “exile” y una para “mad woman”.
A lo largo de todo el álbum se encuentran referencias y paralelismos entre ambos trabajos: “marjorie”, el track 13 de evermore, es una canción sobre la abuela de Taylor, mientras que “epiphany”, el track 13 de folklore, trata sobre su abuelo. Además, se continúa con el estilo de escritura del anterior, contando historias de ficción: “no body, no crime”, grabada en colaboración con HAIM, cuenta una historia de suspenso digna de una novela policial. La historia de “dorothea”, explicó la artista, “no es una continuación directa de la trilogía de folklore, pero en mi mente Dorothea iba al mismo liceo que Betty y James”. Llama la atención que tracks con temáticas de ruptura y dolor, como “evermore” o “champagne problems”, hayan sido escritos en colaboración con Joe Alwyn; o tal vez no, y esto solo deja en evidencia el talento compositor de ambos.
Como siempre, Taylor deja pistas en las letras y en la estética de sus trabajos que solo iremos descubriendo con el tiempo; quizás sea un tercer álbum, quizás sean otras sorpresas o nuevas conexiones que encontrar. Por lo pronto, folklore y evermore son sus grabaciones más maduras y completas conceptualmente, en las que la artista explora de forma exitosa géneros y métodos diferentes a todo lo que ha hecho en su carrera: dos discos de escucha obligatoria tanto para quienes la siguen desde Fearless como para quienes solo escucharon “Shake It Off” y “I Knew You Were Trouble” alguna vez en la radio.
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