El argentino Sergio Delgado conversa sobre su última obra, y otros temas, con el traductor y escritor francés Guillaume Contré
Descubrí la literatura de Sergio Delgado de la mejor manera posible, por casualidad, husmeando en las estanterías de una efímera librería argentina de París en algún momento del año 2013 o 2014, no me acuerdo bien. Me atrajo la editorial (la rosarina Beatriz Viterbo), la ilustración de tapa de Daniel García y el curioso texto de contratapa, una extraña y sugerente lista. La novela era corta, se llamaba Al fin; me la compré, salí de la librería, me fui a sentar en la terraza de un bar situado en una plaza tan pintoresca como turística de París (el café, como era de prever, me costó casi lo mismo que el libro), y me la leí de un tirón (lo que fue también una manera de rentabilizar el precio estrafalario de mi bebida: en los cafés de París, time is money, indudablemente). El libro me pareció estupendo y me hice como pude de otros de Sergio —Estela en el monte, El corazón de la manzana, El alejamiento— que me confirmaron lo obvio: que estaba frente a la obra de un escritor de primer orden.
Algún tiempo después, un amigo argentino me dijo que Sergio se había mudado desde la ciudad de Bretaña donde vivía desde hacía quince años para instalarse en París. Le pedí su contacto, le mandé un mail y él me propuso que nos juntáramos para un café en el barrio parisino al que acababa de mudarse.
Curiosamente, tengo pocos recuerdos de este primer encuentro, y cuando trato de recuperar algo del momento, lo veo mezclarse y confundirse con los recuerdos de otros encuentros con él que vinieron después. Como si el tema del olvido, de la memoria huidiza y de la melancólica constatación de que el tiempo avanza sin prestarle demasiado atención a la gente que lo puebla (si es que se puede poblar el tiempo), es decir uno de los ejes centrales de la obra de Sergio Delgado, se hubiera apropiado de la experiencia de este primer café. En todo caso, nos hicimos amigos y empezó así un largo intercambio literario.
Leí todo lo que no había leído aun de Sergio (incluso el manuscrito de lo que es por el momento su obra más ambiciosa, el tríptico El Paraíso, que tendría que publicarse por fin este año), traduje al francés la novela que me hizo conocerlo y la propuse a varias editoriales francesas, sin éxito (indagar en las razones de este fracaso, más allá de mi probable impericia, nos llevaría a una larga discusión sobre traducción, literatura y mercado que vamos a dejar para otro momento), organicé una charla con él en otra librería argentina de París (menos efímera), Sergio leyó con entusiasmo mi primera novela y me propuso escribir algo para una antología que editaba con Laura Gentilezza; algún tiempo después nos lanzamos, junto con el editor Vincent Weber, en el loco proyecto de una traducción al francés de El Gualeguay de Juan L. Ortiz (una traducción que tomó como modelo a la impecable edición critica de la que se encargó Sergio, y que saldrá también este año en la editorial de Weber, Trente-trois morceaux), etc. Después de leer Parques (ediciones UNL, Santa Fe, 2021), el ultimo libro de Sergio, le propuse hacer una entrevista por mail con la idea de publicarla en alguna revista digital. Le mandé dos preguntas a las que respondió largo y tendido, tanto que me di enseguida cuenta de que, sin pensarlo previamente, nos habíamos lanzado a algo que no era la clásica entrevista periodística y más o menos promocional, sino algo diferente y de largo aliento, en el que traslucía el hecho de que no éramos dos desconocidos. Una entrevista-río, una extensa conversación que podríamos llevar a cabo en forma de folletín por entregas a lo largo del año 2022. Así se lo propuse y aceptó con entusiasmo. Veremos hacia donde nos llevará este intercambio, en la esperanza de que interesará tanto a los que ya conocen la obra de Sergio y a los que no, y que dará ganas a estos últimos de leerlo.
La fotografía del autor es de Myrna Insua.
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